Sanitas per aquam
Acerca del agua, los romanos tenían razón
20 de mayo de 2012
Algo divertido y por lo tanto útil para compartir ocurrió camino al foro cuando los romanos imperiales se dieron cuenta de la importancia de las termas. Todavía no existían los spa como ahora los conocemos, pero era válido usar el acrónimo sanitas per aquam. Al principio bastaba el agua que llegaba en abundancia a través de sus formidables acueductos, como los vemos hoy en Segovia. Luego, con mecanismos ingeniosos, los convertían en agua fría, templada o caliente.
Y de la misma manera que hoy seguimos sus precauciones cuando vamos al baño turco, pasaban del Tepidarium (habitación de temperatura tibia que preparaban para el agua caliente), luego al Caldarium (piscinas de agua caliente) y al Frigidarium (piscina de agua fría donde se podía nadar). También estaba el Laconicum (baño de vapor, parecido a los Hammam de los árabes o el seco o húmedo de Scandinavia).
No fueron los primeros en darse cuenta. Antes lo habían visto, como en tantas otras cosas, los celtas o griegos. Pero, como en el periodismo, la primicia no pertenece al que la ve de entrada, sino al que la aprovecha mejor.
Spa eran los de antes
Las termas eran construcciones colosales, con grandes espacios de jardines e interiores a todo lujo con pinturas al fresco, estatuas y mosaicos. Eran tan amplias que en las ruinas que se conservan de Caracalla pudieron realizarse conciertos multitudinarios con Los Tres Tenores (Luciano Pavarotti, José Carreras y Plácido Domingo) y eventos populares de todo tipo.
Frente a la Stazione Termini de Roma, en la plaza de la República, estaban las aún más grandes Termas de Diocleciano. Tan amplias que en el Tepidarium, usando parte de las paredes, en 1562, Miguel Angel diseñó la basílica de Santa María de los Angeles y los Mártires, porque allí habían trabajado cristianos como esclavos.
Al principio se utilizaban aguas comunes porque no habían surgido de la tierra con más de 5°C sobre la temperatura superficial, lo que las define como termales. Pero en una segunda etapa, a través de sus colonias, se basaron en manantiales que en muchos casos tenían aplicaciones medicinales como sucede en nuestras termas. Acertaron hasta el punto que en Inglaterra la ciudad de Bath, a 92 kilómetros de Londres, atrae por la reconstrucción de sus baños y en España siguen en actividad varias de sus explotaciones termales. En Cataluña están las Caldes de Montbui y en Galicia, varias más. Plinio las cita en sus crónicas sobre la Hispania Romana y varios estudiosos aseguran que Virgilio las conocía.
Un poco de discreción
Desde los orígenes hasta hoy, la relación con la salud y el placer es una constante. Los especialistas más rigurosos marcan la diferencia de las termas, identificadas con la naturaleza y las curas para distintas dolencias. Y los spa que pueden instalarse hasta en las ciudades con el acento más puesto en el relax y la belleza.
Sin embargo, ya desde los viejos tiempos, la línea no es tan rotunda. En aquellas termas, donde registraban más de 1500 habitúes, se hacía gimnasia, natación, masajes con aceites esenciales y se iba a intercambiar chimentos políticos o sociales. Estaban divididas por sexo, según los días y las horas.
Eran y siguen siendo lugares discretos, no aptos para fotógrafos. Lo que no impide saber que Goethe fue a Marienbad para olvidar un desengaño amoroso y nos dejó una magnífica elegía, contándonos: Sobre mis labios me grabó su beso, con llamas, añoranza y embeleso.