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Shanghai y las joyas de una nueva dinastía

La megaciudad se enciende y está a la vanguardia de las reformas económicas en el gigante asiático; apertura comercial, un acelerado ritmo de consumo y rascacielos cada vez más altos




En un país milenario, que cuenta su historia en dinastías, el mayor distrito financiero tiene menos de veinte años. Se llama Pudong y es el nuevo centro de los negocios en Shanghai, a su vez el corazón económico y la megaciudad más poblada de China, con 23 millones de habitantes.
Dos décadas atrás, Pudong era un gran espacio poco desarrollado a orillas de Huangpu, que (en una versión cartográfica para niños) divide Shanghai en dos. Hoy, en ese lugar, se amontona una colección de rascacielos única en el mundo: las joyas de otra dinastía, la de ICBC, China Mobile, China National Petroleum Corporation y demás gigantes en la segunda economía del mundo, una superpotencia comunista ostensiblemente en plena transformación.
Edificios que, a su turno, fueron los más altos de, hasta que en cuestión de meses los superó el vecino por unos metros; como la actual campeona, Shanghai Tower, de 128 pisos. Todos, unidos por pasarelas peatonales elevadas, muy parecidas a lo que cincuenta años atrás se imaginaba para el siglo XXI y que en pocos sitios se cumplió tan bien, y dominados por la icónica Perla Oriental, torre de televisión de 468 metros reconocible por sus dos esferas espaciales de 50 metros de diámetro.
Justo en la orilla del Huangpu opuesta a Pudong hay otra zona importante: el Bund, característica por su arquitectura occidental de principios de siglo XX, una Manhattan vintage ya difícil de hallar incluso en Nueva York. Vale la pena explorarla entrando al menos al lobby del famoso Peace Hotel (20 Nanjing Road East), que además tiene un clásico club de jazz y una terraza estratégica. Es la herencia de las Concesiones Extraterritoriales, enclaves ocupados y administrados por Estados Unidos e Inglaterra (también Francia, pero en otro lugar de la ciudad) a partir de los llamados tratados desiguales tras su victoria en las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860).

El Bund y Pudong

Hay que visitar Shanghai de los dos lados del Huangpu (tributario del Yangtse, mítico río que cruza el país del Tíbet al mar de China). Desde la romántica costanera del Bund, a la noche, realmente se toma dimensión de la futurista Pudong: las torres corporativas se iluminan con colores intensos, logos y hasta gigantescos corazones en un desproporcionado show urbano. Si hay una nueva China, Shanghai está a la vanguardia del reformismo y Pudong es su vidriera, resplandeciente, convenientemente exhibida ante esta platea; sobre todo, a los nuevos cientos de miles de chinos que comenzaron a hacer turismo en los últimos tiempos. Cuando todo eso se enciende y los turistas corretean alegres para sacarse selfies con el espectáculo de neón en el fondo, la sensación es la de una instancia histórica, de quiebre y algo festiva.
Entre construcciones parecidas al Empire State y modernas sedes de bancos, son pocas las señales del sistema político que rige actualmente en China. El alemán Rainer Stampfer, vicepresidente regional de los hoteles Four Seasons en Asia, está casado con una indonesia, practicó seriamente polo sobre elefantes en Tailandia y vive en Shanghai hace cuatro años. Asegura que, en los negocios, su experiencia en la nación comunista no tuvo ninguna peculiaridad. "Ninguna traba. Diría que la India es bastante más complicada en ese sentido", cuenta el ejecutivo del grupo canadiense enfocado en el segmento del lujo.
Quien no le crea puede caminar por West Nanjing Road, en el distrito de Jing'an, y perder la cuenta de las mansiones de Louis Vuitton, Swarovski, Fendi, Prada, matizadas con algún concesionario de Ferrari y el ocasional Marks & Spencer. No debe haber marca premium occidental que brille, pero por su ausencia. Lo mismo que ocurre con los cinco estrellas, sobre todo en Pudong: el Four Seasons local necesita la piscina más sexy de Asia, en su piso 41, y el spa Guerlain para competir con un Shangri-La, un Park Hyatt, un Mandarin Oriental y muchos más.

Taikang, Xintiandi

En cuanto a señales visibles del régimen, al menos por los circuitos turísticos, ahí están los relojes de pulsera con la figura de Mao (brazo articulado haciendo un saludo) en los puestos de suvenires. Por la pintoresca calle Taikang (otro imperdible) hay un café llamado Kommune con alguna decoración de diseño filo soviético, más cerca de un bar temático en Palermo Soho. En Xintiandi, en la fachada de la sede-museo del primer congreso del Partido Comunista Chino (fundado precisamente en Shanghai, en 1921), hasta hace poco colgaban unas gigantografías alusivas con estrellas rojas. Pero las retiraron al mismo tiempo que, a veinte metros, se preparaba todo para la esperada nueva edición de la Shanghai Fashion Week, la semana última.

Auténtico mercado trucho

Un lugar común dice que los chinos son tantos que, cuando un porcentaje ínfimo de la población se vuelca a algo, eso ya representa números exorbitantes. En el caso del consumo en Shanghai no hay porcentaje menor: la ciudad parece obsesionada, en masa acrítica, por el antiguo arte del shopping. Los fines de semana, para llegar al jardín Yuyuan (de la dinastía Ming, es otro de los atractivos en la ciudad para anotarse), la multitud avanza a paso lento por un zigzag de callecitas y tiendas con artesanías industriales, variedades de té, porcelana y Starbucks.
Así que ni museos ni monumentos ni jardines imperiales: para tomarle el pulso a Shanghai se puede visitar uno de sus dos fake markets, autoincriminados mercados de ropa, electrónica ligera y equipaje falsificados. Uno, a pasos de Nanjing Road, y otro, junto a la estación de metro del Science and Technology Museum (en Pudong), son toda una experiencia, un curso rápido en cierto aspecto de la idiosincrasia comercial china. Comprar un celular, una prenda con etiqueta NorthFace o Miss Sixty o un drone de aspecto convincente, pero indudable falsedad, implica un extenso regateo. Una carrera de resistencia que puede subir bastante de tono mientras el vendedor contrapropone precios en la pantalla de una calculadora XL y protesta porque, así, pierde plata. Con alguna habilidad, la cuenta final es irrisoria, aunque se trate de mercadería ilegítima.
Los puesteros de los fake markets están entre los shanghaianos más políglotas. Negocian, se quejan y bromean en inglés y otros idiomas, castellano también. En el resto de la ciudad, incluidos los malls de mayor categoría y lugares claramente turísticos, casi no se habla inglés. En la mayoría de los restaurantes no queda más que ordenar en chino (shanghainés) o esperar que el menú venga con fotos de los platos, para señalárselos al mozo. Pedir que se recaliente un bol de noodles (fideos) exige un dígalo con mímica en el que una mano hace la forma de bol y la otra, la danza de las llamas y después el movimiento del humo. En un lugar económico, noodles, porción de dumplings (deliciosa pasta rellena, comúnmente con cerdo), vegetales y cerveza, más performance de mímica interactiva con el mozo, menos de 10 dólares por persona.

Tour en moto

Aunque redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram están bloquedas por el Estado (que dispone de cámaras de seguridad en casi cada rincón del espacio público), sobre la mencionada Nanjing Road tiene domicilio un MacStore de dimensiones apreciables, frente al que docenas de chinos hacen fila a diario. En cuanto salen de ahí pueden descargar en su nuevo móvil una aplicación bastante básica para acceder a los sitios restringidos.
"Ah, sí, recién ahora me la bajé", dice Patrick sobre el archiconocido salvoconducto. Francés, de Perpignan, vive hace siete años en Shanghai y cuando se le pregunta si antes no le interesaba tener Facebook pone una cara muy francesa de ¿para qué?
Es de los motoqueros que hacen tours por la ciudad en quince motos clásicas provistas de sidecar, para Insiders Experience. Su tour gira especialmente por la ex Concesión Francesa, un barrio residencial, de arquitectura eminentemente europea y con boulangeries ante las que, otra vez, los chinos hacen cola para comprar. Migrar a China le resultó fácil. "Para un extranjero, radicarse acá es más simple que para un chino cambiar la residencia de una ciudad a otra", explica.

Los últimos longtang

Aunque el 70% de los edificios y casi todo Pudong se levantaron en los últimos 20 años, obviamente hay otra Shanghai. Otras Shanghai. Una tiene forma de pequeñas vecindades en riesgo de extinción, a la sombra de cada vez más intimidantes torres. Son complejos de viviendas de arquitectura shikumen, mezcla de influencia británica y tradición china, en dos plantas y ladrillo a la vista, separadas por estrechos callejones (longtang) que hoy se ven anacrónicos, pero aún albergan a numerosas familias.
En una excursión exclusiva para el hotel Four Seasons Shanghai, en Puxi, el experimentado fotógrafo Gangfeng Wang guía durante cuatro horas a pequeños grupos por la intimidad del longtang donde nació, duerme y tiene su estudio. Es un romántico defensor de estos últimos refugios de la vieja Shanghai y lamenta la desaparición de muchos de ellos, desplazados por las joyas de la nueva dinastía, los rascacielos. Pero por alguna razón es optimista: "El valor de estos terrenos se disparó tanto que ya no es negocio ni siquiera para las grandes corporaciones", considera. Las legiones de obreros, los camiones y las grúas que se mueven exactamente a cada lado de su longtang lo contradicen.

Datos útiles

Cómo llegar: Qatar Airways se instaló como una conveniente alternativa para volar de Buenos Aires aAsia. Ofrece vuelos diarios desde Ezeiza, con escala en San Pablo, hacia Doha (unas quince horas), donde se puede conectar a Shanghai (8 horas) o al aeropuerto alternativo de la cercana ciudad de Hangzhou (a una hora, en tren de alta velocidad). Tarifas, desde 27.000 pesos, en clase turista. www.qatarairways.com
Dónde dormir: Four Seasons tiene dos propiedades en Shanghai, a cada lado del río Huangpu: Four Seasons Pudong, en el corazón de ese distrito de negocios, y Four Seasons Shanghai, en Puxi, a metros de la comercial Nanjing Road. Dos hoteles de alta gama, pero distintos: el de Pudong, de diseño moderno, con espectacular piscina en el piso 41 (se ve en la última de James Bond). El de Puxi, más clásico y próximo a atracciones turísticas como People’s Square y el jardín Yuyuan. www.fourseasons.com/shanghai .
Qué hacer: Insiders Experience, tours de una, dos o cuatro horas en motos clásicas ¡con sidecar! por las calles de Shanghai, a cargo de extranjeros radicados en la ciudad. Desde 87 dólares para uno o dos pasajeros. insidersexperience.com .
Visa: para visitar China, los turistas argentinos necesitan tramitar una visa tipo L. El gestión se realiza en la embajada de ese país en Buenos Aires (Crisólogo Larralde 5349), de lunes a jueves de 9 a 12.30. El costo es de 320 pesos, por una visa para una sola entrada. Por trámites urgentes, se puede pagar 330 pesos extra. Todos los requisitos, en ar.chineseembassy.org/esp

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por Redacción OHLALÁ!


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