Trabajar un sábado no es el mejor plan para un fin de semana, la cosa repunta muchísimo por el grupo de gente y termina de mejorar con ida al cine a la tarde a ver Super 8. Entre las maravillas que hace Spielberg siempre (aunque acá no dirija) está el casting de actores infantiles; claramente, lo que más me gustó de la película. Me hubiese quedado con ese recorte de la historia de los chicos y hubiese sido suficiente.
Hace siglos que no iba al cine, tanto que no puedo ni acordarme de la última película que vi. Me gusta eso de estar sentada, quietísima, las luces que bajan despacito, la pantalla en negro y el sonido repentino que viene de todos lados. No importa cuántas veces vuelva a sentarme en un butaca, no importa el tiempo que hace que vengo haciéndolo, siempre, siempre me va a producir una sensación única en la panza, una sensación de disfrute que por suerte no se acaba. Me reto y me digo que tengo que hacerlo más seguido, que es verdad eso de "ver cine en el cine". De repente vuelvo a ser chiquita, el mismo entusiasmo, como si mantener esa fascinación te hiciera retroceder en el tiempo. Debe ser eso, cuando volvemos al cine, en algún lugar también volvemos a ser chicos.
Pedro está sentado quietísimo al lado mío. Es un fanático de Spielberg. Su brazo tiene tomado el apoyabrazos que por turnos compartimos y ni nos rozamos salvo cuando tratamos de agarrar al mismo tiempo el vaso (ridículamente grande) de Coca Light que está en el porta vaso. Nos tocamos las manos sin querer porque los dos estamos mirando la pantalla. Uno de los dos saca la mano antes que el otro como pidiendo disculpas en silencio y vuelve la mano a su lugar.
Pero después, por un largo rato, los dos tenemos los brazos apoyados al mismo tiempo, tocándose apenas. Quedan ahí paralizados. Ninguno de los dos los mueve. ¿Es algo conciente, es una casualidad? Me gusta saber que está ahí al lado, aunque sea eso. Es rarísima la sensación y por un momento me voy totalmente de lo que está pasando en la pantalla y sólo puedo concentrarme en el brazo y la parte de afuera de una mano, a milímetros.
La película está terminando y los brazos siguen ahí. Creo que por un segundo no quiero que termine. Los títulos, un pedacito más de bonus track que viene al final y ahora sí, las luces se prenden y nos paramos sin decir nada con toda la masa de gente. En la vuelta en el auto sí hablamos, mucho, de Spielberg, de Lost, de los actores. Estamos de nuevo sentados en dos asientos. Tan lejos.