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Sissi, una viajera infatigable

La historia de la célebre emperatriz dejó huellas en Ginebra y en Viena para seguirlas en medio de castillos y palacios.




GINEBRA.- Si esta ciudad y Viena pueden unirse en un viaje, un buen motivo para elegirlas es recordar el itinerario histórico-romántico que describió Sissi, la emperatriz de Austria y reina de Hungría.
Aquella heroína inmortalizada en las películas de Romy Schneider, que resistía la etiqueta de las cortes, dejó rastros de su paso por toda Europa: hizo una sucesión interminable de viajes, algunos de ellos con el objeto de olvidar el misterioso suicidio de su joven hijo y de su amante.
No es difícil entonces asomarse a la vida de Sissi, envuelta por esa y otras tragedias familiares, que transcurrió entre la opulencia de fantásticos castillos y un sinfín de excentricidades, como la obsesión absoluta por su silueta y el cuidado de su pelo.
Sissi nació en Viena y murió asesinada en Ginebra, en 1898, y ambas ciudades guardan memoria de ella. Se asegura que fue una de las mujeres más bellas de su época, pero también una de las más desdichadas.
Por eso, una explicación fácil del encanto propio de Ginebra pasaría inevitablemente por Sissi: algo de su vida quedó sellado entre las históricas paredes de la ciudad. Especialmente en las del Beau Rivage, el hotel a orillas del Leman, el lago de Ginebra, donde pasó los últimos minutos de su vida, tras haber sido apuñalada, cuando iba a embarcarse en un vapor de línea rumbo a Montreux.

Un balcón a los Alpes

Brilla el sol y no hay ojos para contemplar el espléndido panorama que se descubre desde el balcón del primer piso correspondiente a la habitación que ocupó la célebre dama. ¡Qué vista! Es el panorama de las montañas lejanas, coronadas de nieve que parecen abrazarse al cielo, elevándose por encima de otras montañas más pequeñas, como las que antes habíamos visto desde el avión, envueltas entre las nubes.
Contemplado a lo lejos, el Mont Blanc, el pico más alto de los Alpes, parece un gigante amenazante. Pone un toque romántico el puente sobre el Ródano, con decenas de personas que lo cruzan y se dirigen a la barrera de inmensos edificios que custodian una de sus riberas.
El elegante establecimiento hotelero -que tiene cinco estrellas y más también- conserva su antiguo esplendor, es uno de los más caros y sirve de punto de partida de este viaje con alfombra roja.
Antes de irnos nos recordarán que en el hotel se hospedaron Sara Bernhardt, Mitterrand y la ex presidente argentina María Estela Martínez de Perón.
No hay que creer, empero, que en Ginebra todo lo monopoliza esta bella dama. Cuando se llega a esta ciudad, próxima a adentrarse en el verano, surge la sensación de que se está pisando un país en que el rasgo más nítido es la perfección, además de ser refinado, culto y obsesivamente organizado. Por ejemplo, a nadie se le ocurre arrojar basura al piso y tampoco tocar bocina sin causa justificada.
En el inventario debe recordarse que Borges se enamoró de esta ciudad y la eligió para su descanso eterno, allá en el cementerio del barrio de Plain Palais, algo apartado del centro.
No es difícil entender tampoco porqué la eligieron para vivir Stravinsky y Hemingway, Chaplin y Le Corbusier.
Gran cantidad de organismos internacionales tienen su sede aquí y han convertido a la ciudad en un centro mundial de conferencias.
Pero esto no es todo, Ginebra es una de las ciudades más cosmopolitas de Europa, tiene 170.000 habitantes, de los cuales un tercio es de origen extranjero. El idioma oficial es el francés, pero es común escuchar el alemán y el inglés. Su moneda es el franco suizo.

Precisión y chocolates

Ginebra se presenta tan precisa como los relojes que fabrica, dulce como sus chocolates, adornada con paisajes de postal, ideal para esquiadores y alpinistas, y rica en cuentas bancarias.
Todo funciona a la perfección a pesar de la multiplicidad de religiones, culturas, lenguas, sistemas de gobierno y leyes diferentes. Aquí domina el francés.
Ginebra alberga, por su parte, muchas organizaciones internacionales, entre ellas la Cruz Roja, la sede europea de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Imposible irse de Ginebra sin probar las exquisitas fondues.
Por sus rápidas rutas, en Suiza se puede cambiar de paisaje y en menos de una hora, desde Ginebra, se puede llegar a Montreux , una apacible ciudad en la bahía del Leman. Destino que deseaba alcanzar Sissi, pero que lo malogró el anarquista que le quitó la vida poco antes de partir.
Llegar a Viena significa adentrarse en la tradición de los fastos imperiales, que han permanecido vivos hasta nuestros días. Hoy como ayer se bailan los valses de Johann Strauss. La capital austríaca es una ciudad de palacios, jardines, múltiples avenidas, donde el arte está siempre presente.
No en vano los Habsburgo acumularon aquí durante seis siglos y medio las riquezas de unos de los imperios más vastos del universo. Desde 1861, fecha de su casamiento, Sissi se ve obligada a vivir en Viena y es precisamente cuando comienza este largo viaje por la historia.

Amor y odio

Múltiples biografías intentaron trazar el retrato de esta mujer cuya vida estuvo signada por la tragedia. Tuvo cuatro hijos y dos de ellos murieron imprevistamente.
Rechazó las reglas cortesanas y se convirtió en una nómada de toda Europa. Los vieneses la detestaban tanto como la amaban los húngaros.
Por Julio Aguirre Chaneton (Del suplemento Turismo)

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por Redacción OHLALÁ!

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