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Sydney en vuelo directo

Reflexiones sobre un viaje que saca un día al ir y lo devuelve al regresar




El Sur también existe, canta Joan Manuel Serrat desde Barcelona, que está al Norte. Y Eladia Blázquez, que nació en Avellaneda, sabía que su corazón miraba al Sur.
El genial uruguayo Joaquín Torres García, harto de que los mapas vinieran con el Norte en la cabecera, pintó América del Sur al revés que los planisferios habituales. Lo que es bueno porque nos hace mirar de otra manera, ni mejor ni inferior, sólo distinta.
Después de todo, en el planeta Tierra no hay arriba ni abajo porque estamos dando vueltas continuamente, igual que en la vida, donde por ahí nos creemos la cereza del postre y luego el último orejón del tarro. Aunque los puntos cardinales son cuatro, nos olvidamos del Este y el Oeste, nada menos que de donde sale el sol y se oculta después de trajinar del amanecer al crepúsculo. Esto empobrece la imaginación a la hora de viajar porque nos perdemos destinos notables como Africa a un costado y Oceanía al otro.
En esto pensaba al enterarme del anuncio sobre el nuevo vuelo directo a Sydney en sólo 12 horas, prácticamente lo que tardamos hasta Europa. Con la diversión de aterrizar con la misma hora que al despegar porque la diferencia de huso horario nos saca un día al ir y lo devuelve al regresar. Einstein dixit porque todo es relativo.
Este nuevo récord, logrado con mejor aprovechamiento de aviones, combustibles y hojas de ruta, abrevió la formidable experiencia del cruce transpolar que hice hace una década por Aerolíneas Argentinas. Entonces volé hasta Río Gallegos y desde allí a Auckland, en Nueva Zelanda. Había 15 horas de diferencia y tuve que hacer cuentas para ubicarme con la ayuda de otros pasajeros. Luego seguimos a Sydney y la diferencia se limitó a 12 horas, lo que lo hacía más fácil sin necesidad de tomar melatonina para dormir con luz de día.
En Auckland había duchas y eso ayudó a despejarme, y cuando tomé el último tramo hasta Sydney, ya estaba preparado. Mi estada iba a ser corta, sólo un día, porque mi destino final era Singapur. A pesar de la brevedad de mi estada lo pasé muy bien aunque no podía salir de la ciudad hacia el interior, el legendario Outback, la gigantesca pampa australiana. Supongo que por esas tierras andarían los colegas de Cocodrilo Dundee, el aventurero que cazaba cocodrilos antes de transformarse en el divertido protagonista de esa película de 1986. El cine o la TV son los mejores compañeros de viaje antes de hacerlos.
Porque en la pantalla grande (o chica) ya conocía la increíble forma de la Opera, cuyos ecos en pequeño vemos en Puerto Madero, y sabía que las mejores zonas para pasarlo bien estaban en The Rocks, el barrio antiguo, muy cerca de los restos del presidio, porque sus primitivos inmigrantes habían sido presos.
Dicen, y es cierto, que para muestra basta un botón. Y es válida la cábala de tirar tres monedas en la bahía, igual que en la Fontana de Trevi, pensando en volver. No estoy seguro si para entonces habré reunido el coraje, y el estado físico necesario, para la escalada del Harbour Bridge. No es fácil porque son tres horas y media trepando antes de llegar a la pasarela, a 140 metros del agua. Allí nos ponen un arnés, trajes especiales y una lámpara porque el paseo se hace de día y de noche, bajo cualquier condición meteorológica salvo tormentas eléctricas.
Si no me da el cuero iré a la torre Centre Point para tomar fotografías desde el observatorio público, a 305 metros de altura, con las imágenes en redondo de una de las ciudades más singulares de nuestro hemisferio sur. A 12 horas de vuelo de Buenos Aires.

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por Redacción OHLALÁ!

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