Conocer la Costa Amalfitana siempre había sido un sueño bien guardado en un cajón, especialmente Positano. Si bien había visitado otras islas del sur de Nápoles (Capri, Ischia y Prócida), llegar a Positano era algo que anhelaba especialmente.
Recuerdo al novelista norteamericano John Steinbeck cuando dijo: "Positano te marca. Es un lugar de ensueño que no parece real mientras se está allí, pero que se hace real en la nostalgia, cuando te has ido?"
Enclavada en el golfo de Salerno, a 40 km de Nápoles, se disputa permanentemente la primacía de la Costa Amalfitana con Ravello, pero especialmente con Amalfi. Uno de los municipios vecinos es el de Vico Equense, donde se inventó la pizza a metro, según la descipción de Pietro, un vecino de ese lugar que conocí de manera casual, pero que me transmitió todo su orgullo por la original pizza.
Desde Sorrento tomé un aliscafo que en 40 minutos me llevó a Positano, conocida a nivel turístico recién a partir de la década del 50.
Sus habitantes son menos de cuatro mil y gran parte de sus actividades están relacionadas con la moda, la cerámica y el limoncello, además del turismo.
Su arquitectura bizantina con cúpulas, casas blancas y bajas colgadas en las montañas, con sus encantadoras terracitas, dejan perplejo al visitante. Emerge en medio de las construcciones la iglesia de Santa María Assunta, con su Virgen negra en el altar principal. En el oratorio de esta iglesia había una exposición de Caravaggio llamada El último grito, una oportunidad más para admirar al maestro milanés de las luces y sombras.
Justo enfrente de Positano están I Galli, islas están directamente relacionadas con el antiguo mito de las sirenas y nombradas por Homero.
Disfruté haciendo un viaje en el colectivo local por sólo un euro. Di vuelta al lugar entre curvas, subidas y bajadas; fue como tener la oportunidad de ver un puñado de postales.
En la plaza Dei Dogi vi un negocio que decía en su fachada: Dicen que los dulces hablan directamente al alma. Espié la vidriera con sus variedades de cremas, masas y licores..., y no quise perder esa experiencia; entré a esa pastelería y acompañando los dulces con un capuchino auténtico me despedí de Positano.
María Julia Morales