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Sucesos inesperados

De México a Miami, un viaje de la alegría al pánico




Durante siete años viví en un país muy rico para el turismo como es México -sobre todo para aquellos a los que nos gusta la arqueología-, y conservo de esa época innumerables historias de felicidad y disfrute. Como el día que me encontraba en el acto del Día del Ejército, más precisamente en la plaza de toros del D.F., invitada para cantar con un grupo de mariachis frente al presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz. Por entonces yo era muy conocida en México y, cuando aparecí en el escenario, todo el público se puso a gritar: ¡¡¡A la bin, a la ban /a la bin bon ban / Argentina, Argentina, ra, ra, ra!!!
Un recuerdo imborrable, como historia y como anécdota, porque la vibración de esa raza, de ese pueblo gritando el nombre de Argentina en una tierra que no era la mía, me hizo sentir una emoción enorme, hasta tal punto que me puse a llorar como una niña sin poder comenzar a cantar.
Y como esa puedo nombrar otras tantas experiencias en Guanajuato, Oaxaca, Taxco, los paisajes maravillosos de Cancún, las islas Vírgenes o Acapulco, cuando fui invitada al Festival de Cine que organiza esa ciudad. Sin embargo, de todos aquellos recuerdos hay uno que conservo especialmente, porque pasé un verdadero día de terror que puso en riesgo mi vida.
En aquella oportunidad había ido a visitarme don Carlos Petit, un productor, autor y director muy importante de la época, considerado por entonces el zar de la revista porteña. Petit había viajado a México especialmente para contratarme, y yo, para homenajearlo, quise invitarlo a ver el show que Raquel Welch estaba presentando en Miami. Así que primero pasamos por Las Vegas, y de ahí, directo a Miami.
Como teníamos un par de días por delante, y a Petit le gustaba pescar, apenas llegamos buscamos una embarcación para internarnos en el golfo en busca de tiburones. Contratamos una pequeña lancha a punto de partir con otros dos pasajeros, y salimos.

Desenlace de terror

El viaje había transcurrido sin sobresaltos hasta que llegamos a la mitad del recorrido y el cielo empezó a oscurecerse cada vez más, a tal punto que eran las 4 de la tarde y parecía de noche. Las olas se sucedían unas tras otras, pasaban por arriba de nuestras cabezas y no nos permitían avanzar. Nos abrazaban, y la embarcación, que parecía cada vez más pequeña, iba para acá y para allá a merced de la tormenta.
Durante más de tres horas tuvimos que soportar su furia atados con sogas a la cubierta, la única manera de salvar la vida. No podíamos volver, ni tampoco intentar otra cosa que no fuera esperar con resignación que la catástrofe pasara de una vez. Fue la primera vez que viví un ataque de pánico.
Al final pudimos regresar sanos y salvos, aunque en lugar de pescar un tiburón nos llevamos un gran susto. Una experiencia impresionante que no olvidaré jamás, porque casi no la cuento. Eso sí, al día siguiente fuimos a ver el show de Raquel Welch. Nada de otro mundo.
La autora es vedette, actriz y conductora radial
Por Zulma Faiad
Para LA NACION

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