Por la Francia meridional, en 4x4

Pero mi hija nos insistió para que reserváramos nuestro espíritu para la joya del viaje: Rocamadour. Llegamos en un frío atardecer de febrero, un par de horas después de pasar por Toulouse. Luego del pequeño poblado de Carlucet y sobre un cañón de 150 metros de profundidad tallado por las aguas del río Alzou, se eleva la vertical ciudad sagrada de Rocamadour. Allí, en 1166, sobre el umbral de una capilla troglodita, se encontró perfectamente preservado el cuerpo de St. Amadour, obispo de Auxerre, muerto el 1° de mayo de 418.

Las viejas casas, torres y ermitas sobre las laderas escarpadas de un murallón rocoso se ven coronadas por el castillo, la torre de homenaje y los siete santuarios. A través de la Puerta de la Higuera se llega a la calle del pueblo medieval. A continuación, 223 escalones de la Vía Sancta conducen a la Puerta del Fuerte, que permite el acceso a la Plaza St. Amadour. La cripta y la Virgen Negra en la capilla de Notre Dame son el corazón de uno de los centros de peregrinaje más antiguos del Occidente cristiano. Desde hace siglos, miles de peregrinos lo visitan durante las temporadas de clima más benigno.

En la soledad del invierno es encantador pisar los mismos innúmeros pasos peregrinos, alojarse en el único y acogedor hotel abierto en esa época, cenar en su sencillo e íntimo restaurante, y saborear el exquisito queso de Rocamadour acompañado por vinos de la región.