
Por la curiosa Costa Riojana
Sin mar a la vista, es una meseta al pie del cordón de Velasco, con pequeños pueblos para recorrer y una visita inesperada, el Castillo de Dionisio, una casona con esculturas y muchos recuerdos
17 de mayo de 2015

Érase un lugar muy lejos del mar que llamaban la costa, donde no había castillos, pero sí una mansión tan rara que no había otra palabra para definirla. Esta historia empieza así porque el lugar parece surgido de un cuento. La pequeña localidad de Santa Veracruz se encuentra en la Costa Riojana, una meseta al pie del cordón de Velasco, y es un pueblo tan chico que ni siquiera tiene cuadras: sus casas están diseminadas al borde de la única ruta que la atraviesa.
Su iglesia ha sido recientemente restaurada y luce prolija al borde de una plaza donde se concentran por la tarde algunos adolescentes. Aunque su pueblo está alejado de la ruta principal están acostumbrados a ver pasar autos todo el día. Un poco más allá, arriba, está la mayor atracción de toda la región: la casa de uno de aquellos locos lindos que dieron que hablar en las conversaciones y las peñas a varias generaciones.
Los pueblos de la costa
Estamos por llegar al Castillo de Dionisio y, cada tanto, un cartel recuerda que estamos sobre el buen camino. De todos modos es difícil perderse porque hay uno solo, desprendido de la ruta principal hace unos kilómetros, en San Pedro. Estamos en el corazón de la llamada Costa Riojana, nombre que por lo general desconcierta a los visitantes. Pero Gustavo Elizondo, un riojano de pura cepa, tiene una explicación para todo lo que refiere a su provincia: "La costa es una meseta bordeada por el cordón de Velasco y se van siguiendo varios pequeños pueblos: Sanagasta en el Sur; luego Las Peñas, Agua Blanca, Aminga, Anillaco, Anjullón, San Pedro y Aimogasta, en el extremo norte de esa región".
En medio de esta letanía de nombres, Anillaco trae enseguida reminiscencias del pueblo estelar de los 90. Al volante de su remise, con el que lleva cada semana visitantes a Santa Veracruz y el castillo, muchas veces Gustavo ni pregunta si sus pasajeros quieren entrar en Anillaco. "Todos los argentinos y hasta algunos extranjeros quieren ver la pista de aterrizaje y La Rosadita. Los llevo también a ver la casa de los padres de Menem y el almacén que abrieron cuando vinieron de Siria, y volvemos por la calle que pasa entre los viñedos de la bodega que fue de ellos", cuenta. Es como un tour dentro del tour, una yapa que el chofer no cuenta en el tiempo que dura el viaje.
Si Anillaco tuvo su presidente, otros pueblos también tienen sus atractivos. Sanagasta por ejemplo tiene dinosaurios –con un parque que incluye varias réplicas a escala– y un pequeño circuito turístico entre un museo dedicado a los sanagastas (los diaguitas que poblaron tradicionalmente esta región) y la capilla de la Virgen India, cuya figura es motivo de una peregrinación importante en octubre de cada año. La visita termina en una bodega boutique, Loma Blanca, que abre sus puertas al público para mostrar sus instalaciones y un pequeño museo, además de proponer sus vinos en degustación.
De hecho, la Costa entera es como una tienda de delikatessen: vinos, frutas, nueces, almendras, aceitunas, frutas secadas al sol, dulces regionales con el fruto del algarrobo y más: las tiendas no necesitan abastecerse más allá de las fincas vecinas. En el otro extremo de la comarca, en Aimogasta está el famoso olivo cuadricentenario, el árbol del que procede la mayoría de los olivares de la costa, que producen las enormes aceitunas Arauco. Una leyenda dice que cuando los reyes de España mandaron talar todos los olivos argentinos, una vecina escondió una joven planta, la única que pudo ser salvada, y se convirtió en el árbol que hoy ostenta cuatro siglos.
El castillo espiritual
Finalmente se llega al final de la ruta, que se transforma en un camino de tierra serpenteante entre las rocas para seguir por las montañas. Un burro asoma la cabeza por encima de una tranquera y parece el único curioso que se molesta en mirar quién viene y baja del auto. Es que desde hace unos años son tantos los que vienen a ver el Castillo de Dionisio, que ya a nadie sorprende el vaivén de los vehículos.
Estamos al pie de las montañas, en medio de relieves cubiertos de bosques, a 2000 metros de altura. El lugar menos esperado para encontrarse con un portón que rinde homenaje a Vincent Van Gogh con las desmedidas aspas de un molino de viento, sobre un portón llenos de volutas de cemento bajo el cual espera un hombre con pinta de llanero solitario: chaleco negro y un sombrero de vaquero. Es Pedro Fernández, el actual dueño de la casa que recibe en persona a sus visitantes.
Casa no es realmente la palabra apropiada para describir esta construcción, aunque Pedro viva ahí y la considere como tal. Quienes vieron el Palacio del Cartero Cheval o la Casa Picassiette en Francia encontrarán ciertas similitudes con el Castillo de Dionisio: las tres reflejan las preocupaciones espirituales de sus constructores, por medio de máximas o símbolos plasmados en las paredes. Pedro Fernández no sólo puso en valor esta increíble mansión con un parque lleno de esculturas y figuras mitológicas, sino que estudió la vida de quien las construyó y sus motivaciones.
"Hasta que llegué, hace unos cinco años, este lugar era conocido como el castillo del loco y los vecinos habían inventado las historias más descabelladas sobre Dionisio Aizcorbe, un santafecino que fue durante muchos años carpintero en Tinogasta y vino aquí para cumplir plenamente con una filosofía de vida y una espiritualidad muy intensa. Era a la vez ermita y guía, porque vivía solo. Sus hijos vinieron una sola vez, cuando les compré la propiedad, pero al mismo tiempo Dionisio recibía a mucha gente que venía a escucharlo y compartir con él."
Ludovica Squirru fue una de las más asiduas, según se cuenta, tal como lo recuerda una foto en la pequeña sala en la entrada de la casa, la única que Pedro abre a sus visitas. Dionisio falleció en 2005 y la casa estuvo varios años abandonada –con saqueos incluidos- hasta la llegada de su actual dueño. "Él buscaba su propio camino espiritual y su casa refleja sus inquietudes, donde se abordaba la espiritualidad tanto desde la religión y los mitos como desde la filosofía. Era una persona muy culta, muy leída y tenía una gran biblioteca. Desgraciadamente, muchos de sus libros han sido robados durante los años de abandono de la casa y conservo actualmente sólo una pequeña parte, que puse en el pequeño museo en la entrada."
El castillo es la obra de un hombre que le dedicó 30 años de su vida. Es una obra maestra del art brut, el arte en bruto, que el pintor Jean Dubuffet definió en los años 40 como "hecho fuera de las normas estéticas convenidas o hecho por personas ajenas a las culturas artísticas". Fue el caso del cartero Cheval, del barrendero de cementerio apodado Picassiette y del carpintero Dionisio; cada uno trascendió su vida con una búsqueda espiritual que se convirtió en sendas e incomparables obras de arte.
Luego de restaurar el interior de la casa y de acomodarla para vivir allí, Pedro Fernández también restauró el pequeño parque que la rodea. "Se pusieron aún más en valor los conjuntos que nos dejó Dionisio: un barco vikingo, un fresco con la imagen de San Jorge y el dragón, la leyenda de Osiris, una trinidad hindú." De guía de turismo, su profesión inicial, tuvo que reconvertirse en jardinero, albañil, restaurador de muebles y hasta electricista, porque desde hace poco el sitio está preparado para ser iluminado de noche, cobrando una dimensión aún más esotérica.
Datos útiles
Para agendar. El castillo abre sus puertas todo el año. Una campana en el portón Van Gogh avisa al dueño que vinieron visitas. Se cobra un derecho de entrada que ayuda al mantenimiento de las construcciones.
Pedro Fernández organiza varias salidas en la sierra de Velasco o en torno de su castillo. Se proponen trekkings de distinta duración (de 4 a 6 horas) para avistar cóndores y llegar a puntos panorámicos sobre todo el valle de Arauco y la Costa Riojana. Organiza también visitas a los demás pueblos de la costa y sus atractivos. Y una vez por mes, cuando la luna está llena, ofrece una experiencia de turismo místico, con charla y caminata nocturna y una sesión de yoga a cargo de una profesional.
El castillo se alquila para producciones fotográficas y filmaciones, para profesionales o particulares.
Para leer: Hijos del Kosmos, el libro que había escrito Dionisio Aizcorbe, con agregados de Pedro Fernández. Es una autoedición en venta únicamente en el castillo.
Más info
Informes: 15 4473-4566, pedroarmandofernandez@hotmail.com y
www.facebook.comcastillo.dedionisio.1
La Costa Riojana en la Web: www.turismolarioja.gov.ar
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