¿Tan tentadora puede resultar una bata o una toalla con el logo de un hotel cinco estrellas como para robárselas descaradamente, aunque ocupen media valija y hasta implique pasar el papelón del siglo en el momento del check out?
Parece que sí, y que la cosa es mucho más seria de lo que se cree para los hoteleros, que lidian a diario con pasajeros muy amigos de estos suvenires no permitidos, a la cabeza del ranking de botines más frecuentes.
Hace unas semanas el blog de viajes In Transit, de The New York Times, publicó una entrada sobre cierta nueva tecnología para evitar robos de estos codiciados productos de hotel. Se trata de un microchip, cuándo no, que se inserta en batas, toallas y sábanas y que detecta dónde están. Linen Technology Tracking, una compañía de Miami, patentó estos chips de radiofrecuencia, que lucen como una etiqueta y que se pueden coser en la ropa y lavar sin problemas.
Según reveló William Serbin, vicepresidente ejecutivo de Linen Technology Tracking, tres hoteles de Estados Unidos (en Miami, Manhattan y Honolulu) ya adoptaron el chip, aunque prefieren mantener sus nombres en reserva.
El elevado aumento del precio del algodón sería una de las principales motivaciones para cortar por lo sano con los habituales robos. Se estima que los hoteles pierden entre el 5 y el 20 por ciento de las toallas, sábanas y otros artículos de blanquería por mes.
El hotel de Honolulu que introdujo la tecnología el verano pasado logró reducir los robos de toallones de la piscina de 4000 por mes a sólo 750, lo que representó un ahorro de cerca de 16.000 dólares mensuales.
Seguramente el coleccionista de antigüedades que hace unos años visitó San Telmo, según me contaron en un hotel céntrico, compró varias piezas y después las envolvió para preservarlas de golpes en sábanas, toallas y toallones lo hubiera pensado dos veces antes de dejar la habitación completamente desmantelada y arriesgarse a un concierto de alarmas (recordemos que si se puede llevar sin culpas los llamados amenities, como botellitas de champús, cremas, jabones, kits de costura y hasta las mullidas pantuflas).
Otro punto de control cada vez más frecuente es el frigobar. Ya hay varios hoteles en el mundo que cuentan con detector de movimiento en el minibar. Esto significa simplemente que si uno toca o saca un producto de la heladerita y no lo vuelve a poner en su lugar antes del minuto, el hotel se lo carga directamente a la cuenta como si lo hubiera consumido.
¿Por qué aplicar este tipo de control, que hasta podría sonar absurdo? Para evitar estafas que se han reiterado en hoteles de todas partes del mundo, como la de tomar el vodka importado, rellenar la botella con agua y dejarla inocentemente en su lugar. O, en épocas de crisis, por ejemplo, evitar que los pasajeros gasoleros compren comida y bebida en el súper de la zona y usen el minibar como la heladera de su casa, desplazando las botellitas en miniatura, que luego volverán a su lugar al finalizar la estada. Claro que por este último caso de especulación la culpa sería más bien de los hoteleros que cobran una botellita de agua cuatro veces más que en el quiosco de la esquina...
Publicado por Andrea Ventura / 8 de mayo de 2011 / 1.14 A.M.