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Salta: los caminos del vino serpentean valles y cerros

Desde Cafayate, un circuito de altura por viñedos y bodegas, que se interna entre pueblos con historias y tradiciones, en busca de los mejores Torrontés




SALTA.- Los valles salteños, como sus vinos, hay que degustarlos lentamente, especialmente si se recorren en auto. El camino del vino es un regalo para los viajeros curiosos que siempre buscan algo más de lo que marcan las guías turísticas. Mapa en mano habrá que largarse a recorrer el triángulo que desde la capital enlaza la mítica Ruta 40 con la R68, o simplemente salir sin un plan y acometer algunos tramos del circuito, donde la riqueza de los valles aparece dibujada en deliciosos pueblitos con su particular arquitectura de adobe y frescas galerías, centenarias haciendas y fincas, ruinas con la huella del inca, impactantes iglesias y la tradición de su artesanía salida de las prodigiosas manos de los teleros que siguen urdiendo la trama como lo hicieron sus ancestros, dentro de valiosos retazos de la historia argentina.

Cafayate

Para empezar a tomarle el gusto a la Ruta del Vino, Cafayate invita con la primera copa. A la capital de los vinos de altura se la puede conocer de pasada o instalarse allí para unas vacaciones diferentes. En una amplia oferta de encantadores hotelitos, hoteles boutiques y elegantes estancias, junto a su buena gastronomía, convida con visitas a bodegas para degustar sus vinos, algunas de gran encanto como La Nube y otras de descollante arquitectura como El Esteco, y dos recién inauguradas: Domingo Molina en las alturas de Yacochuya norte y dentro de la misma zona la bodega Piatelli.
La ciudad brinda algo más que empanadas y humitas. En la imponente Bodega Piatelli, camino a Yacochuya norte, con las mejores vistas del valle complementan una visita guiada con un paso por sus restaurantes, al aire libre o los interiores, para probar la excelente carta del joven chef Facundo Benardelli.
Siempre elegido El Terruño, frente a la plaza de Cafayate, para seguir degustando los sabores de la cocina de Carlos Amante. En la Bodega Nanni, José Eduardo y Juan Pablo Nanni acaban de abrir su sitio dentro de las galerías de la antigua bodega familiar con una interesante gastronomía para disfrutarla por las noches, a la luz de las velas. En la Estancia de Cafayate recién se inauguró el exclusivo Grace Hotel, para disfrutar del lugar y su gastronomía en el Muse by Jonathan Cartwriht restaurante.
Cuentan que en el siglo XVIII y a cuarenta leguas de Molinos, los jesuitas plantaron las primeras vides en la región, pero fue más de un siglo después cuando un grupo de familias pioneras se instaló en Cafayate y creó las primeras bodegas que delinearon el mapa vitivinícola de Salta, donde el torrontés ya sobresalía junto a otras uvas criollas. A comienzos de 2000 paulatinamente nuevos establecimientos se instalaron en Cafayate, valorando el lugar por la excepcional calidad del suelo, donde la altura promedio de 1700 m, la amplitud térmica que va de los 38°C a los 12°C, la escasa humedad y el sol que irradia sobre el suelo pedregoso regado por el agua de deshielo era la combinación perfecta para lograr vinos de fragancias, coloridos y sabores diferentes.
Con un exponencial crecimiento en la última década, hoy la zona cuenta con 36 establecimientos asociados al Instituto Nacional de Vitivinología (INV) y 2700 ha. plantadas de distintas variedades de uva: 70% de torrontés, la uva insignia de la provincia, y un 13% entre cabernet sauvignon, malbec, tannat, syrah, barbera y tempranillo. La Asociación de Bodegas de Salta y un consorcio de productores aportan el 15% del volumen total exportado, con 1.200.000 botellas de vinos de altura premium a 30 países del mundo.
El enoturismo, que cobra cada vez más adeptos, suma casi 200.000 visitas anuales a Cafayate para hacer el circuito de bodegas y centros de degustación y deleitarse con sus bellos paisajes en una oferta de alojamiento con hoteles boutique, wine resorts, fincas y estancias, un espectacular Museo de la Vid y el Vino, y la invitación para encarar desde aquí la Ruta del Vino de los Valles Calchaquíes.
En un paisaje de viñedos que tapiza el valle de verde, envueltos por la cercana belleza de sus imponentes cerros, a Cafayate se la disfruta desde el momento en que se llega: el encanto de su placita central con cafés y restaurantes frente a la rosada catedral, especial para contemplar desde allí atardeceres con un buen torrontés frío y descubrir en sus dorados reflejos los aromas y sabores en boca pleno de frutos y flores.
Durante casi todo el año el brillante sol no falla jamás. En verano regala frescas noches donde una liviana manta será siempre bienvenida, impagable clima con su famosa amplitud térmica, parte de la fórmula ideal para la crianza de los potentes vinos de altura de la región, cuya historia se sigue desde su nacimiento en el espectacular Museo de la Vid y el Vino, en un viaje virtual desde su nacimiento, ofrecido a través de las innovadoras técnicas audiovisuales del recorrido.

Animaná y San Carlos

Los que elijan recalar en Cafayate y hacer cortos paseos cerca está Tolombón, con importantes viñedos y bodegas. Otra opción es Animaná, que después de 14 km se llega al pueblo con las más antiguas viñas de la zona en la Finca Animaná, que recibe visitantes. Sobre la ruta se puede hacer una imperdible pasada por la Bodeguita Don Andrés, que en su local ofrece degustar sus vinos pateros, especialmente el tradicional Torrontés o los Malbec y Cabernet que Andrés Corsino, hijo del fundador de la bodega, cría según la tradicional usanza, junto a una edición limitada de otros a los que sumó una estada en barricas de roble. Los curiosos que se internen por las callecitas del pueblo encontrarán a los artesanos del simbol, la verdosa paja típica de la zona, tejiendo en sus patios una variedad de cestería.
San Carlos a 12 km complementa el paseo. El sitio con su luminosa plaza e iglesia merece un recorrido para descubrir algunas casas de los tiempos de la Independencia, donde llegó a ser la ciudad vallista más importante. Hay simpáticos hotelitos y un especial clima de campo en la cercana finca Buena Vista, de Alain y Anne Griet, un cálido matrimonio belga creadores del recomendable lugar, para instalarse con la familia a gozar de un turismo rural de excepción en la confortable casa y su rica cocina casera, que con un sentido del humor centroeuropeo fue bautizada La Vaca Tranquila. En otro edificio está Me Echó la Burra, donde se fabrica una cerveza artesanal.

Angastaco y Seclantás

Aquí el pavimente dice adiós y aparece el ripio que en algunos tramos se vuelve trabajoso, todo un desafío, pero los amantes del volante tendrán cómo divertirse. Son 50 km hasta Angastaco. Dentro de la R40 aparecen como cuentas de un collar los pueblos. El verde intenso de los cultivos le da paso a los arenosos pasteles del valle que sorprende con sus cambiantes paisajes, como el fascinante capricho de formas de la quebrada de las Flechas, cuyas agudas puntas se recortan sobre el intenso azul del cielo. Pequeño y pintoresco, el pueblo propone caminatas por la quietud de sus calles, descubrir la amabilidad de los pobladores y sus iglesias, la nueva y la vieja, así como una visita a la Finca El Carmen, de la familia Miralpleix, que recuperó el sitio hace años y produce sus propios vinos.
Hasta Seclantás el camino se salpica de típicas construcciones de adobe con galerías de columnas, muchas de ellas taperas, junto a solitarios churquis que resaltan en la pálida sequedad del paisaje, el mismo que acompañó a los patriotas de la Junta Vallista aquí reunidos en 1814. La R33 llega hasta el famoso pueblo de tejedores. En la entrada, los tejidos de la familia Guzmán flamean como ropa tendida y llaman a detenerse y deambular entre los telares bajo la sombra del patio, donde los doce hijos del Tero y su amplia prole siguen trabajando en la tradición heredada de su padre, recordado telero salteño. El colorido poblado, productor de vinos artesanales y mistelas, cuenta con lindísimas hosterías atendidas por sus dueños. Vale la pena visitar la iglesia de Ntra. Señora del Carmen, una de las más impactantes del circuito, junto a la capilla del cementerio, que conserva un notable trabajo de pintura mural, que como un sutil encaje cubre la totalidad de su interior.

Molinos y Colomé

Son sólo 20 km por un camino pleno de ascensos y bajadas, curvas y hasta pequeños tramos de cornisa, pero tomará más de 45 minutos llegar a Molinos, una perfecta postal vallista con su magnífica hacienda recostada sobre un fondo de imponentes cerros. El exclusivo Hostal de Molinos, recientemente reciclado con todo el confort, y su bella iglesia, ambos del siglo XVII, se pueden conocer en una corta visita. El pueblo de antiguas casas de adobe con coloridos frentes parece una pequeña escenografía con el típico encanto del silencio de los valles. En el lugar hay un criadero de vicuñas y una sencilla hostería, Las Tinajas, ideal para un merecido descanso antes de emprender el próximo tramo, no sin antes visitar la bodega Humanao que abre las puertas a una relevante zona viñatera.
Aicito nomás, le dirán en Molinos, pero los 10 km hasta Colomé demandarán una media hora de ripio, hasta que desde lejos se divise sobre un fondo de montañas el espectacular complejo de la Estancia Colomé, con la imponente bodega que el suizo Donald Hess levantó allí, como parte de la Hess Family, que suma a otros importantes emprendimientos en Napa Valley (Estados Unidos), África y Australia. Dentro de la paz y armonía del lugar se recorren los viñedos y la bodega con visitas guiadas. Hay un elegante Visitor Center para degustar los vinos de la casa junto a una cuidada gastronomía regional y cerca la Estancia Colomé, el exclusivo hotel que se abre sólo para grupos especiales. Una visita al modernísimo Museo James Turrell, parte de la Hess Collection of Arts, es el perfecto cierre del programa. Como parte de la historia del vino de los valles, en la zona está Tacuil, un impostergable paseo por la bodega de Raúl Dávalos, productor de reconocidos vinos de alta gama en su centenaria finca.

Cachi

Bello tesoro de los valles, Cachi conserva su particular clima de la época de la Colonia en sus altas veredas, esquinas de grandes postigones de madera y el alumbrado con faroles originales, en una escenografía detenida en el tiempo que invita a disfrutarla junto a su quietud pueblerina, sólo interrumpida en los mediodías por las combis que descargan turistas de aquí y otras partes del mundo, en el round-trip desde Salta capital. Bajo el intenso sol vallista, la plaza se llena de viajeros que se apuran para visitar la bella iglesia y el importante museo en la recova aledaña, recorrer las callecitas y disfrutar de un corto almuerzo antes de seguir viaje.
Con movilidad propia, un programa imperdible es un tour por las bodegas del lugar, empezando por la Isasmendi, donde los reciben para una visita por la antigua casa de adobe Ricardo Isasmendi y Sylvie, su mujer, junto a Jean Paul Bonnal, padre de Sylvie, un argelino que trajo su tradición bodeguera para imprimirle un toque francés a los vinos de la bodega que se degustan en el lugar frente a un colorido paisaje de viñedos y cerros. En la zona está Miraluna, otro sitio que se suma al Camino del Vino, junto a un grupo de confortables cabañas bien equipadas, que invitan a una estada familiar para gozar de jornadas de campo y dormir entre viñedos.
A 10 km está La Paya, la Casa de Campo de los Ruiz Moreno. La familia recibe huéspedes para un turismo rural especial entre viñas, con sabrosa cocina casera y los excelentes vinos de la casa. Cachi tiene muy lindos hoteles, posadas, hostels y buena gastronomía. Cuando cae el sol, instalarse en las mesas del wine-bar Oliver sobre la plaza a degustar sabrosas empanadas y su especial picada de quesos y charcouterie local, probando los mejores vinos de la región, es el broche ideal para una jornada de intenso turismo.

Payogasta

Al típico pueblo vallista de estrechas callecitas orladas de descascarado adobe, coronado por la iglesia y su pequeña plaza, se suma al complejo Hotel Bodega Sala de Payogasta. Obligado stop de todo viajero es el sector restaurante, donde bajo la reparadora sombra de un entramado de caña se disfruta de su mentada cocina fusión regional, con productos de sus campos de La Poma en sabrosas recetas salidas de los hornos de barro de leña, que Rubén Caro, el parrillero, maneja con maestría.
Enfrente, en lo que fue la sala de la tradicional familia Ruiz de los Llanos, está el hotel, un exclusivo boutique y spa reciclado por Julio, uno de sus descendientes, conservando su encanto original. A todo confort, desde sus habitaciones sobre la galería central, algunas con hogares de leña, se disfruta de los espectaculares atardeceres azules y rojizos amaneceres que regala cada día el Nevado de Cachi y sus cumbres.
El recomendado Tannat de la casa sale de la pequeña bodega, la más alta y antigua de la provincia, que en una visita guiada abre el portal a un bello paisaje de viñedos y la roja alfombra de los pimientos secándose al sol, sobre las ondulaciones del entorno con un vecino notable, el suizo Donald Hess, que junto a Colomé y Cafayate suma aquí extensas viñas que llegan hasta los 3100 m, un hito que ostentará su próximo vino, el más alto del mundo. En la zona se agrupan otros emprendimientos y conforman un nuevo polo vitivinícola del Camino del Vino, donde la altura promedio de los viñedos es de 2300 m, y junto a la amplitud térmica dotan a sus vinos de una reconocida personalidad propia, exclusiva de la región.

Cachi Adentro

Cachi Adentro es un mundo aparte. El sitio de veraneo de tradicionales familias salteñas regala días de campo en elegantes y exclusivos hoteles como La Merced del Alto, una impactante construcción que crea la ilusión de una hacienda de los tiempos de la Colonia. Ideal para sumergirse en la paz del entorno y sus bellos paisajes dentro del refinamiento de sus interiores y equipamiento, junto a un espectacular spa. Diego Patrón Costas, factótum del lugar, le imprime su espíritu gourmet a la breve carta con ricas fórmulas a base de productos de la región junto a los vinos a elegir dentro de la importante cava del hotel.
En la zona está El Molino de Cachi Adentro, la posada de estilo español colonial de los Durand, donde Alberto el Payo y Nuni, su mujer, reciben huéspedes en el exclusivo lugar donde vive aún activo el famoso centenario molino, y ofrecen paseos de campo con exquisita cocina y visitas a los viñedos y la cava de piedra donde descansan los buenos vinos de la casa. Muy íntima, casi escondida, Finca Santana, el bread & breakfast de Adriana Barreda, se suma a la propuesta. La casa exhibe el mismo sello que Adriana le imprimió a sus finos telares e invita a días campestres, rica cocina casera con picnics gourmet y vinos de la región. El suizo Christian Göetz, su vecino, se prepara a recibir visitas en su finca de una moderna arquitectura. En la terraza que da a los viñedos y a los lejanos cerros propone catar su recién salido Merlot, por ahora un privilegio sólo con invitación personal.

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