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Sunday bloody Sunday





Publicado por Silvio

Silvia algo comentó de nuestras andanzas de fin de semana. Como dijo, el domingo fue un día un tanto particular al que no me voy a referir. Quiero hablar de otros domingos.
Usualmente (cuando no tenemos compromisos inamovibles), después de comer me acomodo tres almohadones en la cabecera del sillón, agarro el control remoto, y empiezo con lo que es un raid incesante de fútbol por televisión. Cuando no veo un partido en vivo, veo resúmenes y notas de otros partidos del fin de semana. Son varias horas de cerebro apagado y relajo para mis ojos. Algún que otro insulto a la tele y varios gritos de gol, en el mejor de los casos.
Silvia no terminó de entender nunca esto. Cuando está en la casa, suele pasar cada 15 minutos sin decir mucho a buscar algo que no encuentra y, creo yo, a tratar de disuadirme sin realmente proponerlo. Es gracioso cuando noto que ella empieza a cambiar la estrategia a su clásico formato "preguntonta": Hace preguntas que no tiene especial interés en preguntar para que sean el disparador de otros temas de los que quiere hablar. "¿Te parece que me queda bien esta remera?", "¿Merendamos?" "Me parece que habría que pintar la pared del living".
Hasta ahí, todo más o menos bien. Pero en determinados momentos, inevitablemente, aparece la furia. Normalmente ese momento es aquel en el cual o bien Boca o bien su rival están en un avance claro de gol, y ella viene, tapa la pantalla, y me hace una pregunta más seria o me exige con enojo que le preste atención. Es la ley de Murphy: siempre que ella viene con tolerancia cero, el partido arde.
Ese es el momento zen de mi vida. Ahí realmente trasciendo, logro poner la mente en blanco y trasladarme en mi mente a otro lugar, a un lugar de paz y de tranquilidad. Es eso, o 5 a 10 años en el Penal de Olmos. Serenamente le solicito que me deje terminar de ver la jugada que detrás de su humanidad el relator sigue relatando (de manera espantosa, pero ese es otro tema) y le prometo que volveré a la cama a hacer lo que ella disponga.
Si bien ella comprende y a veces hasta se ríe de mi pasión futbolera, su incapacidad para tolerar mi alegría en ese estado abstraído de varias horas me hizo desear tener un espacio para mí en la casa: una bóveda donde pasar todo el día encerrado, sólo, y viendo fútbol. Todos los domingos. De 3 de la tarde a 12 de la noche. Quizás salir para recibir una pizza. No más.
Sé que puede sonar egoísta, pero creo que es el hábito que elegiría rescatar de mi vida de soltero para mantenerlo por siempre.

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