

PRAGA.- El primer intento de caminar por el famoso Puente Carlos IV no funciona. O bueno, funciona a medias. Hay gente, turistas apurados, tanto movimiento que algo tan simple como caminar 500 metros resulta un plan complicado. Cada una de las treinta estatuas tiene cola para sacar fotos. Todos los miradores están ocupados. El puente está ahí y uno también, pero la situación turística es altamente incómoda. Igual que un domingo en el zoo.
Son las 10 de la mañana y hay ambiente de mediodía en la ciudad de moda del mundo. Praga, la que corrió el corazón de Europa hacia el Este. Aunque cada vez es más cara, todavía resulta económica comparada con Londres o París, y los europeos la eligen para una escapada de fin de semana. Los americanos comenzaron a incluirla en sus visitas a Europa, y los latinoamericanos no se quedan atrás. Sólo en los primeros seis meses de este año, la cantidad de visitas latinas creció un 16 por ciento.
A los extranjeros se suman los turistas nacionales, que viven en pueblitos del campo y ansían conocer los monumentos y ver de una vez la grandiosidad de su capital.
El fenómeno del turismo en la República Checa comenzó hace unos diez años, pero desde 2004, cuando el país ingresó en la Unión Europea, se produjo un boom que se mantiene.
La llegada de turistas a Praga no tiene límites. Crece como a veces crece el Moldava, el río más largo de los 40 que tiene el país. Y en la misma época que el río, en verano, aumenta tanto que parece que Praga se va a desbordar. Y se desborda; rebasa de gente colorida, que mira, compra y deja millones de euros en el país. El año último fueron tres mil millones, y se calcula que este año la cifra será superior.
El camino hasta el Puente Carlos IV se puede hacer a orillas del Moldava o Vltava, como le dicen los locales, y ver otros puentes ( most , en checo), y ojo con el tranvía, que es el único que no para en los semáforos. El paseo es verde y calmo. Cruza la antigua Universidad de Carlos, el Rudolfinum, el Klementinum y el Museo de Arte Decorativo.
Pero ese camino calmo lo descubro más tarde. La primera vez es caótica, desesperada, en calles angostas y gobernadas por guías de tours con paraguas para llamar la atención de su grupo. Lo mejor, casi el único movimiento posible, es mirar para arriba, más allá de las tiendas de souvenirs, y conectarse con el universo de las cúpulas doradas. Praga tiene más de cien cúpulas y siempre están a la vista. Más ahora, después de la reconstrucción de la ciudad, cuando las untan con una cera que les da brillo extra.
Llegar a Staromestská, la plaza de la Ciudad Vieja, es un alivio. El mar de turistas sigue bravo, pero no importa: es una de las plazas más grandes de Europa y resiste el amor del turismo por la ciudad. También es una de las plazas más increíbles. Hay que sentarse un rato, en un café o en el medio, con un mapa, y mirar los edificios que la rodean, góticos, como la iglesia de Nuestra Señora de Tyn con sus dos torres de 70 metros, y también las casas burguesas renacentistas y barrocas y rococó. Praga es tan antigua y célebre que guarda una colección de estilos arquitectónicos.
En un costado de la plaza, la estatua de Jan Hus, el predicador religioso que fue quemado en la hoguera por sus ideas reformistas, es un buen lugar para hacer un alto en el largo camino hacia el Puente de Carlos, como le dicen todos.
Saliendo de la plaza camino al puente, el Reloj Astronómico da la hora desde el 1400, y sólo fue reparado una vez, en 2002, el mismo año en el que se produjo la gran inundación de la ciudad. Si sale de Praga lo verá, el país es muy verde por las lluvias. "Nosotros tenemos 23 tipos de verde, pero los irlandeses tienen 27", dice Slata Mederos, con cara de ufa, nos ganaron. Slata es guía turística. Tiene el sentido del humor ácido de los checos, y con 48 años sufrió el dominio ruso. Por eso no le tiene simpatía a la sopa borcsh ni le gusta Moscú, y aunque aprendió ruso en la escuela prefiere no hablarlo.
En este día de sol, sacarle una foto al reloj supone esperar que termine el tour de japoneses. Después sigue una pareja de alemanes que está ahí hace rato, y... huy, más allá viene a toda marcha y a los gritos un grupo de andaluces. Además, la foto saldría mejor si se corriera la fila de guías al paso que esperan clientes con ganas de conocer Praga por 30 euros la hora (cada uno lleva un cartel con el o los idiomas que domina). La foto quedará para mañana, quizá para el jueves, tal vez en el próximo viaje.
Nostalgias de la calma
El segundo intento de caminar de punta a punta el famoso Puente de Carlos es mejor que el anterior. Recuerda un poco más la ciudad oscura que engendró a Kafka y pasó la guerra, a esa que soportó el dominio ruso, que vivió y sufrió la histórica Primavera, inspiró a Kundera y animó la pacífica Revolución de Terciopelo.
Esta intentona es por la tarde, a la hora de las sombras. Salgo desde la plaza Wenceslao hacia el Paseo Real, una de las treinta calles más caras de Europa.
Aquí toca aclarar algo: Carlos y Wenceslao, en checo Karel y Václav, son nombres muy populares en la República Checa. Entenderlos es difícil porque el checo es un idioma imposible para el que no lo habla. Pero ahí están, en honor del emperador Carlos IV, que gobernó entre 1346 y 1378, y fue un gran impulsor de las artes y las letras, y el rey Wenceslao, asesinado por su hermano cuando tenía apenas 30 años. Con el tiempo fue santificado y recordado como el padre de la patria. El querido presidente Václav Havel, el primero elegido democráticamente, que gobernó hasta 2003, lleva su nombre.
Real y reciclado
El Paseo Real es peatonal y comercial. Están Benetton, Zara, MNG, H&M, Puma, y otras tiendas de marca en solares de doscientos o trescientos años, que podrían ser museos de arquitectura, con cariátides, columnas clásicas y escaleras de mármol.
Entro en la ciudad antigua por la Puerta de la Pólvora, sigo hasta Josefov, el barrio judío. Trato de entrar en la Sinagoga Vieja Nueva y al antiguo cementerio. Me informan que hay una sola entrada para los principales sitios judíos (cuesta 20 dólares y es una de las más caras de la ciudad), pero para sacarla la cola es de media cuadra. Sigo. Hoy, el objetivo es el Puente de Carlos. Finalmente, ahí está, iluminado por el sol que ya se va, tan elegante... y lleno de gente. Pero la tarde apaga la energía turística y la empuja suavemente hasta los pubs, donde se consigue la mejor pivo , según los checos, del mundo. Pivo quiere decir cerveza, y la República Checa es el primer lugar donde se elaboró y uno de los mayores consumidores del mundo (el país tiene 50 fábricas de cerveza).
El tema es que como hay menos turistas se puede caminar de una punta a la otra por el Puente de Carlos. Permite ver las estatuas de piedra arenisca negrísima y oír a los músicos que tocan jazz al atardecer.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Puente de Carlos se volvió peatonal, pero durante 600 años soportó el peso de toda clase de carruajes. Es de piedra, y el más antiguo de la ciudad. Lo mandó a constuir Carlos IV en 1357, para reemplazar uno anterior.
Definitivamente, el segundo intento es bueno, pero el tercero es el mejor. El despertador suena a las 6, cuando todavía es de noche y las tropas turísticas aún no bajaron a desayunar. Esta vez, llegar al puente por cualquier camino depende del ritmo propio y no de los obstáculos.
La ciudad está dormida. Aparecen callejones ásperos, misteriosos y con ruidos desconocidos. Son los mismos de la mañana, pero parecen otros. Con la ciudad callada es fácil imaginar tiempos lejanos, eslavos, bohemios. Tiempos espesos, suntuosos. Tiempos de guerra y de reconstrucción.
En el tercer intento veo el puente como sólo se ve en las fotos viejas: vacío. Cerca de la mitad, pasa un chico en bicicleta, y llegando a Mala Strana, dos mujeres vestidas de secretarias lo cruzan apuradas. Sólo en el tercer intento camino por el Puente de Carlos y veo a Praga. Al fin.
Por Carolina Reymúndez
Enviada especial
Enviada especial
Una bajada en ascenso
Praga, además de ser Praga, ha sido Roma, Viena y la ciudad que a los directores de cine se les ocurra. Esto lo comenta la guía Slata Mederos cuando mira los techos rojos de la ciudad desde las alturas del Hradcany, el barrio del Castillo, el más importante de los cientos de castillos que hay en la República Checa. El 80% del castillo está ocupado por instalaciones del gobierno, el resto por los turistas. Es el monumento más visitado de la ciudad, junto con el Puente de Carlos y la plaza Staromestska. Las vistas desde la torre son espectaculares, y la catedral de San Vito, donde están los restos de San Wenceslao, negra, antigua y dorada. El castillo es gigante; reserve por lo menos medio día para conocerlo y bajar -desde las alturas de Praga- caminando hasta Mala Strana, un barrio de moda, con cafecitos y hoteles boutique, donde se alojan los artistas (hace poco estuvo Anthony Hopkins) y los que ya visitaron varias veces la ciudad y saben dónde está lo nuevo.
En el camino se pasa por Nerudova, la calle que homenajea al poeta checo Jan Nerudova, de quien tomó su nombre Pablo Neruda. El paseo es una bajada larga y adoquinada que termina en el Puente de Carlos IV.
Datos útiles
Cómo llegar
Un pasaje de Buenos Aires a Praga vía Milán cuesta desde US$ 1000 por Alitalia. www.alitalia.com.ar
Transporte
Si bien lo mejor en esta ciudad es caminar y caminar y caminar, el metro cubre las principales áreas turísticas; es limpio, cómodo y barato.
Gastronomía
Comparada con otras ciudades europeas, Praga es más económica. Sin embargo, por estar de moda también es cada vez más cara. Hay muchos lugares, pero aquí van dos cafés (kavarna, en checo) que valen una parada: Slavia y Kavarna, el café que está en el Teatro Nacional, un monumento al art déco. Un capuchino en estos lugares cuesta 90 coronas, poco más de 3 euros. Si bien el país ya es parte de la Unión Europea sólo a partir de 2010 utilizará el euro. Por ahora son coronas.
El restaurante Upinkasu, cerca de la plaza Wenceslao, en el centro es una buena parada para el mediodía: trucha con vegetales, 6 euros; ensalada, 4; Pilsen Urquell, 1,5 euros.
Conciertos
Muchas iglesias, teatros y museos abren por las noches y ofrecen conciertos de música clásica que cuestan alrededor de 20 dólares. Si quiere comprar música clásica, pase por Trio Music Shop, justo debajo de la casa de Kafka, en la entrada a la judería.
Más información
Oficina Nacional Checa de Turismo; Moreno 431; 4711-3613
En Internet
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