


Cuando abrió sus puertas en 1967, los fundadores del Hotel Watergate alardearon diciendo que este vasto complejo modernista, ubicado a orillas del río Potomac, sería sinónimo de lujo, alojando en sus habitaciones a los visitantes más glamorosos de la capital de Estados Unidos. Por el contrario, el hotel Watergate fue sinónimo de escándalo y de una de las mayores conspiraciones políticas de Estados Unidos, que provocó la caída de un presidente.
Nada de eso preocupa a Jacques y Rakel Cohen, los nuevos dueños, quienes consideran que la historia, como sea que se cuente, representa una rara oportunidad. Casi una década después de que se cerraran las puertas del hotel, los Cohen lo abrieron con la esperanza de renovarlo y restaurar sus raíces de mediados de siglo gracias a una inversión de 125 millones de dólares.
La investigación periodística que iniciaron en 1972 dos periodistas del diario The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, destapó un entramado de espionaje político que llevaba directamente a la Casa Blanca, y que terminó con la renuncia del republicano Richard Nixon.
Las llaves de las habitaciones despliegan el siguiente mensaje: "No es necesario forzar la entrada". La voz del ex presidente Richard Nixon pronto podrá escucharse en los baños y también en la grabación de fondo del sistema telefónico del hotel, cuyo número, 617-1972, evoca el 17 de junio de 1972, el día en que 5 hombres irrumpieron en las oficinas del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate y cambiaron la historia del país.
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