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Siete magníficos

En torno al camino de los Siete Lagos, pero alcanzando incluso otras maravillas lacustres, siete trekkings recomendados y fuera de las excursiones más tradicionales




El Ruso Gres podría ser una versión patagónica del actor Nick Nolte, pero bastante más achicharrado por el sol. Pilotea un gomón repleto de turistas, cuenta un poco de todo y hace el acting de llenar una botellita con agua del lago Traful y beberla. "Si le pongo tapa y la vendo en el quiosco nadie se daría cuenta", bromea. El pelotón de visitantes celebra, pero sólo quiere llegar al bosque sumergido –la atracción del lugar–, que vendría a ser una porción de montaña bajo el agua, con árboles y todo, resultado de un movimiento o choque de placas tectónicas, ocurrido en algún punto improbable de nuestra era. Pero no es allí adonde vamos. Cruzando el lago, frente a la villa, hay algo más que un bosque al revés. A cuatro o cinco horas de caminata suave desde la Península Grande, en plena maraña de cipreses, se llega a un paraje con pinturas rupestres y, ahí nomás, las lagunas Verde y Blanca, conocidas como Las Mellizas. También en Traful se puede ascender a los cerros Negro y Monje, o descubrir tres cascadas: Coa Có, Blanco y Co Lemu, con saltos de hasta 25 metros.
Estos son sólo algunos de los programas de trekking no convencional (porque no están tan difundidos y porque atraviesan lugares semivírgenes) que se pueden realizar entre Bariloche y San Martín de los Andes, y en la Ruta de los Siete Lagos.
En general se trata de lados b amigables y para hacer en familia, caminatas de autor que no figuran entre los highligths patagónicos de siempre y que, gracias a Dios, tampoco requieren el estado físico de una gimnasta rusa. La mayoría de estos circuitos fue sugerida a LA NACION por Darío Remorino, guía del Parque Nacional Nahuel Huapi.
También aportaron buenas pistas sus colegas Lucas Jacobson, de Outside Patagonia, y el propio ruso Néstor Gres (el hombre del gomón), de Ecotraful. Paradójicamente, de los siete circuitos que se enumeran a continuación, sólo dos –los cerros Mirador y Falkner– requieren la asistencia de un guía de montaña. Para los otros cinco sólo hace falta un buen calzado, protector solar y una viandita para cortar el día a la mitad.

Acquadance en la cascada Ñivinco

1. En este caso hay que hacer una hora de auto desde Villa La Angostura –son 45 kilómetros– y dejarlo a la vera del arroyo Pichi Traful. Luego, cuarenta minutos de caminata llana que pueden afrontar desde el abuelo hasta el nieto, aunque no tengan muchos temas en común para conversar. "Yo resendericé el camino y lo macheteé, hará cosa de un mes", certifica el guía Remorino.
Se cree que la destrucción de dos volcanes, el Peñascoso y el Crespo, generaron coladas de magma que formaron tres saltos importantes al fondo de un valle. Esa postal es la cascada Ñivinco. El premio al cuarto de hora de caminata es llegar a la base del primer salto y pasarlo por debajo, para seguir después por la senda hasta la cima, desde donde se nota cómo la erosión del agua formó grandes canaletas. Se accede entonces al segundo salto y, desde allí, se advierte un arroyo que baja con una isla en el medio.
El tercer salto tiene otro bonus track: no sólo porque allí anida el pato del torrente, una especie en extinción que nada en favor y en contra de la corriente buscando insectos, sino porque en ese sitio exacto se formaron nueve piletones o pozones. Lo recomendable es entrar y salir de cada pozo no tanto para imitar al famoso pato, sino para emular una coreografía de acquadance y sentirse Flavio Mendoza en el programa de Tinelli.

El filo agresivo del cerro Falkner

2. A cincuenta kilómetros al sur de San Martín de los Andes se encuentra el lago Falkner y el cerro del mismo nombre, cuya cualidad principal es que tiene un pequeño glaciar que mira a Traful. En esta excursión, el auto queda parado en la base del cerro Falkner y el ascenso se puede oficializar en dos partes, porque existe la posibilidad de acampar a 1500 metros de altura y luego hacer cumbre al día siguiente.
También en este caso hay regalitos para los valientes: desde allá arriba se aprecian nuevamente los volcanes Tronador, Lanín, el Filo Hua Hum y los lagos Traful, Nuevo, Falkner y Villarino. En la cumbre, el filo angosto da forma a una montaña bien agresiva, con una vista sin igual. "Aquí, el nivel de exigencia es un poco más alto que los programas anteriores; ya no es una salida familiar y también debe ser guiada", avisa Remorino.

Meliquina, río, rápidos y castillo

3. Meliquina no cuenta con tendido eléctrico, gas ni recolección de residuos, lo que le otorga ese no sé qué bohemio. A Meliquina se llega tomando un camino de ripio desde la ruta que va a San Martín de los Andes. Se bordea suavemente el lago durante una decena de kilómetros hasta que, al fondo, se despliega una pequeña villa que parece un pueblito de cowboys. Los lugareños saben muy bien qué paseos recomendar: el primero no está indicado en ningún mapa y consiste en visitar los rápidos del río Caleufu, que también tiene pozones propios. Como el sitio no está señalizado hay que parar el auto en una tranquera de la estancia San Jorge (muy conocida en la zona), unos 1000 metros después del cruce con la ruta provincial 64.
Pasando esa tranquera se caminan 200 metros más hasta llegar al río, que corre enguantado en un lecho de enormes rocas. Marchando otros 30 metros por un sendero que escolta el río (quien lleve un snorkel verá truchas como nunca en su vida) se choca con una pileta natural de agua verdosa, para zambullirse a piacere.
Otro programa para hacer desde Meliquina es tomar la ruta 63 hacia Paso Córdoba para pasar el día en el lago Filo Hua-Hum. Se cruza primero el río del mismo nombre y, muy de a poco, va apareciendo el lago, majestuoso y con una perlita: una enorme playa solitaria y una suerte de castillo con aires europeos del siglo XV, construido por los dueños de una importante estancia del lugar, llamada Lemu Cuyen.

A la cascada Santa Ana

4. Este es otro programa para hacer por el día desde La Angostura. Exige cruzar la Aduana argentina (y por lo tanto llevar los documentos), por la ruta 231 hasta el paso Cardenal Samoré. En ese preciso lugar nos despedimos del coche para emprender los siguientes cinco kilómetros a pie. Hay que armarse de protector solar, un par de alpargatas extra para vadear el río, sombrero y algo de ropa para la tardecita. Son dos horas y media de caminata tranquila, y parece que nada va a sorprendernos demasiado hasta que, de repente, se corre el telón de uno de los escenarios más impactantes de la zona: la cascada Santa Ana. No sólo destacan los 40 metros del salto, sino que atrás de la cascada, el magma desparramado de un volcán extinto hace miles de años delineó una suerte de techo o galería de basalto cristalizado que sobresale de la montaña, formando un arco sostenido por piedras hexagonales. Desde el interior de la galería (donde se puede parar a almorzar) se logran las mejores vistas de la cascada, que se desploma sin piedad sobre un dosel de vegetales, helechos y aljabas. El regreso hasta el coche demandará otras dos horas y media.

Cerro Mirador, cuna de volcanes

5. Diametralmente opuesto a la cascada Santa Ana, pero a sólo seis kilómetros de ella, se eleva un volcán extinto llamado cerro Mirador. Esta vez el auto se estaciona en el hito Puyehue, en el límite mismo entre la Argentina y Chile, y se realiza un ascenso de casi cuatro kilómetros. A medida que uno sube se desenrollan, en dirección a Chile, el valle del Golgol y el lago Puyehue. A la derecha, el Brazo Rincón del lago Nahuel Huapi y, a medida que arrecia el ascenso, la aparición majestuosa de los volcanes: Tronador, Casablanca, Puntiagudo, Osorno, Puyehue, Mocho-Choshuenco, Villarrica y Lanín. En la cumbre misma del cerro Mirador es un espectáculo contemplar el lago Constancia, el más grande del Parque Nacional Puyehue, pero uno de los menos conocidos por su difícil acceso. Como dijimos, esta excursión se realiza con un guía de montaña.

Laguna Llum e isla Corazón

6. A 45 minutos desde el centro de Bariloche se accede a la parte norte del lago Mascardi, más precisamente al camping Relmu Lafquen. Allí comienza un trekking de casi dos horas en un bosque de coihues hasta playa Los Leones, una bahía protegida donde el agua suele estar un poco más cálida que en el resto del lago, con una arena suave y una paz que sólo se consigue en sueños.
Luego viene un ascenso tranquilo de 40 minutos hasta la laguna Llum, que aparece encajonada como un pañuelo mal doblado en un valle de altura. El telón de fondo son los cerros Tronador, Bonete, Punta Negra, Cresta de Gallo y el resto de la cordillera de los Andes. Del margen sur de la laguna se desprende un pequeño sendero, un poco más exigente (en este punto se lamentarán todos esos flanes con dulce de leche que componen nuestra panza), que sigue subiendo hasta llegar a un pequeño mirador natural, desde donde se aprecia el lago Mascardi en todo su esplendor y, justito en el medio, la isla Corazón.

Aguas calientes del Queñi

7. Las aguas termales siempre son un plan en sí mismo. Pero aquí, en las termas del Queñi no hay infraestructura ni un resort para disfrutarlas en bata y pantuflas. A este sitio, que se ubica al fondo del lago Lácar-Nonthué, se accede en lancha colectiva desde San Martín de los Andes o en coche, por el Paso Hua Hum. Siempre conviene llamar por teléfono a la Seccional Queñi de Guardaparques y preguntar si el camino está en condiciones.
En esa seccional se estaciona el auto y se inicia una caminata de hora y media hasta las termas: desde un boquete en la piedra el agua fluye a más de 40°C y, quince metros más abajo, baja a los 30°C y tantos. Otra vez, el escenario quita la respiración: porque donde cae el agua se dispusieron tres coihues caídos –un trabajito de la gente de Parques Nacionales– que ofician de paredes para una gigantesca bañera natural.
Después del calor termal no es un mal plan una refrescada en el lago Queñi, para luego volver a la bañera. Y así sucesivamente, hasta quedar blando como una babosa.

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por Redacción OHLALÁ!


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