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San Ignacio, Ruinas, selva y cuentos




POSADAS.- Al atardecer, el sol de Misiones arroja sus últimos rayos sobre las plantaciones de yerba y té, cuyos verdes acompañan durante buena parte del camino desde Iguazú por la RN 12, pasando por Wanda, Eldorado y Jardín América. Frente a la blanca fachada neocolonial que da la bienvenida a las ruinas de San Ignacio Miní, los visitantes que llegan para el nuevo espectáculo nocturno recorren primero las salas con información sobre lo que fue una obra casi faraónica constantemente amenazada por el avance de la selva: de ella quedan hoy paredes, cimientos, y sobre todo la espectacular fachada del templo, como testimonio de lo que fue la misión de San Ignacio Miní en sus tiempos de esplendor.
Como la Casa Histórica de Tucumán, que recientemente renovó su espectáculo de luz y sonido, también San Ignacio incorporó nuevas tecnologías para relatar la historia de la reducción a través de los ojos de un niño aborigen, que vive la llegada de los jesuitas, el desarrollo de su trabajo y su expulsión final de América, a lo largo de ocho cuadros relatados en cuatro idiomas.

Siglos atrás

San Ignacio Miní (la menor), por oposición a San Ignacio Guazú (la mayor, la más antigua misión jesuítica de Paraguay), fue fundada a principios del siglo XVII para evangelizar a los guaraníes. Inicialmente, estaba en el actual estado brasileño de Paraná, pero la presión de los bandeirantes obligó a que la trasladaran hacia el Sur.
Un siglo después, más de 3000 personas vivían entre sus muros rojizos de asperón rojo, teñidos del color de la tierra misionera, en contraste con los verdes, que en aquellos tiempos estaban lejos de plegarse a la mano civilizadora del hombre. Por entonces, el paisaje prolijo de plantaciones y bosques que hoy matizan el camino estaba invadido por la selva, y con ella los animales y sonidos de un mundo tan extraño como salvaje.
Las plantas y los animales autóctonos labrados en la piedra, junto con motivos de inspiración barroca trasplantados a este rincón de América, parecen hablar de la fusión de estas dos culturas, una que fue dominada y otra que terminó expulsada...
Caminando entre las ruinas, acompañados por la música barroca que ahoga las voces de los visitantes e invita a un salto en el tiempo, aquellas imágenes regresan y permiten imaginar cómo habrá sido la vida en las casitas de los indígenas, rodeadas por las viviendas de los jesuitas, el cementerio y la iglesia.
Las ruinas se pueden recorrer con un guía, una forma más lenta pero enriquecedora, o bien por su cuenta, partiendo de la información del centro de interpretación de la entrada. De una forma u otra, transmiten una mirada al pasado que, a la hora del espectáculo de luz y sonido, parece extrañamente vivo.
Preguntando a la gente de San Ignacio desde la salida de las ruinas, después de pocos kilómetros de un camino que está en parte en arreglo, se llega a la casa donde vivió Horacio Quiroga. Amante de la selva, conocedor de sus infinitos peligros, pero fascinado por su diversidad y exotismo, después de conocer San Ignacio como fotógrafo durante una expedición organizada por Leopoldo Lugones, Quiroga hizo del exuberante paisaje misionero el protagonista de su literatura y escenario definitivo de su vida.
Para llegar hasta la que fue su casa, sobre una barranca del Paraná, hay que recorrer un camino abierto en la selva y bordeado de bambúes, donde varias estaciones permiten conocer vida y obra del escritor.
El estrecho camino, delicioso para los chicos (al menos hasta que el encargado de la casa advierte que en la zona abundan las serpientes), desemboca en una casa de material que conserva muebles originales, herramientas, libros y otros recuerdos. Esta construcción es la segunda que levantó Quiroga en medio de la selva: enfrente, hay una réplica del primer bungalow de madera donde vivió, reconstruido para una película. Y cerrando los ojos, parece que surge de pronto la tortuga gigante que viajó hasta Buenos Aires, los yacarés en guerra y los flamencos de vistosas medias que desde sus Cuentos de la selva fascinaron a varias generaciones.
Por Pierre Dumas
Para LA NACION

Datos útiles

  • Las ruinas jesuíticas están abiertas todos los días. La entrada cuesta $ 15. Informes, (03752) 470186.
  • La casa de Horacio Quiroga se puede visitar de 7 a 19. Se encuentra en la calle Sarmiento. Informes, (03752) 470130. En los próximos meses se inaugurará un nuevo centro interpretativo en la entrada del predio.

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