

¿Cómo hacen el amor los puerco espines?, preguntó el alumno. Con mucho cuidado le contestó el profesor. La misma respuesta es cada vez más válida a la hora de viajar para la generación del 11 de Septiembre. Nos fuimos acostumbrando a presentarnos en el aeropuerto tres horas antes, a ser interrogados por la forma en que armamos la valija, a poner encima los artículos que podrían ser sospechosos para no tener que rearmarla con la ropa interior desparramada, mostrar el pasaporte varias veces, etcétera. Aprendimos a prepararnos para que no sonara el detector cambiando los cinturones con hebillas por el velcro, prescindiendo de los corpiños con aros metálicos y por último, pero más importante, usando el maletín de mano como variable de ajuste. Algunos, y es una buena idea, usaban un sobre transparente, tipo freezer, con billetera con tarjetas con microprocesadores, anteojos, lapiceras, llaveros, monedas, celular, palm, IPod, camarita digital y todo lo que pudiera hacer sonar la chicharra. El resto iba al bolso.
Aquí surgió un nuevo problema al caer bajo peligro de ser prohibido ante el complot denunciado en Gran Bretaña. Durante un par de días en Londres no permitieron llevarlos a bordo; todo tenía que ser despachado con el equipaje común.
Entre ficción y realidad
Esta situación abrió una incógnita de turismo ficción: ¿Cómo prescindir del botiquín de higiene con el dentífrico, los perfumes, las cremas y cremitas, las armas secretas para producirse, igual que las estrellas, al aterrizar? De golpe desaparecería el arreglo constante, y habría que enfrentar el mundo con la cara lavada. Ni hablar de los medicamentos prescriptos. ¿Qué hacer con las botellitas de las preparaciones homeopáticas o los jarabes cuya receta tiramos porque no siempre andamos con nuestra historia clínica?
La comedia humana continuaría al despegar según este eventual cuadro de situación. ¿Cómo van a soportar las 12 horas a Europa sin computadoras los ejecutivos? ¿Quién se bancará a los chicos sin sus juegos electrónicos? Será cuestión de leer la revista del avión o seguir la película que seguramente ya vimos. La cabina dejaría de ser una oficina, un living familiar o un playroom a 10 mil metros de altura para transformarse en simplemente lo que es, un avión. Y lo que es aún peor, perderíamos la excusa del bolso de mano para eludir el pago del exceso de equipaje.
Por Horacio de Dios almadevalija@gmail.com
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