Recife se hizo la fama por Venecia

Inmenso decorado de una película en blanco y negro de procedencia desconocida, un paseo por Recife nos transporta a una realidad cinematográfica de contornos difusos.

Surcada por dos ríos que la dividen en tres barrios-islas (Recife, Boa Vista y Santo Antônio, comunicados entre sí por más de cien puentes), es llamada La Ciudad de las Aguas y también La Venecia Brasileña.

Un recorrido por la ciudad comienza en el Recife histórico, un compendio de iglesias y edificios coloniales que parecen resistir el paso de los siglos sin ningún inconveniente.

El más llamativo es el Convento Franciscano de Santo Antônio, construido en 1606, que deslumbra con sus ornamentos de cedro y jacarandá enchapados en oro. Cerca de allí se encuentran otros monumentos de la arquitectura religiosa: la catedral de Sâo Pedro dos Clérigos, de 1782, la basílica de Nossa Senhora de Carmo, de 1675, y la Igreja do Rosário dos Homens Pretos, de 1662.

Hay en la ciudad dos fuertes, que funcionan como museos: el Forte do Brum, construido por los portugueses en 1629, y el Forte das Cinco Pontas, edificado por los holandeses en 1630.

Hay también otros museos que ameritan una visita. Estos son el Museu do Homem do Nordeste, el Museu Franciscano de Arte Sacra, el Museu do Açucar y el Museu de Antropologia, que atesoran valiosísimas colecciones de objetos pertenecientes a las culturas afrobrasileñas y a los primeros tiempos de la Colonia. Pero la cultura nordestina está viva en cada rincón de Recife. En las esquinas afloran músicos callejeros que interpretan forró y ciranda, virtuosos del acordeón y del cavaquinho que hacen bailar a cualquiera.

El recorrido histórico termina en la Casa da Cultura, la feria de artesanías más importante de Pernambuco, que funciona en el edificio que fuera antiguamente la cárcel municipal. Hoy, las celdas se han convertido en tiendas donde se consiguen las artesanías más variadas: instrumentos musicales, tejidos y esculturas en madera.

Boa Viagem, la playa principal y quizá la más bella de Recife, es una extensa costanera de arenas blancas superpoblada de palmeras, turistas y vendedores de artesanías, milhos verdes y jugos de frutas exóticas como cajá, cajú, jabuticaba, açaí y araçá. Sobre la avenida costanera están los mejores hoteles de Recife y las casas de veraneo más lujosas. Por esta razón es el balneario más concurrido.

En un puesto improvisado bajo una sombrilla una muchacha vende piña colada y agua de coco. No pregona su mercancía, pero el lugar está lleno de gente. Bastan sus ojos negros y su sonrisa de dientes blanquísimos que aparecen tras unos labios turgentes del color de la papaya madura.

Los cuerpos sensuales y la piel dorada de las mujeres pernambucanas representan una de las formas más acabadas de la belleza femenina. Y lo saben. Lo demuestran en su andar cadencioso, en la maestría a la hora de bailar un frevo o en la forma suave de decir o senhor, que es el modo más íntimo de llamar a alguien.

Cómo llegar: el pasaje aéreo a Recife cuesta 685 dólares (ida y vuelta, impuestos incluidos).

Alojamiento: la noche en un hotel de dos estrellas cuesta 15 dólares; en uno de tres, entre 30 y 50; en uno de cuatro, 60; en uno de cinco, entre 75 y 140 (precios por persona en habitación doble).

Gastronomía: una cena para dos personas, con bebida, oscila entre los 15 y los 60 dólares, dependiendo de la categoría del restaurante.

El espeto corrido es tan típico aquí como los camarones ensopados con xuxú.

Alquiler de autos: desde 150 dólares la semana.

Atracciones: tanto en Casa da Cultura como en Casa Amarela y el Mercado São José hay espectáculos de danza todos los días.

Sábados y domingos son los días de feria, donde se pueden comprar desde artesanías hasta una variada selección de frutas tropicales.

Itamaracá, una isla paradisíaca

Cuarenta kilómetros al norte de Recife se halla la Ilha de Itamaracá donde, dicen los locales, Adán y Eva pasaban sus vacaciones.

Más allá de la exageración la isla tiene muchas playas bonitas, especialmente en su sector norte. Además, es una buena opción para los que escapan de las playas concurridas.

La actividad de la isla se concentra en el Sur, donde se encuentran los establecimientos hoteleros, los restaurantes y la atracción central de Itamaracá: un fuerte holandés del siglo XVIII.

Los que visitan Recife suelen hacer una excursión a Porto de Galinhas, setenta kilómetros hacia el Sur.

A este antiguo puerto llegaban los esclavos de Africa (llamados gallinas por los contrabandistas luego de la abolición de la esclavitud).

El lugar es un pequeño pueblo de pescadores que se ha adaptado dignamente a los embates de la marea capitalista y globalizadora.

Los que antes fabricaban cestas de mimbre para transportar la pesca del día, hoy se llaman artesanos y las venden en las ferias; las casas donde antes sobraba alguna habitación hoy se llaman hospedajes y albergan a los viajeros de bajo presupuesto; las señoras que cocinaron siempre y eran conocidas por sus nombres, hoy lo siguen haciendo y las llaman cocineras.

Este es uno de los sitios predilectos de los turistas locales, no sólo porque tienen la posibilidad de salir a bucear por el arrecife que rodea la playa o pasear en jangadas -unas rudimentarias canoas de vela-, sino también porque se acostumbra a dejar pasar la tarde entre sorbos de cerveza bien helada y exquisitos camarones fritos.

Alejo Schatzky