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Rutas donde Jujuy pierde su contorno

Contagio: los límites de la Argentina se rozan con los de Bolivia en un lugar en el que los cerros se colorean y la frontera cultural es cada vez más permeable.




SAN SALVADOR.- Al llegar a la estación de micros de San Salvador de Jujuy, el viajero confirma con sus propios ojos que no son solamente los límites geográficos de la provincia los que se funden con los de Bolivia.
Sentadas en fila, trenzas generosas simétricamente dispuestas sobre sus espaldas, pequeños sombreros de paño negro y abrigos de lana en pleno verano. Una criatura se asoma soñolienta desde la espalda abrigada de su madre; otra niña, apenas crecida, está acurrucada entre bártulos envueltos en mantas multicolores. Todas mujeres, todos rostros que evidencian las consecuencias de una vida dura.
Se sientan sobre paquetes envueltos varias veces en bolsas y frazadas deshilachadas. Procuran matar su hambre de la diez de la mañana con empanadas.
A sus espaldas, otros hombres y mujeres con los dientes negros de tanto mascar coca ofrecen milagrosas pomadas de mentol -para combatir cualquier dolor-, ajíes, corpiños estridentes, frutas y especias en bolsitas, chambergos y sopaipillas.
Los camiones llegan cargados hasta desbordar, y muchas veces también descargan sus mulas y caballos antes del amanecer.
La escena transcurre en suelo argentino, entre puertas de madera tallada, con aldabas de bronce, rejas de hierro forjado y vasijas de barro.
La zona aledaña a la terminal de ómnibus es un carnaval. El estilo colonial de las primeras construcciones de la provincia, con sus patios centrales y las habitaciones dispuestas en corredores paralelos, convive con talleres mecánicos y puestos donde se consiguen productos textiles y comestibles bolivianos a bajo precio.

Inmigrantes

A pesar de mantener bien alta su frente de provincia puneña, Jujuy va perdiendo su identidad en el camino.
Una de las causas más lógicas es que de los 130.000 habitantes de la provincia, 55.000 son bolivianos, documentados o indocumentados.
La hoja de coca, un producto típico del altiplano, también llega a Jujuy desde la frontera boliviana.
El hombre de la Puna lo emplea para evitar el apunamiento y para ofrecérselo a la Pachamama (Madre Tierra). El campesino hace un pequeño surco en la tierra donde coloca una variedad de comestibles, bebidas y hojas de coca a modo de ofrenda. Sin embargo, para reconocer a fondo el pasado de la provincia basta una visita a los pueblos de la periferia.
Allí, las condiciones de vida de las poblaciones mestizas y aborígenes poco han cambiado en los últimos 200 años. Los niños juegan descalzos en calles polvorientas, mientras sus madres tejen o cocinan en precarias casas de adobe.

La visita

Desde San Salvador, por la ruta 9 hacia el Norte y desviándose cinco kilómetros hacia el Oeste, se llega a Purmamarca, un pueblo con 500 habitantes.
En este pueblito de montañas, coloridas como arco iris, son las mujeres las que llevan puestos los pantalones, aunque oculten sus rodillas debajo de unas polleras varias veces heredadas.
Eva se refugia del sol filoso del mediodía bajo el techo de adobe de su local, que cumple la función de almacén, verdulería, quiosco, rejunte de chucherías, venta de pasajes en micro y parada de descanso obligada de los que caminan hasta la ruta.
Eva da dos recomendaciones prácticas a los recién llegados y se vuelve para sugerirle al grupo de paisanos, que toma vino y chicha a la sombra de un árbol, que baje el volumen o se mande a mudar.
El sol tibio de la tarde acompaña a los visitantes por el camino de rutina: el que conduce al cerro de los Siete Colores, una acuarela de sedimentos mesozoicos, plegados y erosionados casi mágicamente.
El cerro se abre paso entre escuelas silenciosas, paredes de adobe y portones de madera descascarada. Antes de despedirse de Purmamarca se impone un paseo por la plaza, donde se pueden conseguir artesanías autóctonas y bolivianas, probar unos tamales y humitas bien calientes y dejar que el sol seco del Noroeste acaricie la piel sedienta.

Subibaja en la Puna

La hotelería en San Salvador puede ser buena o deprimente.
Deprimente significa un cuarto frío, con una ventanita interna y, en el mejor de los casos, un rudimentario baño privado. Los buenos viajeros sabrán disculpar las incomodidades y compensarlas con las ventajas que tiene en estos casos el consejo de un lugareño, dueño de casa. El alojamiento se paga desde 13 pesos por persona hasta 50 en los hoteles de categoría.
Los hospedajes económicos se ubican en los alrededores de la terminal de micros, mientras que los de mejor categoría están en el centro; hay varios sobre la calle Belgrano. En cualquier local del centro se pueden probar buenas empanadas, locro, humitas, tamales y otras especialidades del Noroeste.
Antes de emprender un viaje a Jujuy hay que tener en cuenta que la temperatura baja abruptamente durante la noche, especialmente en los pueblos de montaña debido a la altura. También conviene llevar protector solar, en cualquier época del año.
El pasaje aéreo hasta San Salvador se paga alrededor de 150 pesos. Para trasladarse dentro de la provincia hay servicios regulares de micros, con varias frecuencias diarias.

Información

Para más información, la Casa de la Provincia de Jujuy atiende consultas en el 394-2295, o en las oficinas ubicadas en Avenida Santa Fe 967, Capital.
Valeria Burrieza

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