
Sobre héroes, tumbas, inmigrantes y un indio milagroso
Mitos y leyendas del cementerio de Punta Arenas
9 de abril de 2006

PUNTA ARENAS.- Père-Lachaise, en París; Arlington, en las afueras de Washington; Recoleta, claro. Hay cementerios que por algún raro giro de los acontecimientos se convirtieron en atracción turística, en una escala más del city tour, entre museos y shoppings. Por historia y por cierta arquitectura específica, hay cementerios en los que conviven visitantes con ramos de flores y visitantes con cámaras de fotos que pasean alegremente entre tumbas y mausoleos de difuntos célebres y desconocidos, ricos y pobres.
El más austral de estos camposantos distintos está en Punta Arenas, Chile; es un punto turístico a la par del Museo Salesiano Maggiorino Borgatello y el Monumento al Ovejero.
Está en la avenida Bulnes 29, justo junto al hipódromo (para delicia de los más duros detractores de las apuestas). Y es un lugar sorprendente. Se lo recorre, como a sus pares en otras partes del mundo, con una mezcla de curiosidad y solemnidad que es exclusiva de este tipo de sitios, que inspiran tanto el respetuoso silencio como la mirada turística. La misma sensación que se experimenta al deambular por los pasajes de la Recoleta o frente a las tumbas de Modigliani o Jim Morrison en Père-Lachaise.
Punta Arenas, capital de la XII Región chilena, se fundó como fuerte militar en 1849, se consolidó hacia 1880, y desde entonces recibió diversas olas migratorias. Actualmente tiene unos 130 mil habitantes, casi tres veces la población de Ushuaia. El Cementerio Municipal, que muchos chilenos consideran el más lindo de su país, fue inaugurado el 18 de abril de 1894, en un predio de cuatro hectáreas, para reemplazar el anterior, al sur de la ciudad, en lo que hoy es la plaza José de los Santos Mardones. Y es especial ya desde el trazado: lo más característico son sus avenidas de grandes cipreses podados como dedales gigantes.
Todo junto
Pero es en el aspecto histórico donde aparecen más particularidades. Porque la de Punta Arenas es una historia de inmigrantes y de épocas de esplendor. Y esos dos elementos son absolutamente evidentes en el cementerio. Alcanza con observar los apellidos de distintos orígenes (especialmente ingleses, croatas y alemanes, además de italianos y españoles) y las soberbias construcciones reservadas para familias como Menéndez Behety, Braun Hamburger y Blanchard, sobre todo de las tres primeras décadas del siglo XX.
Por otra parte, si al entrar camina hacia la izquierda y hasta el fondo, se encuentra con un muro de nichos arquitectónica y socialmente en el otro extremo de la realidad. En construcción, estos sepulcros más humildes se parecen a los de cualquier cementerio argentino, pero son muy distintos: detrás de sus vidrios suelen exhibir verdaderas colecciones de juguetes, fotos, flores y todo tipo de artículos personales muy coloridos, y si se quiere, alegres, en una especie de competencia de ornamentación y originalidad.
Sin embargo, el galardón mayor se lo llevaría, en todo caso, el monumento y sitio de peregrinación al Indio Desconocido, a pocos pasos de la parte más humilde del cementerio.
Hasta fines de los años sesenta, en realidad, los restos de este aborigen alacalufe no identificado descansaban entre los mausoleos aristocráticos de Punta Arenas. Había sido encontrado muerto en la isla Diego de Almagro, junto con el cadáver del chileno Diego Leal, en 1929. Pero en la segunda mitad del siglo XX el rumor de los poderes milagrosos del indio se había extendido lo suficiente como para que se decidiera trasladarlo a otro sector del cementerio en el que se pudiera colocar una estatua y una pared para que los fieles pusieran placas de agradecimiento por favores concedidos, una alcancía y una leyenda: El Indio Desconocido llegó desde las brumas de la duda histórica y geográfica y yace aquí cobijado en el patrio amor de la chilenidad.
Hay que decir que el Indio Desconocido estuvo bastante ocupado en las últimas décadas: hoy en esa pared, levantada en 1969, no cabe una placa más.
Para mitos, no hay lugar como un cementerio. Y el de Punta Arenas los tiene con protagonistas de todo el espectro social: desde el alacalufe sin nombre hasta la acaudalada Sara Braun, que donó el gran pórtico, terminado en 1923. Al morir la benefactora, sus restos fueron llevados al cementerio por la puerta principal que da a la capilla. Cuentan que doña Sara Braun había hecho explícita su voluntad de ser la única en entrar por ahí y de que el pórtico se sellara después. Dos cosas son ciertas: nadie confirmó oficialmente esta versión y nadie más ingresó en el cementerio de Punta Arenas por ese lugar.
Datos útiles
Qué ver
Además del cementerio, en Punta Arenas vale la pena conocer:
Palacio Sara Braun. Junto a la plaza central, esta mansión del siglo XIX perteneció a Sara Braun, mujer del acaudalado ganadero portugués José Noguera, y da cuenta de los tiempos de esplendor de la ciudad.
Palacio Mauricio Braun Menéndez. Otra exquisita mansión, a media cuadra de la plaza, que perteneció a Mauricio Braun, hermano de Sara, casado con Josefina Menéndez Behety, uniendo dos grandes fortunas patagónicas. Funciona allí el Museo Regional.
Museo Regional Salesiano Maggiorino Borgatello. Exposición permanente del hábitat y la historia de los aborígenes de la zona.
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