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Reyes y fantasmas en Georgia del Sur

Atrás quedaron las Malvinas; antes de alcanzar el Continente Blanco, una última escala en esta isla tomada por pingüinos king entre oxidadas estaciones balleneras




A BORDO DEL NORDNORGE.- Después de una semana de navegación y con las Malvinas atrás, los témpanos irrumpen cada vez más seguido en la monotonía del Atlántico Sur. Pequeños trozos y grandes bloques de hielo solitarios se alternan acá y allá como pistas ordenadas para guiar al Nordnorge hacia la Antártida.
Pero antes está Georgia del Sur o San Pedro. En realidad, la isla queda 1290 kilómetros al sudeste de las Malvinas, no exactamente de paso hacia la península antártica, así que el crucero noruego comienza a desviarse de una ruta hasta ahora más o menos directa.
Son dos días de mar desde las Malvinas, aunque a las 36 horas ya se ven a estribor las islas Cormorán (o Shag Rocks), no mucho más que un solitario conjunto de rocas en medio del océano, con mínima prensa, según Gran Bretaña parte del mismo archipiélago de Georgia y, por lo tanto, parte del mismo territorio del que se disputa la soberanía con la Argentina.
Al día siguiente el barco despierta anclado ante Bahía Fortuna, un increíble refugio austral entre playas y montañas blancas de la costa norte de Georgia del Sur. Los 260 pasajeros cruzan en botes con todo el abrigo que tienen a mano y una campera azul y botas de goma gentileza de Hurtigruten, compañía propietaria del Nordnorge.
Hace mucho frío, apenas un par de grados sobre cero. Pero la recompensa es vivir uno de los mejores momentos del viaje. Es que en tierra (eufemismo para delgada franja de playa de piedras y gran extensión de hielo y nieve ) espera una multitudinaria colonia de pingüinos rey, esos que llegan a medir 80 centímetros, con fantásticos vivos amarillos y anaranjados en cuello y cabeza, superestilizados y de andar hilarante, tan macanudos como sus parientes de otras especies. En Georgia viven unas 200.000 parejas, de las que el científico inglés Bernard Stonehouse opinó a mediados del siglo XX: "Muchas veces me ha parecido que para los pingüinos el hombre es simplemente otro pingüino: diferente, menos previsible, ocasionalmente violento, pero una compañía tolerable cuando se queda ahí quieto y se ocupa de sus propios problemas".
Pingüinos en grupos de cientos; pingüinos en cuartetos caminando en fila como John, Paul, George y Ringo en Abbey Road (o como en la cola del banco); pingüinos arrastrándose sobre su panza-trineo; pichones de pingüino cubiertos de plumas marrones pidiendo comida de mala manera, y sobre la costa, más pingüinos que marchan a nadar entre una docena de elefantes marinos sin ganas de mover demasiado sus cuerpazos de dos metros de largo, tan colosales como perezosos. Es el festival del pingüino y no se puede hacer más que asombrarse, reír nervioso y agotar la memoria de la cámara y la otra memoria, y las pilas y la risa.

Visite Stromness

Si el viaje terminara ahí, probablemente no habría muchas quejas, por la cara de felicidad total de los pasajeros. Pero por suerte falta bastante más, incluso este mismo día.
La sintética historia de esta isla está muy ligada con la cacería de ballenas, que determinó la región durante buena parte del siglo XX, particularmente en las manos expertas de los noruegos (la misma nacionalidad de nuestro capitán). Así que por la tarde el barco se acerca a la bahía Stromness para conocer tres estaciones balleneras abandonadas, como testimonio de la decadencia que llegó con la caída del precio del aceite y la aparición de los buques factoría.
Estas instalaciones alguna vez utilizadas para una de las faenas más duras a las que el hombre haya dedicado sus fuerzas, ahora son corroídos pueblos fantasma, tóxicos debido a la presencia de asbestos, sombríos por su sangriento pasado y su inerte presente. El debate actual es si sacar todo esto de acá por su eventual daño al medio ambiente o si dejarlo como está por su valor histórico.
Detrás de unos tanques para aceite de ballena, un pequeño y casi inaccesible cementerio de cruces sin nombre compone uno de los cuadros más solitarios que se puedan imaginar. Y como si todo esto no fuera suficiente desafío para los sentido y la comprensión, de pronto cruza a todo trote por la playa un reno. Hay una explicación, como la hay para casi cualquier cosa, si se la quiere encontrar: parece que los balleneros noruegos los trajeron de sus tierras hace alrededor de un siglo para tener qué comer en caso de no adquirir el gusto por la carne de pingüino y de foca. En el siglo XXI, los balleneros no están (salvo los del cementerio) y los renos casi son plaga.
La mañana siguiente, bajo una indeseable lluvia, el Nordnorge se acerca a otra estación ballenera, Grytviken, que es la más conocida y que fue en verdad la primera en Georgia, fundada en 1904 por el noruego Carl Anton Larsen (que con fondos de Buenos Aires formó la Compañía Argentina de Pesca). Al año siguiente se abrió ahí la Oficina Meteorológica Argentina. Grytviken tuvo capacidad de procesar 25 ballenas por día, hasta su cierre en 1965.
Frente a varios barcos arponeros encallados, desde 1992 una de las casas de este complejo es el Museo Ballenero de Georgia del Sur, donde se puede aprender más sobre esta sangrienta actividad casi al mismo tiempo que se cargan a la tarjeta de crédito souvenirs (postales, adornos, remeras, corbatas con pingüinos ) tan caros como únicos.
Vaya paradoja, lo más interesante del museo, antes que su valiosa colección, es su propia existencia en esta isla dramáticamente desolada e inhóspita.

El viaje de Shackleton

Además de una base científica británica, en estas costas hay dos puntos esenciales para cualquier fan de Ernest Shackleton, el héroe de la exploración antártica: su tumba y el memorial del sitio de su muerte luego de su última excursión a la Antártida.
Y fans de Shackleton son los que abundan en este barco. Shackleton es el gran mito de este viaje de 18 días. El Nordnorge pasa por varios lugares importantes en la saga de este aventurero que intentó una travesía transpolar, pero que no lo consiguió y quedó en la historia por cruzar tempestades en un bote para conseguir ayuda para sus hombres, atrapados en la isla Elefante. El jefe de expedición del Nordnorge, Ian Shaw, relata en persona la hazaña, se proyecta un documental, no pocos pasajeros llevan biografías, libros de fotos o Sur , el relato en primera persona del mismo navegante, que se lee mucho mejor acompañado por el balanceo de estas temperamentales aguas.
Sin embargo, pronto todos descubren a bordo del crucero a personajes incluso más interesantes que Shackleton, no necesariamente por acreditar mayores logros, sino por el simple hecho de que estén ahí para conversar en cualquier momento acerca del mar, la vida o el menú del día en el comedor. Uno es el navegante brasileño Amyr Klink, que cruzó el Atlántico a remo y dio la vuelta al mundo en solitario con un velero alrededor de la Antártida, donde antes había pasado un año entero sin compañía, sólo por nombrar lo más destacado en una de esas series de hazañas que ridiculizan las vidas normales y las preocupaciones diarias.
El otro es Richard Atkinson, un inglés callado de mirada huidiza que no terminará el viaje en Ushuaia, como el resto. Atkinson se bajará antes, en la base antártica británica de Port Lockroy, donde vivirá cuatro meses, como en los últimos veranos. Once años atrás, Atkinson se encargó de restaurar esta vieja base en ruinas. En 2005 recibió ahí la visita de 10.500 turistas en 140 cruceros. Pero lo que más le gusta es estar solo. "Aunque también disfruto de la comodidad de estos lindos cruceros, siempre prefiero estar en Port Lockroy -asegura-. Es el mejor lugar del mundo. Cuando te sientes ahí, al sol, con una taza de té, ante ese paisaje, vas a entender por qué."
Todavía falta para comprobarlo. Mientras, un humilde homenaje a Shackleton: dos días de navegación en un mar cruel, olas preocupantes, caras pálidas; pérdida del equilibrio y del apetito, pero no de las ganas de seguir viaje, de ver esos lugares por los que algunos perdieron todo.

Datos útiles

Tarifas
El Nordnorge, de la compañía noruega Hurtigruten, realiza cruceros con distintos itinerarios entre Buenos Aires y la Antártida hasta marzo. Por viajes de 15 a 18 días, las tarifas van desde los 5694 dólares más impuestos (pensión completa, aéreos complementarios, excursiones y propinas incluidos). Contacto en la Argentina, Oremar: Julio A. Roca 636, piso 13; 4346-7777.
oremar@oremar.com
www.oremar.com
Cambio
La moneda a bordo es la corona noruega (50 centavos de peso; seis coronas, un dólar). En Georgia del Sur, la moneda es la libra (5,9 pesos), aunque lo cierto es que no hay en qué gastar más allá de los souvenirs del museo ballenero de Grytviken, que también acepta dólares y tarjetas de crédito.
Lecturas
Ernest Shackleton partió hacia la Antártida desde Georgia, adonde debió regresar en busca de ayuda en su más célebre y fatídica expedición. La editorial argentina Zagier & Urruty publicó una versión en inglés y de bolsillo de Sur (25 pesos) donde Shakleton cuenta la aventura en primera persona, muy recomendable antes de encarar una navegación por el Atlántico Sur. También se consiguen en librerías de Corrientes libros del fotógrafo australiano Frank Hurley con notables imágenes de aquel dramático viaje.
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por Redacción OHLALÁ!

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