BERLIN.- Cifras, sólo cifras y algunos pedazos que se mantuvieron para el recuerdo. No quedó nada más que la frialdad estadística contabilizando 66,5 kilómetros de alambrada metálica, 302 torres de vigilancia, 20 búnkers, 105 trincheras con barreras para vehículos, 127 vallas de contacto y señalización, 124 caminos de columnas, 259 pistas de carrera para perros adiestrados para la persecución, 155 kilómetros en total que cercaban Berlín y Potsdam.
Eso era el muro que ya no existe. Muchos alemanes recuerdan la época y aseguran que había que ser un pájaro para cruzar para siempre esa pared. Paradoja de los hombres y sus palabras, la denominación que se le dio a los primeros jóvenes que comenzaron a voltear la pared con picos y martillos fue precisamente pájaros carpinteros.
Los compradores iniciales de piedras pintarrajeadas de un solo lado y gris amarronado del otro hicieron su agosto, su noviembre si se quiere, porque fue el 9 de ese mes, en 1989, que los alemanes derribaron la mole granítica que comenzó a construirse el 13 de agosto de 1961.
Luego, los aprovechadores de siempre empezaron a vender junto a la Puerta de Brandenburgo cualquier tipo de mineral que pudiera convencer al viajero despistado que se trataba de una pieza auténtica perteneciente al muro de Berlín. Hoy casi no queda quien crea en sus juramentos y los vendedores colocan sobre sus mesitas del margen izquierdo de la avenida Unter den Linden toda la bijouterie comunista imaginable: prendedores con la imagen de Lenin, de Stalin, de Marx, de los tres juntos, insignias y condecoraciones militares, uniformes, gorras, abrigos, folletos, cuadritos, banderas y un largo etcétera que seguramente habrá de durar un tiempo más, algunos años, hasta desaparecer como recurso para la supervivencia de los mercachifles, la mayoría de ellos extranjeros desocupados venidos de Oriente.
Si la ciudad de Berlín espera el año 2000 para transformarse formalmente en la capital de Alemania, hay otras zonas y municipios para los que el ingreso al tercer milenio no tiene mayor significado que el mero cambio de siglo.
Destino de reyes
Una de ellas es Potsdam, lugar de visita obligada para aquellos que desean encontrar en pocos kilómetros cuadrados una exposición de la arquitectura histórica germana. Se trata de la antigua residencia de los príncipes de Brandenburgo. Los reyes prusianos se establecieron allí desde 1701. Dicen que entre sus jardines transitan por las noches los fantasmas de los Hohenzollern. Y aunque no sea cierto, al mirar los edificios, el verde sembrado ante los palacios, estatuas y cúpulas sobrias pero monumentales, el viajero advierte que la herencia de las familias reales ciertamente ha quedado en Potsdam para siempre.
La historia le deparó misiones impensadas por la nobleza, porque fue entre las paredes cubiertas de enredaderas y bajo los techos de teja del palacio de Cecilienhof que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial llevaron adelante las negociaciones que determinaron, entre otras cosas, la división de Alemania y la partición de Berlín en cuatro sectores: el norteamericano, el inglés, el francés y el soviético.
Pero no hay joya más preciada ni representativa de Potsdam que Sans-Souci, un complejo soberbio y elegante que no admite dudas acerca de su condición de espacio para el descanso de un emperador.
Las escaleras gigantescas, las fuentes, las estatuas de mujeres, hombres y animales, el jardín escalonado, todo el panorama imaginado por Federico Guillermo I para albergar nada menos que a sus míticos granaderos en cuarteles de lujo, fue seguido por Federico II, cuando le encargó a su maestro mayor de obras, Knobelsdorff, la construcción de un palacio en medio de viñedos diseminados en forma de terrazas.
El salón de té chino es un alarde del monarca, que pasaba horas allí solo o acompañado, para inspirar sus ambiciones de poeta o simplemente hacer sonar sus flautas, cuya música se oía apenas desde los jardines arbolados.
La pinacoteca del conjunto arquitectónico, por su parte, es otro de los orgullos de una historia de grandeza que los alemanes no intentan ocultar. Pasear por las calles de Potsdam es reconocer centímetro a centímetro una parte importante del espíritu alemán, ese que condujo a tantas grandezas ejemplares, pero también a tragedias de dimensiones descomunales.
En realidad, cuando el viajero decide ir hasta Potsdam ni siquiera se da cuenta que ha salido de Berlín. La cercanía permite llegar, ver, oír y regresar a la gran ciudad en cuestión de horas, una mañana o una tarde. Pero vale la pena tomarse ese tiempo de calma para saber por cuenta propia si son posibles, en todo o en parte, las historias que hablan de aquellos fantasmas.
Naturaleza en la ciudad
No es únicamente una urbe fantástica, movediza, encendida, lo que habrá de encontrar el viajero en la capital eterna de Alemania. Sólo el Tiergarten (Jardín de los Animales), un parque gigantesco extendido desde las escaleras del Reichstag que en su tiempo fue el coto de caza del príncipe Elector, es una muestra acabada de que cultura, naturaleza y urbanística pueden convivir en armonía.
Se trata de un pulmón verde en cuyo centro se alza la columna del Angel de la Victoria, construida entre 1869 y 1873 por Heinrich Strack. En la cúspide, a 68 metros de altura, está la estatua del Angel dorado, esculpida por Friedrich Drake, que recuerda las victorias prusianas en mil batallas durante el siglo pasado.
Originalmente, la columna fue emplazada en las puertas del Reichstag; hasta que Adolfo Hitler decidió cambiarla de lugar en 1938. Los visitantes suelen subir hasta los pies del Angel dorado para disfrutar desde allí de una panorámica notable de la ciudad.
En el Tiergarten, el parque barroco fue rediseñado, readaptado a la ciudad, a principios del siglo XIX. La tarea estuvo a cargo de Peter Joseph Lenné, que le imprimió cierto aire inglés a los jardines. Luego, en 1957, la creatividad de los arquitectos de entonces permitió que se levantara en el extremo noroeste el barrio de la Hansa.
No se imagina el viajero que encontrará en pleno barrio de Kreuzberg, residencia de millares de inmigrantes turcos, una cascada real en medio de un parque. Tampoco que el Jardín Botánico, ubicado entre Lichterfelde y Dahlem, de 42 hectáreas, integra una de las colecciones de flora más importantes del mundo, con 18.000 variedades de especies. Y mucho menos se sentirá en Berlín cuando ingrese en el invernadero enorme que alberga paisajes tropicales en su interior.
Un espectáculo aparte es el famoso puente de madera de Glienicke, de 300 metros de longitud, que une Berlín y el Palacio de Caza de Glienicke con Potsdam. En la época de la división alemana, el puente fue escenario de tramas misteriosas. Sobre él transitaban hacia un lado y hacia el otro los espías y prisioneros que intercambiaban los bandos en pugna.
Lo dicho: conocer Berlín no es solamente hurgar en sus rincones urbanos, edificios, museos. También es necesario, para conocerla a fondo, meterse en aquellos espacios abiertos que los berlineses quisieron siempre mantener, más allá de guerras y de ideologías.
Leonardo Freidenberg
Recomendaciones
Aéreo
Lufthansa llega a Berlín vía Fracfort. El boleto de ida y vuelta sale 1300 dólares en temporada alta (hasta el 19 de julio) y 1200 en intermedia (20 de julio al 30 de septiembre).Tarda 15 horas.
Transportes
Berlín es una ciudad que permite trasladarse fácilmente ya que posee una amplia red de ómnibus, trenes y subterráneos. Si opta por alquilar un auto mediano, le saldrá aproximadamente 290 dólares la semana y 45 el día adicional, con seguro contra robos, choques e impuestos incluidos. Si se lleva el auto desde el aeropuerto se recargan 10 dólares.