

ROMA (El Comercio, de Lima. Grupo de Diarios América).- En las afueras de la iglesia de Santa María, en Cosmedim, una veintena de personas de diferentes lenguas y formas de vida tiene una intención en común: introducir su mano, lo más hondo posible, en la boca de una máscara de piedra colocada sobre una de las paredes laterales de la fachada de la iglesia, para continuar con la vieja tradición romana de someter a las personas a la prueba de la verdad; de lo contrario, según reza la leyenda, la boca tiene el poder de morder la mano de la persona que miente. Es posible creer esto, sólo los antiguos romanos lo saben, pero lo único que es cierto es el temor que siente la gente al introducir la mano y la alegría que expresan después de sacarla sin sufrir ningún tipo de daño físico. Nosotros no somos mentirosos, no tenemos nada que ocultar.
La Boca de la Verdad o Bocca della Verita se convirtó en el punto de reunión de las visitantes; tanto que está incluida en las guías de turismo, en los catálogos de los hoteles, en los afiches de las calles, en las películas que describen a Roma... En el interior de la iglesia, un sacerdote vende para el recuerdo máscaras de la verdad de todo tamaño para ser colgadas en la pared de las casas del mundo, y adjunta por dos mil liras (1,20 dólar) la leyenda escrita en todos los idiomas para que sea contada a los amigos. Aquí empezamos nuestro recorrido. Muy cerca de allí, en la parte central de la via del Velabro, está el Arco de Jano que se remonta a la época del emperador Constantino. Los romanos también lo llaman Cuadrifronte porque presenta cuatro fachadas.
Atrás dejamos la plaza Venecia, en el centro de Roma, que se extiende sobre una superficie rectangular con el monumento a Víctor Manuel como punto central. La via del Corso, Oualtro, Novembre del Plebiscito, entre otras, convergen aquí y es también donde se bifurcan. Por su estratégica ubicación, la plaza es considerada punto de partida y de referencia para muchos itinerarios turísticos. El monumento a Víctor Manuel, llamado también Vittoriano, se destaca por sus contornos blancos y fue construido para recordar la Unidad de Italia. La amplia escalinata central conduce al altar de la patria que contiene la tumba del Soldado Desconocido.
La Fuente de Trevi
Desde la plaza de la Pilotta y la via de San Vincenzo Lucchesi se llega a la Fuente de Trevi. Dice la frase popular que "si tiras una moneda de espaldas a la fuente regresas a Roma". La gente lo cree y cumple religiosamente con el ritual más famoso de esta ciudad. Del agua cristalina de la fuente brillan los cientos de monedas de todo el mundo que hacen contacto con la luz solar. Un buen chapuzón de agua garantiza más el regreso.
La gran cantidad de turistas impide una foto perfecta que describa la fuente en todo su esplendor, pero eso no es problema, basta con llevar la imagen en la memoria: una estatua en el océano sobre un carro tirado por dos tritones y diferentes estatuas laterales diseñadas por el arquitecto Salvi, en el siglo XVII, por expresa voluntad del papa Clemente XII.
El Moisés de Miguel Angel
En la iglesia de San Pedro en Cadenas, se puede permanecer horas observando la majestuosidad del Moisés, en el centro del mausoleo de Julio II. Horas de espera para observar cada detalle y cada línea que Miguel Angel trazó sobre un pedazo macizo de mármol hasta formar el cuerpo perfecto del profeta. La expresión ambigua y la mirada penetrante y airada del patriarca bíblico, produce en nosotros una sensación extraña. "Sólo falta que se levante y camine", dice un entusiasta joven español. Todavía se puede observar la marca dejada, según la historia popular, por el artista que, al darse cuenta de su obra maestra, le dio con el martillo esperando una reacción humana.
Bajo el altar se conservan las cadenas que sujetaron al apóstol San Pedro, sobre cuya custodia se levanta la mencionada iglesia del siglo V. La nave central es muy original y deja ver un cielo raso de madera que produce un hermoso efecto escénico. Por la noche se hace necesario tomar un buen vino italiano en los bares que rodean la plaza de Novona, frente a la Fuente de Neptuno. Desde las mesas colocadas en las calles, la gente puede observar a los pintores perennizando los rostros más bellos y los escritores creando los más sensibles poemas de amor entre el ruido de la caída del agua y las motonetas de los desenfrenados romanos que buscan siempre un poco de diversión.
La Capilla Sixtina
A Roma y el Vaticano sólo lo separa una vía, La Sebastiana, para muchos punto final del recorrido del metro o de ómnibus y para otros el punto de partida de una corta travesía que los llevará a uno de los lugares más importantes del catolicismo.
Por la vía de la Conciliación se divisa la plaza de forma elíptica con el obelisco de Egipto, que proviene del circo de Nerón, en el centro y al fondo la basílica de San Pedro.
Aún permanecen en el centro decenas de sillas colocadas allí para dar comodidad a los asistentes a la última misa de ese día, y todavía permanece en el recuerdo de los fieles la bendición urbi et orbi, dada por Juan Pablo II desde el Balcón de las Bendiciones, bajo la vigilia permanente de los 12 apóstoles colocados en la parte superior de la fachada de la basílica.
Los letreros advierten en todo momento al turista la santidad del lugar al cual han ingresado, y en la basílica de San Pedro el personal de seguridad de la Santa Sede está alerta para que se cumplan las reglas. No se permite el ingreso con pantalones cortos, y esto afecta a hombres y mujeres... Aquí el turista no tiene la razón.
Para los que buscaron ropa cómoda y ligera que les permitan soportar temperaturas que superan los 40 grados, las reglas resultan absurdas. La solución es comprar improvisadamente una camiseta a los vendedores apostados en las calles adyacentes a la basílica. En el interior, todos somos conscientes de que hemos ingresado a un lugar sagrado. El silencio y la quietud del caminar lo delatan.
En la nave central, al principio hay dos pilas de agua bendita sostenidas por ángeles del siglo XVIII y la estatua de bronce de San Pedro, del siglo XIII; en el lateral derecho, la capilla que lleva el nombre de la famosa obra de Miguel Angel La Piedad, en la que, a pesar del cristal grueso que cubre ahora el lugar, se pueden apreciar los finos trazos del artista.
Al final, en el centro, el ábside o cátedra de Pedro, que alberga la antigua silla de madera del primer apóstol acompañada en los laterales por las tumbas de Urbano VIII y Pablo III
La cúpula de Miguel Angel
Para ir a la cúpula, un inglés tiene dos opciones: subir en ascensor por cinco mil liras (3 dólares) o por las escaleras a un costo mucho menor. Todos, al igual que el inglés, eligen el ascensor, pero éste sólo llega hasta el techo principal de la basílica. De allí en adelante, esperan más de 300 escalones, la mayoría estrechos. Cuando se llega al último escalón, la cúpula de Miguel Angel se muestra imponente antes nuestros ojos.
Tiene aproximadamente 120 metros de altura, está sostenida por cuatro pilares y es considerada una de las obras de mampostería más perfectas del mundo.
Al regresar, la bajada por los escalones es más rápida y un descanso en el techo de la basílica permite observar a los doce apóstoles de espaldas mirando directamente hacia la plaza y a la vía de la Conciliación. También es un momento para tomar un poco de agua de unas de las piletas levantadas exclusivamente para las personas que han logrado vencer el dolor de piernas, luego de subir las centenas de escalones.
Monjitas también ofrecen réplicas de los tesoros más preciados del Vaticano, con la bendición papal en cada uno de ellos. Una buena contribución indirecta a las obras caritativas de Juan Pablo II.
El Juicio Final
Al lado de la plaza, una larga fila pugna por ingresar en los museos del Vaticano, entre los que se incluyen la Pinacoteca Vaticana y la Capilla Sixtina. En su interior, los ambientes están divididos en A, B, C y D, pero la gente sólo tiene una dirección: observar El Juicio Final, de Miguel Angel.
Las salas se vuelven cada vez más estrechas, las personas no avanzan... No dejan de admirar La Escuela de Atenas, El Parnaso y La disputa del sacramento, de Rafael Sanzio, en la Sala de la Signatura, que difunden los temas de filosofía, poesía y teología, respectivamente.
Ya en la Capilla Sixtina, un salón de forma rectangular, las miradas sólo se dirigen hacia arriba, para observar las diferentes escenas de El Génesis y la pared del altar que describe, con un gran sentido de movimiento, El Juicio Final.
La gente observa cada detalle de la obra de Miguel Angel y, con la ayuda de binoculares o lentes de las cámaras fotográficas -que esta vez deben apagar sus flashes-, se percibe la angustia de todos los que rodean a Cristo, severo e implacable en su papel de juez.
Los ojos requieren descanso de vez en cuando para observar todo el arte del Renacimiento junto en sólo dos horas, que se vuelven eternas como los frescos y pinturas que rodean los ambientes de los palacios y museos del Vaticano.
María Zapata Vásquez
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