Termas y esquí, un combo difícil de resistir

En realidad, el éxito de este lugar, a 480 km al sur de Santiago y 1650 metros de altura, se debe a que funciona a pleno durante los 365 días. Hay que aclarar que el viaje hasta aquí no es particularmente corto: hay que volar a Santiago, luego a Concepción, y de ahí son 170 km hasta el resort. Por eso, la oferta debe ser tentadora. Y lo es. Más allá de los baños termales y el esquí, el complejo también cuenta con campo de golf, canchas de tenis, caballos, bicicletas, escalada en roca, más un hotel cinco estrellas, que aún no cumplió los 10 años, al que no le falta nada: desde restaurantes y gimnasio hasta guardería infantil, pasando por el spa (obvio), e incluso una capilla. Eso, sin contar con las flamantes incorporaciones del año: una sala de convenciones para 600 personas (con mucho vidrio, madera y una vista insuperable de la montaña) y un casino, el primero en un centro de esquí chileno y algo bastante inédito por estos lares.

De todos modos, en esta época del año los protagonistas son, qué duda cabe, los deportes de nieve, con el snowboard y el esquí a la cabeza. Aunque también está el heliski, para los más audaces, los paseos en trineos tirados por perros Alaskan Malamute (los mismos que usan los esquimales), las travesías en motos de nieve o el esquí de fondo, esa antigua práctica nórdica que consiste en desplazarse, con el talón suelto, sobre esquíes largos y finitos.

Pero decíamos que el esquí y el snowboard son los más solicitados. Claro, si aquí hay 29 pistas de nieve espumosa, hasta bien entrado octubre, con un desnivel de 1100 metros y caminos flanqueados por bosques de lengas y coihues, entre cielos límpidos y cumbres que aquí y allá dejan escapar algunas fumarolas ("Dios nos entregó este lugar maravilloso y nos permitió esculpir un diamante", se enorgullece José Luis Giner, dueño y CEO del complejo). Incluso está lo que se dice es la pista más larga de América del Sur: Las Tres Marías, de nada menos que 13 kilómetros de extensión.

Y para los esquiadores, aquí va un dato: Termas de Chillán ha sido seleccionado como sede para el Mundial Juvenil de Esquí Alpino 2010, que reúne a 300 esquiadores de más de 50 países. ¿Qué significa esto? Que para ese año el centro deberá añadir dos telesillas dobles y otra cuádruple de última generación, invertir en cañones de nieve, cambiar los pomas, y aumentar la capacidad de transporte en un 40 por ciento (si ahora hay capacidad para 3800 esquiadores, en 2010 deberían esquiar 6000 personas).

A Juliane Oliveira, de Goiás, centro-oeste de Brasil, le basta con estar rodeada de nieve. "Vengo de una región seca, con 40°C. Así que estar aquí, en medio de este paisaje blanco, soñado, es emocionalmente muy fuerte. Es como descubrir los orígenes de Papá Noel", dice, y suelta una carcajada.

No es la única brasileña en haber descubierto este rincón del mundo. En julio, el 70% de los turistas que llegan hasta aquí son extranjeros. De éstos, hay un 80% de brasileños.

"Es que además del esquí, claro, están los baños termales...", suspira Juliane.

El suspiro no es gratuito. Los baños son en realidad parte de un mundo de tres pisos de saunas, cabinas de masajes, jacuzzi, piscinas de aguas a 38 grados, y una larga lista de terapias: hidroterapia, fangoterapia, aromaterapia, talasoterapia...Y si nada alcanza para relajarse, entonces está la cápsula Thalatherm, un dispositivo que parece sacado de La guerra de las galaxias y que cuenta con vibración, música, aromas y hasta luces de colores (la idea es que la persona se introduzca dejando la cabeza afuera, luego de ser untada con fangos terapéuticos).

No es inusual ver a alguno que otro huésped pasear en bata por los pasillos del hotel, ya pasada la medianoche. Es que la pileta de aguas termales, buena parte de la cual se encuentra al aire libre, está abierta hasta esa hora. Es decir, ofrece la experiencia indescriptible de nadar bajo las estrellas, con la nieve al alcance de la mano, en el silencio absoluto que sólo la montaña sabe ofrecer.

Un placer casi comparable con el de la gastronomía del lugar. En el Gran Hotel, el chef Sergio Calderón López dice que cocina por intuición, que juega con los sabores y se deleita con las combinaciones. Y así sorprende con el pavo de salsa thai y camarones, el bife de emú, el risotto de locos con espuma de azafrán o la merluza bañada en ostras. También está Mario, el mozo, que al segundo día ya sabe si tomamos agua con o sin gas, si preferimos el pescado antes que la carne, o el vino dulzón al fuerte (porque, con más de 300 etiquetas, Termas de Chillán tiene una de las mayores bodegas del país).

Y que, con la certeza del lugareño, dice que a Chillán siempre se vuelve. Tal vez por eso, el último día, se despide con un simple "hasta el año que viene".