

SIMOCA, Tucumán.-- A pesar del largo viaje, llegar a esta parte de la provincia vale la pena. Son muy pocas las visitas a lugares del interior que, como Simoca, dejan un recuerdo tan nítido en la memoria. El espectáculo que ofrece queda retratado en los ojos. Se experimenta algo que traspasa los límites de la credibilidad.
Lo primero que se nota es que los pobladores viven bastante aislados de la capital tucumana (50 km) y guardan intactos sus hábitos y costumbres. Parece que el siglo XXI no llamó a las puertas de esta localidad. Por supuesto que los vaivenes de la economía regional tienen mucho que ver con esto.
Cuando se habla de tradiciones, una de las referencias salientes es que la ciudad de Simoca data de 1613. Tiene alrededor de 8000 habitantes, gente informalmente vestida, amable y hospitalaria.
Shim Mu Kay, voz quechua que significa soledad y silencio, sería para algunos el origen de la actual denominación de Simoca.
Es un pueblo que ofrece al visitante un pasado reflejado en la singularidad de sus sulkies. Estos continúan siendo el principal medio de transporte, lo que le valió el título de Capital del Sulky. Andan por todo lados, salen de todos los rincones.
Quiénes tienen las riendas
Están en muy buenas condiciones y suelen ser estacionados al lado de ómnibus y autos. Habitualmente, las mujeres son las que llevan las riendas. ¿Tendrá esto algún significado? Los hay con llantas de hierro, toldos o ruedas que poseen rayos y rulemanes. Van adornados con flores y guirnaldas. En octubre, estos vehículos desfilan por las calles. Aseguran aquí que hay más de 3000 en circulación y, a veces, se exportan a diferentes partes del mundo.
Al ingresar en la población, la escultura de uno de estos simpáticos carros asoma a los ojos del visitante. Con esa sencilla y romántica imagen, uno se interna en las calles donde asoman casas con patios frescos y se escuchan charlas al lado del mate.
Simoca cambia algo los sábados. Ese día se anima. Muy cerca de las abandonadas vías del ferrocarril Belgrano, el pueblo se transforma en una colorida feria que combina puestos de comida de la mesa tucumana.
Ese día, la afluencia de sulkies aumenta sustancialmente y hasta se producen congestionamientos en las calles.
La empanada se lleva los aplausos. Los simoqueños dicen que son las mejores de la provincia. Después de probarlas, casi no quedan dudas de ese calificativo.
En el abigarramiento de los puestos se descubre desde frutas y verduras hasta zapatillas, así como mujeres con blancos delantales que ofrecen comidas.
Ají y comino
Imposible resistirse a las artesanías y los picantes que están a la venta. Se recomienda comprar ají y comino. Aparte, se venden empanadas, locro y parrilladas. Pero lo importante es la historia de este lugar.
Aquí se reunían los lugareños convocados por los monjes franciscanos, allá por el siglo XVII. En razón de que provenían de extrañas tierras, llegaban con la comida que les había sobrado en el camino y la intercambiaban con los vecinos de la ciudad. Pasaron los siglos y esta costumbre aún se conserva.
Gallinas, lechones, etcétera, son cambiados por otros productos a la vista del visitante. Hay quienes llegan de ciudades vecinas, los que vienen de Río Hondo. Las posibilidades de alojamiento son escasas. No hay disponibilidad para el albergue de huéspedes.
La feria es un imán para cuanto turista pase por Tucumán. Un concepto autóctono lo impregna todo y se encuentra presente en la vida cotidiana de sus habitantes.
Aventuras en los cerros
SAN PEDRO DE COLALAO.-- Alberto, que hace de chofer y guía, llega con su flamante 4x4. La idea es recorrer en el día esta localidad. No es que haya que hacerlo así si uno viene aquí de vacaciones, todo lo contrario. El lugar es ideal para tomárselo con calma, a ritmo de mate, como les gusta aquí, de caminatas y conversaciones informales.
San Pedro de Colalao es una villa veraniega, a sólo 95 km de la capital, próxima a Simoca. Está a 1100 metros sobre el nivel del mar. Tiene hoteles, camping, bares y servicios que lo hacen un lugar con interesantes y fascinantes circuitos para el trekking, cabalgatas y el turismo de aventura.
Distinguidas familias construyeron las primeras residencias de vacaciones y algunas mantienen su aspecto original en las inmediaciones de la plaza principal. En San Pedro de Colalao se pueden disfrutar dulces regionales, quesillos, humitas y las infaltables tortitas a la parrilla.
Por Julio Aguirre Chaneton
De la Redacción de LA NACION
De la Redacción de LA NACION
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
