

Estaba hospedada en la casa de mi amiga Yolanda, casada con Andrea hace 23 años. Ella vive en Canicatti, Agricento, un pueblito precioso, de calles estrechas y casas muy antiguas (al ser centro histórico no se pueden tocar los frentes de las casas).
Tuve la suerte de que justo sea Semana Santa y ella, junto con Andrea y su prima Dina me llevaran a ver cómo se celebra allí.
El Jueves Santo se sale desde la iglesia de San Diego (la principal) en una procesión acompañando a Jesús (una escultura bellísima y muy conmovedora) hasta otra iglesia más arriba donde se deposita la estatua y se hace un velatorio, pues la gente va a visitarlo y permanece allí un rato, rezando y acompañándolo.
El viernes Jesús regresa a San Diego, lo visten (aclaro que es gente seleccionada para cumplir esa tarea) y luego lo vuelven a llevar a la otra iglesia más arriba, cargando la cruz. Lo cargan muchísimas personas que también son elegidas, porque la tarima junto con la estatua y la cruz son pesadísimas. Además el camino es muy empinado, con lo cual debe ser gente joven y fuerte.
Todo el pueblo lo acompaña en su Calvario, todos luciendo sus mejores galas. La banda musical hace sonar una melodía que se repite continuamente. La policía también luce su uniforme de gala y se nota en el ambiente un profundo respeto, silencio y recogimiento. El cielo amenaza lluvia y todo parece tan real, tan creíble, a pesar de no ser más que estatuas, estatuas representando un ritual que se repite año a año.
Camino al Calvario salen de otras iglesias San Giovanni y la Virgen María, también en tarimas y llevados a pulso por la gente; los tres van camino a la iglesia, cuesta arriba.
Llegan, suben las escaleras hacia la cruz y Jesús es colocado en ella. Este es el momento más conmovedor. El sacerdote dice unas palabras y todo queda así hasta que llega la noche y Jesús es descolgado de la cruz, lo colocan en el féretro y recorre las calles del pueblo acompañado por San Giovanni y la Virgen María, para luego llegar a la iglesia de San Diego (donde permanecerá hasta la Pascua del año próximo), y tanto la estatua de la Virgen María como la de San Giovanni deben regresar a sus respectivas iglesias, lo que da pie a una coreografía muy hermosa, porque ninguno quiere despedirse de Jesús. Las estatuas ora se alejan, ora se acercan hasta que finalmente se despiden.
El sábado fuimos a Monreale (cerca de Palermo) a la casa de la hermana de Andrea (Franca y su marido, Giovanni, junto con todos sus hijos y nietos, una familia hermosa y de una calidez imposible de olvidar). Con ellos por la noche fuimos a la misa de las 12, en la catedral de Monreale, con todo el interior revestido en oro, espectacular por cierto. El lugar era imponente, el olor a incienso y la misa muy conmovedora.
El domingo almorzamos en Giacalone, donde ellos tienen su casa de campagna en la cima de una montaña desde donde se veía el mar, un lugar de ensueño. Llegamos cerca del mediodía y ya tenían todo dispuesto: las mujeres se ocuparon de la lasaña con ragú, de los alcauciles al horno, de las ensaladas, de la colomba (una especie de pan dulce sin frutas secas), de los confirmarconfirmarcannoles y la cassata siciliana (una especie de torta de ricota con fondant de almendras y frutas glaseadas, exquisita). Los hombres, de la carne al asador (chinchulines de cordero, cebolla de verdeo envuelta en panceta) y las milanesas (en vez de huevo le ponen aceite de oliva, las empanan y a la parrilla). Ni bien terminaron de almorzar, enseguida empezaron a preparar los tagliatelle para el lunes porque allá no se trabaja, es Pasquetta. Luego amasaron una suerte de pizza, pero sin queso, realmente exquisita.
Pero lo que no olvidaré es esa alegría de vivir, a pesar de que los tiempos que atraviesan no son los mejores. Siguen apostando a estar juntos, a ayudarse unos a otros y recibir a los amigos de los parientes como si fuesen su propia familia. Realmente sentí que era una más de ellos y que los argentinos somos hijos de ellos, los italianos que alguna vez bajaron de los barcos buscando un futuro mejor.
Por Alejandra Belgrado
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