

SAINT TROPEZ. - Se llamó Athenopolis, luego Hércules, Heraclea con la Revolución Francesa, hasta que los monjes de Saint-Victor la bautizaron Saint Tropez. Nació como un pueblo de pescadores, pero María de Médicis y Brigit Bardot lo convirtieron en el destino de realeza y famosos. Si bien sus postales más conocidas son lujo y celebridad, esta ciudad tiene otras cosas para ofrecer.
El escudo de Saint Tropez tiene una barca donde reposa un cuerpo sin cabeza, con un gallo y un perro en cada punta. El cuerpo era de Caius Silvius Torpetius, oficial romano de linaje patricio decapitado por orden de Nerón tras haberse convertido al cristianismo. La balsa había sido abandonada en el río Arno y los dos animales hambrientos eran los encargados de comer el cuerpo de este mártir en su viaje sin rumbo. Pero en esa barca, que viajó desde Pisa hasta bautizar a Saint Tropez, ni el perro ni el gallo tocaron aquel cuerpo. Ad usque fidelis: fiel hasta el fin.
Y si de fidelidad se trata, son varios los actores de Hollywood, aristócratas y millonarios del mundo que buscan descanso en este pueblo convertido hace años en destino de elite. Las fastuosas celebraciones que se realizan anualmente en los barcos amarrados en su puerto han construido una segunda leyenda. Pero no sería justo encasillar un recorrido por este rincón de la Riviera Francesa sólo a los sitios top y perderse de conocer lugares históricos que guardan otro tipo de riqueza.
Caminar por su famoso puerto es respirar aire de mar con un halo de exquisitez, es contemplar el lujo anclado, los artistas que exhiben sus pinturas en las veredas y trabajan inspirados por el paisaje y la multitud que pasea a toda hora. El Museo de la Anunciación (una capilla del siglo XVI) se encuentra saliendo del embarcadero. Es considerado el primer Museo de Arte Moderno en Francia y recuerda que Saint Tropez fue centro activo de la pintura vanguardista del siglo XX. Cuando Paul Signac llegó a este pueblo, en 1892, compró una casa para convertirla en su estudio: La Hune, e invitó a otros artistas a unirse a él. Henri Edmond Cross, Henri Matisse, André Derain, Albert Marquet, entre otros, han pasado por este lugar. Las obras que forman parte de la exposición permanente datan de entre 1890 y 1950.
Para admirar arte en vivo, sin duda, el mejor mirador que tiene esta ciudad es La Citadelle. Después de dar un paseo por el casco antiguo, con sus callecitas angostas de piedra, las casas pintadas color pastel y ese silencio atrapado entre rejas coloniales, el camino se hace cuesta arriba para llegar al punto más alto donde la vista panorámica es única. Desde allí se puede contemplar el Mediterráneo con sus barcos, que en la distancia se ven pequeños; algunas playas privadas y el cementerio Marin, donde las tumbas de famosos artistas y otros personajes reconocidos descansan junto al mar.
La Maison des Papillons es otro paseo digno de realizar. Con una colección de más de 20.000 especies de mariposas (algunas extinguidas y otras en proceso de preservación), este lugar, imaginado y creado por Dany Lartigue, es una muestra que combina naturaleza, exotismo y arte. Dividido en dos salas, la primera está dedicada a especies exóticas de Africa, Oceanía y América, y la segunda, en el nivel superior, exhibe las de origen europeo. Muchas de estas mariposas se presentan en cuadros formando figuras abstractas y coloridas. Llevó varias décadas reunir esta colección que vale la pena visitar.
A pocos metros de esta mansión de mariposas se encuentra la Place del Lices. Los martes y sábados, de 7 a 13, es el momento en que abre el mercado y el aire de la ciudad se perfuma con una mezcla de aromas. En este mercado se puede comprar aceitunas, frutas, verduras, leche de cabra, variedad de quesos y especias. En Place del Lices también se organizan los famosos torneos de petanque (bochas). Ideal para sentarse a descansar del paseo y disfrutar su atmósfera a la sombra de algún árbol.
A la playa
Después de haber conocido la ciudad, al fin llega la hora de mojar los pies en el mar. La playa más cercana al puerto es La Ponche, en el casco antiguo de la ciudad. El Granier, a los pies de la colina donde emerge la Ciudadela. Claro que están las playas donde veranean los habitantes de esta villa, como El Canebiers, y otras, que tanto en temporada alta como baja se llenan de turistas, como es el caso de Pampelonne. Esta última está dividida en sectores públicos y privados para satisfacer variedad de preferencias. Allí se ubican, uno tras otro, los paradores más célebres: Tahití (donde un plato en el almuerzo puede costar más de 50 euros), Bora Bora, Le Club 55, Coco Beach, Les Palmiers, Neptuno (quizás el más económico, donde un típico plato de pescado fresco sale alrededor de 25 euros). Muchos de ellos son famosos por ser los elegidos de la elite europea y el jet set internacional. Quizás un paseo por estas playas tenga el plus de una visita paralela a celebridades como Bono, Carolina de Mónaco, Jack Nicholson, Sarah Ferguson, Penélope Cruz, por nombrar algunos.
Y al llegar la noche este rincón de la Costa Azul también ofrece una gran variedad de discos, bares y restaurantes. La opción (para quien no dude en gastar un euro de más) podría ser Les Caves de Roy. Si bien la entrada a este boliche, ubicado en el corazón del hotel Byblos, es gratuita, el hecho de ser un destino de celebridades y millonarios puede hacer difícil su acceso. Pero para quien logra pasar tal difícil tarea de aparentar millones o simple glamour, ganó la posibilidad de conocer su interior al mejor estilo de la dolce vita, con extravagantes muebles y rincones privados. Para pertenecer (y acá llega la parte en que nadie debe tomar conciencia del dinero), la bebida obligada es el champagne. Jamás debería cometerse el error de pedir una cerveza y menos, una tónica.
Otra opción más simple, aunque no menos interesante, es el Oxygen Bar. Cerca del puerto y perdido por las callecitas de este pueblo, en una esquina, se encuentra este peculiar bar de oxígeno. Aquí la entrada no es tan restringida y lo peculiar de este sitio es que la gente al llegar se sienta en la barra, pero en lugar de pedir champagne ordena un tubo de aire puro.
Este destino, tan famoso por sus famosos, también fue arte representado por prestigiosos artistas que lograron captar su magia y el aura que inspira. Un centenar de años atrás, cuando Henri Matisse lo caracterizó en un lienzo, compuso la imagen de un grupo de personas en un lugar cercano al mar. Un simple bote, con gente desnuda en un paisaje que representa el idilio: una tarde de mar y sol en las orillas de Saint Tropez. Y así tomó prestada una frase de Charles Baudelaire para titularlo: Lujo, calma y voluptuosidad. Ahí estaba la esencia.
María Fernanda Lago
LA NACION
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Datos útiles
- El Museo de la Anunciación cierra los martes y todo noviembre. El precio de la entrada es de 6 euros.
- El camino que bordea la Ciudadela es de acceso libre. Para visitarla, la entrada tiene un valor de 2,50 euros. Con esta admisión también se puede visitar el Museo Naval, donde hay una gran colección de estatuas, pinturas, equipos navales, mapas e ilustraciones.
- Por la calle costanera, habitualmente repleta de autos dignos de otro museo, está la Oficina de Turismo. Aquí ofrecen tres tipos de visitas guiadas: un recorrido general de la villa, que se realiza todos los lunes, a las 10, con una duración de hora y media; una visita a la Ciudadela (sólo de junio a octubre), los viernes, a las 10.30, y también paseos guiados a pedido del turista, durante todo el año.
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