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PULPERIAS Con el estilo de siempre

En estos negocios de campaña, a rápido alcance de la City, se puede desde tomar una grapa hasta jugar a los naipes, sin necesidad de vestir bombachas de gaucho y portar un facón




Las primeras pulperías que desaparecieron eran urbanas -había más de 300 en esta capital del Virreinato antes de los jubilosos días de Mayo de 1810-, pero unas pocas, afortunadamente, sobrevivieron lejos de la ciudad.
Lugar de encuentros, que cobijaron desde bravuras hasta romances -una canción inmortalizó a la pulpera de Santa Lucía-, consiguieron renombre a expensas de motivos diversos.
Como aquella que, décadas más tarde, enarboló una veleta con perfil de potro y terminó por darle nombre a un barrio porteño: Caballito. O El Pasatiempo, en Venezuela y Quintino Bocayuva que visitaban payadores y frecuentaron Gabino Ezeiza y José Betinotti.
Pero la ciudad se propuso otras metas, y las pulperías cayeron bajo la piqueta del progreso edilicio, mientras que las suburbanas y las del interior quedaron marginadas por el trazado de nuevos caminos, pavimentados y urgidos, por donde el turismo ahora pasa indiferente a semejante pasado.
Sin embargo, en tren de un paseo suburbano, las pulperías sobrevivientes satisfacen la curiosidad adicional.
Todavía algunas están en pie en Chivilcoy o en Mercedes. Unas pocas se avistan desparramadas por zonas rurales cercanas a Zárate, Baradero, San Antonio de Areco, Bolívar o el Tuyú.
Sin proponérselo, los bolicheros -como prefieren llamarse a sí mismos quienes heredaron la labor pulpera- transformaron sus locales en modestos museos, como sucedió con El Recreo, de Chivilcoy, que hoy es deliberadamente uno de ellos, privado, pero de visita sin restricciones, que guía, cuida y asiste Carlos Antonio Cura, todo un tradicionalista que integra la Agrupación Gaucha y es nieto del genovés Carlos Rossi, fundador del local (1881).

Festejo con locro

Otras, como la muy requerida Pulpería de Cacho (Di Catarina), de Mercedes, donde este hijo y nieto de pulperos sirve caña, ginebra, picadas y empanadas. El próximo martes, tras el desfile del 189º aniversario patrio, todo el gauchaje enfilará hasta la pulpería donde le espera humeante locro (a 6 pesos) y empanadas fritas (a 60 centavos).
Debe descontarse la guitarreada y no pocos contrapuntos verseados bajo el alero de la pulpería, junto al puente del viejo camino a Areco y que salva las mansas aguas del Luján.
Por allí un día llegó don Segundo Ramírez, el santafecino de Coronda inmortalizado con un apellido de ficción -Sombra-, y fue atendido por don Salvador Pérez Méndez, abuelo materno del actual pulpero, trenzado desde entonces en amistad gaucha con el resero arequero.
Seis o siete décadas después, a este heredero -que en Mercedes llaman el último de los pulperos - le cupo ceder el viejo boliche para registrar toda una coincidencia: escenas del film Don Segundo Sombra .
Algunas pulperías conservan las viejas verjas protectoras, como Miramar, el boliche de campo que fue erigido en un camino que va de Bolívar a Vicente Casares, pero nadie duda que se trata de locales en extinción, por más históricas que se considere a estas postas.
No existe consideración que les otorgue finanzas gubernamentales para mantener, apuntalar y remozar sus castigados edificios.

Truco y buena comida

Algunos están flanquedos de canchas de bochas o de sortija, aunque ya no quedan muchos cultores de esos entretenimientos y, por la crisis económica, no siempre se juntan cuatro parroquianos para un truco.
No suele faltarles palenque, como sucede con el viejo madero que emerge en la esquina del almacén y pulpería Benssonart, en Zapiola y Segundo Sombra, en San Antonio de Areco donde, precisamente, el personaje real que inspiró a Ricardo Güiraldes hacía su parada tras trotar desde el puesto La Lechuza, cerca de las ahora estancias turísticas La Bamba y El Ombú.
Fue La Lechuza el último albergue de don Segundo, un puesto que también está en pie, fue pulpería y puede visitarse desde el camino. Se trata de la carretera de tierra (provincial 31) que lleva desde Areco hasta el paraje El Tatú, luego llega a la ruta pavimentada 193 y desemboca en Zárate.
Pero si de truco se trata, Juan Carlos Jaime, pulpero de El Resorte, prácticamente único edificio habitado frente a la ahora inútil estación Vergara, no lejos de la ruta provincial 20 y el río Samborombón, habilita los sábados por la noche premiados concursos de truco.
Algunos expertos, verdaderamente teatrales en el pedido del envido, llegan hasta de La Plata por la ruta 36 y giran a la derecha por el pavimento que lleva al pueblito José Ferrari.
De allí siguen por el camino enripiado a Vergara, pero más que soñar con el as de espada y el conteo de porotos, piensan en los lechones que se doran en la parrilla de Jaime, que también dispone de chorizos de campo, hormas de queso y pobladas estanterías de boliche viejo.

Es lo que hay

Como sucedió en el pasado, las pulperías ya no son lugar de reclutamiento de votos para un festejado arreo hacia las urnas. Su único destino social es constituirse en un simple cobertizo de nostalgias.
Algunas son ahora viejos almacenes donde se encuentran bebidas añejadas o penosamente abocadas para siempre, tras soportar el paso del tiempo.
A esas inclemencias se agregó humo, humedad, telarañas, y finalmente una arrinconada devoción que los pulperos destinaron para esa inmortalidad mustia, estrechada entre los viejos estantes.
No hay viajero del pasado -incluidos los puntillosos cronistas ingleses- que haya dejado de contribuir con una descripción de las tan mentadas pulperías, ni sainete criollo que se privó de valerse del clásico enverjado que separaba al pulpero de su clientela, montado sobre el escenario.

Las andanzas de Juan Moreira

El circo de los Podestá fue el primero, con la puesta de Juan Moreira , en Chivilcoy en 1886, ya en la versión de Eduardo Gutiérrez, y doce años después de la muerte del protagonista, vago y mal entretenido .
Moreira simbolizó a los personajes más temibles que justificaban las rejas encaramadas en el mostrador, esas que protegieron -no siempre- a los taberneros (españoles, gallegos, en su mayoría, y hasta italianos). El gaucho malevo inauguró su vida delictiva, precisamente, con la muerte del pulpero genovés Sardetti.

Ideal para finesemaneros

Que los tiempos violentos retornaron -y se aconseja visitar las pulperías en los fines de semana y feriados- se demostró hace algunos años cuando, según mentas, en la pulpería Los Ombúes, cerca de Andonaegui, partido de Exaltación de la Cruz, fue muerto el pulpero Cachaea por una partida policial. Relatos escuchados en esos pagos aseguran que los violentos buscaban la recaudación escondida en latas, y no lograron encontrarla.
A su vez, en El Torito, posta y viejo almacén del Camino Real tendido desde Baradero hasta Areco y Capilla del Señor, frente al mostrador, fue abatido el policía Somohano. Sucedió casi un siglo y medio después que pasaron las carretas que, hacia Santos Lugares, llevaron a Camila O´Gorman y su enamorado cura Guitérrez. Fueron fusilados el 18 de agosto de 1848.
Juego, duelos, reclutamientos para pelear en la frontera y milongas dibujadas sobre el piso de tierra apisonada constituyeron algunas de las pasiones protagonizadas en las pulperías.
Unas pocas fueron valiosas postas en la remuda de animales para el transporte de los correos, los viajeros audaces y para sosiego de las tropas enroladas en la guerra por la Independencia. Fueron y son como espejos donde detectar cierto perfil de los argentinos.
Francisco N. Juárez

Porteñas y provincianas

La Banderita, de la avenida Montes de Oca y Suárez; La Blanqueada, de Cabildo y Pampa, y La Paloma, de Santa Fe y Juan B. Justo, fueron algunas de las viejas pulperías más populares que perduraron en Buenos Aires, reformadas para subsistir hasta que fueron demolidas. Cuando el barrio Sur cedió su primacía, la hoy calle Florida llegó a tener media docena de pulperías, acorde con la memoria rural, que tuvo su primera exposición ganadera en Florida y Paraguay.
El Camino del Norte hizo que florecieran muchas de estas tabernas, como La Roldanita, de Cerrito y Santa Fe, y más allá, por esta avenida, La Sol de Mayo. El Pasatiempo, de Venezuela y Quintino Bocayuva, albergó a payadores, algunos de fin de siglo, y músicos. Hubo varias Trompezón, muchas Blanqueadas y varias Coloradas. En el interior se recuerda La Colorada, de Balcarce; Los Dos Machos, de San Pedro; La Macanuda, de Mercedes; El Gualicho, de Las Flores; La Buena Moza, de Rauch, y El Destierro, de Azul.
Para extender las indagaciones sobre el tema, hay que hurgar sobre la historia de las postas, de las mensajerías y otras yerbas. Hay una amplia bibliografía que abrevó el estudioso Carlos Antonio Moncaut. Sus libros también hablan de las propias peregrinaciones por los caminos viejos.

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por Redacción OHLALÁ!


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