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Sergio Luciani, el bonsaista que mezcla arte milenario con rock nacional

En su escuela de Tapiales, Sergio acerca las técnicas del bonsái a todos los que quieran aprenderlas, sin formalismos ni estructuras rígidas, simplemente dejando que el arte fluya.




“Cuando murió Cerati , mis árboles se sabían de memoria todas sus canciones”, cuenta Sergio, que, a pesar de dedicarse en cuerpo y alma a la práctica milenaria del bonsái, exuda la familiaridad de su querido barrio de Tapiales, una mezcla de rock , mates compartidos y la sabiduría propia de los que dedican su vida a aprender y observar. Sociable como pocos, hace amigos por donde quiera que vaya y tiene por misión llevar este arte ancestral a todos, sin restricciones. Así, en muy poco tiempo se convirtió en uno de los mayores referentes del bonsaísmo en la Argentina, por no decir de Sudamérica, y viaja por el mundo llevando especies nacionales a lugares tan lejanos como India y China. Llegó a esta práctica de casualidad, en un momento de sensaciones encontradas: mientras esperaba el nacimiento de sus hijas, falleció su papá. Su mujer, entonces, le regaló una inscripción a un curso, para despejarlo. Fue magia. Enseguida se enamoró de los árboles, y se le dio tan bien que terminó dando clases junto con su maestra, sin dejar de ejercer como diseñador gráfico, su primera profesión. “Es que, en el fondo, las dos cosas son lo mismo: puro diseño. Para que un árbol quede lindo, hay que respetar proporciones, componer, buscar la armonía y ver a dónde lo lleva a uno su creatividad”. Y es esa búsqueda de la perfección lo que puede verse en su estudio: un oasis de aire oriental, lleno de árboles diminutos de todas formas, tamaños y colores, camuflado por la fachada de una casa de barrio y a pocas cuadras del Mercado Central.
Y si hay algo que Sergio –al igual que todos los cultivadores de árboles– entiende a la perfección, es el valor del tiempo, porque él sabe que sus árboles van a permanecer incluso cuando él ya no esté. Es que un árbol “bueno” se logra en 6 o 7 años, y si bien para uno es mucho tiempo, no es nada para un pino que vive unos 400 años. “El bonsái cambia tu relación con el tiempo, porque vos sos parte de la vida del árbol más de lo que el árbol es parte de tu vida. Eso te ubica en otro lugar frente a la naturaleza; no somos dueños, somos parte, y nuestro rol es el de interactuar”. De hecho, cuando falleció Hirata-san, uno de sus antiguos maestros, Sergio “heredó” muchos de sus árboles, y poco a poco, a medida que los va cuidando, les está dando su propia impronta, transformándose él mismo en parte de la vida de esos ejemplares.

OBSERVAR, SOLTAR Y FLORECER

De Hirata-san, y de muchos colegas de la cultura nipona, Sergio aprendió también el valor del silencio, algo que practica activamente cuando cultiva y “que no es eso que entendemos los argentinos de que el que calla otorga. Al contrario, el que calla está pensando, y eso te ayuda a darte cuenta de que las palabras tienen un valor y un peso de los que después te tenés que hacer cargo”.
Entre tantos aprendizajes, una podría preguntarse qué efecto particular tienen los bonsáis. Y Sergio ahí no duda: “Lo que hacen estos árboles diminutos es mover emociones”, y enseguida pone de ejemplo las veces en que la gente que va a su estudio le comenta que un ombú se parece al que estaba en el patio de su abuela. Es entonces cuando siente que logró su propósito, “porque ahí no importa la proporción áurea entre las ramas, importa que vos viste un árbol y eso te llevó a cuando eras chiquito”. Lo que a él lo moviliza también es algo muy sencillo, pero, al mismo tiempo, uno de los momentos más profundos de todos: “Me conmueve ver cuando los árboles dan flores. Porque a veces no es tan fácil que las cosas pasen, y cuando tenés cierto control porque no invadiste o no estresaste, y todo fluye, en realidad la alegría es que entendiste cómo trabajan las cosas, no que la planta hizo lo que vos querías”. A esa enseñanza valiosísima él le suma la del arte de la observación, piedra fundamental del conocimiento y del amor: “Observar implica salirte de ser el centro, y si no tenés la mente abierta para entender que no sos nada en relación con todo lo que está pasando, tu mundo termina siendo tu ombligo, y el resultado es que las plantas se mueren. Así te das cuenta de que la única manera de llegar al punto de poder ofrecer algo es quedándote quieto, acompañando y no interviniendo”.
¿Querés aprender sobre bonsáis? Podés leer el blog de Sergio para inspirarte, seguirlo en su Facebook o inscribirte en alguno de los cursos regulares que dicta en Tapiales.

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