Vamos por la carretera 601 que nos lleva de Madrid a Segovia, sin sospechar que allí nos aguarda una ciudad de leyenda. Porque es de leyenda el bosque virgen que estamos atravesando, formado por pinos y robles silvestres, y en el cual aún pululan zorros y jabalíes. Porque parece de leyenda su acueducto que una antigua saga atribuía a un pacto que una niña, encargada de proveer de agua a la ciudad, concertó con el diablo, para que él en una noche resolviera el problema del abastecimiento que la martirizaba cada día (pero un gallo cantó antes, salvó el alma de la niña y dejó el acueducto concluido para beneficio de todos, según la historia).
Esta obra monumental, de 167 arcos y 20.000 bloques de piedra, no parece obra del hombre, por lo menos de esta época. Y si a todo esto agregamos que fue construida en el siglo II de nuestra era, comprendemos perfectamente que su ejecución se haya atribuido a una mano diabólica.
El casco antiguo de la ciudad está rodeado por una muralla del siglo XI que en su momento tuvo siete puertas. El Alcázar de Segovia provoca otro impacto. La silueta etérea de sus torres, murallas y puente elevadizo es una aparición que sobrecoge, al igual que el pensar que allí estudiaba el firmamento Alfonso el Sabio y la historia del hijo de Enrique II, que se escurrió de entre los brazos de su aya y cayó al vacío. La mujer, se cuenta, no dudó un instante y se arrojó tras él.
Una escalera hecha, dicen, para los fantasmas conduce al punto más elevado de la torre principal, donde se avizora todo el perímetro de la ciudad, enclavada allí en Castilla la Vieja, que en realidad parece un escenario creado para que actúen caballeros andantes, entre molinos de viento, recoletos monasterios y castillos abandonados. Y hacia el Norte se perciben los picos nevados de la sierra de Guadarrama acotando el austero paisaje de la llanura.
Por las calles de Segovia vieron a Enrique conduciendo de las bridas al caballo blanco que montaba la flamante reina de Castilla, su hermana Isabel, entre las aclamaciones delirantes de la población.
La catedral, que fue la última de estilo gótico que se levantó en España, le muestra orgullosa al viajero los vidrios multicolores que transforman en mil tonos los rayos del sol que se filtran. Conmueve aquí el sepulcro de don Pedro, el niño que cayó al foso del Alcázar.
Segovia es otra de esas ciudades en las que se quedaría el viajero un tiempo muy prolongado, para abrevar en su historia, sus costumbres, sus leyendas, en los incunables guardados en los monasterios. En su vivir diario... Pues Segovia, por su emplazamiento, su Alcázar, su acueducto e historia, es única. Y todo esto no se puede ver en un solo día. Por esa razón se la abandona contrito. Se piensa que lo visto y aprendido es muy poco de todo lo que guarda.