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Sabiduría oriental

29 de septiembre de 2008 • 11:53

El sábado fue un día imperdible. Sol, la temperatura justa, doscientos programas divertidos para hacer. No tuve un segundo para pensar en nada. El domingo, gris. No salí de mi casa en todo el día. Podría decirse que casi no salí de la cama salvo a la noche, que fui a alquilarme una película y comprar leche para la mañana siguiente en el chino de acá a la vuelta.

Una embarazada en la cola adelante mío saluda a Betty la dueña del supermercado de la que todas las clientas ya somos amigas. Y la que no, nunca más volvió.

-Panza grande-Betty le toca la panza con dos dedos y le regala un chocolate-regalo para mi amiguita. ¿Cuándo llega amiguita?

-Tengo mañana. Cesárea a las 8 de la noche. Programada.

-Oh. Ella no comé nara por doce hora ante.

-Sí, ocho horas me dijeron en realidad, ayuno a partir del mediodía.

Llega mi turno. Betty revisa mi modesto canastito de compras, el jogging gris raído, las All Stars con una media de cada color, el pelo atado con un gancho y me mira.

-Ella sora. Pero bien. Sortera e mejor por un rato. Mariro muuuucho trabajo. Ella escucha Betty.

Me fui, con mi leche descremada, un pan integral para las tostadas de mañana y mi película. Puse música, me cociné algo rico para comer, me hice las uñas, un baño de crema nuevo en el pelo y me metí en la cama y puse Play. Nada mal, "por un rato." Puede que Betty tenga razón, ¿no?

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