Sería temerario desconocerle a Estambul ese rancio linaje histórico que la llevó a consagrarse por más de 16 siglos como eje y capital de tres grandes imperios (greco-bizantino, romano de Oriente y otomano). De allí que deambular por los sinuosos laberintos del sector más antiguo supone desempolvar historia pura a través de inestimables testimonios de época. Los primeros asentamientos en la vieja Tracia se remontan al siglo VII a.C. Recién en 1453, luego de haber sido bautizada como Bizancio, Rumelia y más tarde Constantinopla, es nombrada como Istanbul.
Indudablemente fue su estratégico emplazamiento geográfico el que convertiría a Estambul en vital encrucijada para el intercambio entre dos mundos. Ciudad bulliciosa y multifacética, de vertiginoso dinamismo, allí el turista puede descubrir la excitante pujanza occidental y sumergirse en el sosegado y misterioso exotismo oriental.
Si hubiera que elegir un símbolo emblemático de la milenaria metrópolis, la construcción que acapara toda la atención es la mezquita de Sultanahmet o Mezquita Azul, con su impactante simetría arquitectónica, erigida entre 1609/16 por el sultán Ahmet I. Reverenciada por el credo musulmán, sólo está precedida en importancia religiosa por la Masjid Al Haram de La Meca y el Domo de la Roca en Jerusalén.

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