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Recuerdos coloniales en las calles de Ouro Preto

La ciudad, que fue la atracción de los buscadores de metales preciosos en el siglo XVII, conserva casi intacta su impronta barroca de época




OURO PRETO.- El hallazgo de oro, a fines del siglo XVII, en la zona del pico Itacolomi desató una corrida sin precedente en Brasil, que convirtió esta ciudad en el sueño de buscadores de metales preciosos, que dejaron sus comercios en Bahía, las plantaciones de caña en Pernambuco o su Portugal natal en busca de El Dorado.
El poblado se convirtió en pocos años en una ciudad populosa, de unos 40.000 habitantes. Pero el oro comenzó a agotarse a mediados del siguiente siglo, lo que provocó una importante emigración en la Vila Rica de Albuquerque (así llamada en esa época), y hoy ya no convoca a aventureros, sino a turistas atraídos por uno de los conjuntos arquitectónicos más completos del arte barroco mundial, donde el siglo XVIII se detuvo para siempre. Y también por sus iglesias coloniales, como la de San Francisco de Asís, construida en la parte alta de Ouro Preto (Oro Negro, porque las pepitas aparecían cubiertas por óxido de hierro).
Imágenes al dorado a la hoja, finas tallas y altares recargados de ornamentación son parte del patrimonio de este templo, diseñado y construido por Antonio Francisco Lisboa, hijo de un destacado arquitecto de la zona y de una esclava africana, considerado el mayor artista brasileño del período colonial.
De Lisboa, conocido como Aleijadinho (Deformadillo), porque tenía una enfermedad que le atrofió los miembros, también son los púlpitos y las esculturas de la portada, mientras que las pinturas del techo y las del altar mayor, sobre paneles de madera, pertenecen a otro gran artista brasileño: Manuel da Costa Athayde.
En el corazón de las sierras, Ouro Preto, declarada en 1980 por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, enamora al visitante, lejos de las playas y sin garotas. Todo un mérito, con paisajes como el del pintoresco mercado de artesanías en el que se venden imágenes religiosas, réplicas de iglesias y piezas de decoración en piedra sabão (jabón), típica en la zona y utilizada por Aleijadinho en sus obras para sustituir el mármol europeo.

Paso lento

Las calles irregulares, con el piso de piedra colonial y siempre en pendiente, imponen el ritmo, invitan a transitarlas con calzado cómodo y, por momentos, a avanzar a paso lento, dejando atrás las coloridas fachadas de las casas y el Museo de la Inconfidencia, en homenaje a Joaquín José da Silva Xavier (Tiradentes), líder de la Inconfidencia Minera (1789), movimiento independentista abortado por la corona portuguesa y por el que fue condenado a muerte.
También se destacan las ornamentadas fuentes de época (chafarizes), los Pasos (pequeños oratorios que sólo abren para las fiestas religiosas), los puentes de piedra, los balcones de madera o hierro forjado, los bares con la infaltable cachaça, y los locales de artesanías, ropa y, claro, gemas. ¿Los precios? Desde unos pocos dólares hasta 10.000, incluido el famoso topacio imperial. "El 90% de la producción mundial sale de esta región. Es nuestro orgullo", dice un comerciante, en la plaza Tiradentes, que reúne en sus inmediaciones una veintena de comercios del rubro.
Siempre a pie se llega a la Casa dos Contos (1782-1784), uno de los edificios civiles más importantes de la ciudad, y luego a la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, que suma en sus ornamentos e imágenes 430 kilogramos de oro 24 quilates. En su interior, una baranda de jacarandá marca el límite que existía entre las familias acomodadas del resto, mientras que los esclavos ni siquiera podían traspasar la doble puerta del acceso principal de estos templos.
Antes, en la sacristía, se exhibe la cómoda más grande de Minas Gerais: es de jacarandá, tiene unos 10 metros de largo, y sus cerraduras y manijas están bañadas en oro. Una sugerencia: vaya al subsuelo a conocer el Museo de Arte Sacro. Atuendos religiosos, relicarios, cáliz e imágenes de enorme valor son parte de su patrimonio.
Este particular arte sacro minero también incluye ángeles y demonios negros, frescos que retrotraen a la geografía toscana, imágenes con rasgos orientales y hasta la escultura de un santo con un singular hueco en la espalda para ocultar y contrabandear oro. Un delito del que nadie parece haber escapado.

A la mesa

De techos bajos, con gruesos tirantes de madera y paredes de piedra, La Casa dos Contos es un clásico, funciona en el subsuelo de una antigua casona y se especializa en platos típicos, con influencias africanas, portuguesas e indígenas. La vedette, por tradición, es el feijão tropeiro, que lleva tocino, huevo, cebolla, arroz blanco, mandioca y verduras. Para el postre, las frutas en almíbar o el dulce de guayaba, acompañados por quesos blancos, son siempre bienvenidos por los mineros, que tienen fama de reservados.
"Este hermetismo inicial posiblemente se deba al recelo que rodeaba a los buscadores de oro cuando creían estar ante el descubrimiento de sus vidas. Pero apenas entran en confianza es otra cosa", explica Carlos Cardoso, guía cordobés que hace varios años hecho raíces en estas sierras.
Claro que si desea palpar algo de lo que sentían esos expedicionarios, Mina da Passagem, a 9 kilómetros de esta ciudad, cuenta con un trole que baja 120 metros por un angosto riel e ingresa en los túneles que llegaban hasta una de las iglesias de la vecina ciudad de Mariana. De esos túneles, a los que no podían acceder ni mujeres ni sacerdotes, en el siglo XVIII se extrajeron 35 toneladas de oro.
Durante el recorrido de 300 metros por la mina ya desactivada, con tramos a pie, el guía señala el techo, donde hay restos de cuarzo, arsénico, grafito y, lo más esperado, oro. Más adelante, un lago natural subterráneo, de aguas verdosas, permite hacer buceo en galerías de dos kilómetros de extensión.
Pero hay más curiosidades. Mariana, la primera ciudad planificada de Minas Gerais, a 15 kilómetros de Ouro Preto, tiene dos templos separados por unos pocos metros, en un claro ejemplo de devoción religiosa y de una época de exuberancia: la de San Francisco de Asís, que cuenta con finos trabajos de Aleijadinho y Athayde, y la de Nuestra Señora del Carmen, con sus tradicionales torres redondas. La plaza, coronada por estos templos, aún conserva un pelourinho (1750), donde se amarraba a los criminales para castigarlos en público.
El recorrido por Mariana no puede obviar la catedral da Sé, con sus 12 altares y un órgano alemán de 1701, que los viernes, a las 11, y los domingos, a las 12.15, suena en conciertos muy esperados. Tiene siete metros por cinco, 964 tubos y una musicalidad que traslada a la época dorada, cuando Ouro Preto crecía sin pausa, majestuosa, barroca, para deslumbrar por siempre.
Por Julio Celiz
Enviado especial

Datos útiles

Cómo llegar
El pasaje aéreo por TAM a Belo Horizonte (con escala técnica en Río de Janeiro) cuesta desde 480 dólares, más impuestos. Desde allí, 90 km por tierra hasta Ouro Preto.
Otros sitios de interés
Congonhas, a 124 kilómetros de Ouro Preto, tiene el bello santuario de Bom Jesús, con las figuras de doce profetas talladas en piedra sabão, y seis Pasos de la Pasión de Cristo, que conservan 64 tallas en cedro. Obras todas de Aleijadinho.
São João del Rei cuenta con otro de los imperdibles ejemplos del barroco brasileño: la iglesia de San Francisco de Asís, escoltada por una imponente fila de palmeras imperiales. Se encuentra a 133 km de Ouro Preto.
Tarifas
Por un dólar se reciben 2,14 reales. El ingreso a las iglesias de Ouro Preto cuesta entre 1 y 5 reales, aproximadamente. Una comida completa para dos personas en la Casa dos Contos, unos 50 reales. En el mercado de artesanías se puede comprar bonitas cajas y piezas de decoración en piedra sabão desde 5 reales. Coloridas mantas artesanales, en Tiradentes, por 20.
En Internet

Transitando por la Estrada Real

El hallazgo de oro y piedras preciosas desató un verdadero caos en Minas Gerais. Para controlar la situación y, sobre todo, cobrar tasas, la corona portuguesa oficializó tres caminos por los que estaba permitido el paso de la explotación: la Estrada Real que, por antiguas sendas indígenas, iba desde la zona de montañas hasta el litoral.
El Camino Viejo tenía como cabecera Paraty y Ouro Preto, pero luego fue prohibido y reemplazado por el Camino Nuevo, que unía esta ciudad con Río de Janeiro. Una tercera vía iba de Vila Rica a Arrabal do Tejuco (hoy Diamantina), que por entonces cobró notoriedad por el descubrimiento de piedras brillantes .
Hoy, la Estrada Real, que pasa por ciudades de Minas Gerais, San Pablo y Río de Janeiro, en un recorrido de 1500 kilómetros, es promocionada como traza de interés cultural, arquitectónica, con bellezas naturales, gastronomía y turismo aventura.

Tiradentes

Para recorrer Tiradentes, distante 160 kilómetros de esta ciudad, no se precisa auto. Las callecitas y el pueblo todo -de unos pocos miles de habitantes, entre los que hay tres argentinos, como la artista Paula Spivak, que hace chales y mantas en seda italiana- invitan a la contemplación. Contemplación que sólo se ve alterada los fines de semana con la llegada de turistas.
A la iglesia de San Antonio (su fachada fue reformada por Aleijadinho) conviene visitarla pasadas las 17, cuando el sol se filtra resaltando sus dorados a la hoja. La fuente San José (1749), alimentada por el agua que baja desde la sierra homónima siguiendo un sendero peatonal del siglo XVIII que aún puede recorrerse, es otro de los iconos del pueblo.
Una sensación extraña produce el centro cultural de la calle Direita, en la antigua cárcel, donde las obras se exhiben en las cuatro celdas, con sus pesadas rejas. Pinceladas del pasado de Tiradentes, que desde hace unos años vive un verdadero boom turístico, con inmuebles que se cotizan en 150.000 dólares y más también.

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por Redacción OHLALÁ!

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