JESUS MARIA, Córdoba.- Desde hace tres décadas se pasea por el acotado centro de Villa Tulumba y pocos habitantes del pueblo dudan de su guapeza. Los más envidiosos le dirigen la mirada, a otros ya no les llama la atención su figura no obstante que emita sutiles quejidos.
A pesar de sus años y el menoscabo de su apariencia, nada ni nadie detienen su experimentada y presumida marcha, orgullo que le otorga un concepto de belleza de los de antes.
Recorre las calles de la villa en dos tiempos, sobre dos ruedas y llevando siempre a alguien encima.
Las Puma, las motos guapas del pueblo, yiran desde que la policía se desprendió de ellas hace como 30 años, vendidas a crédito y en cuotas a los pobladores de Tulumba por un valor de cien pesos. Y todavía andan con la misma galantería de entonces.
Villa Tulumba es un poblado con escasos signos de modernismo. Un lugar con faroles coloniales y fachadas del siglo pasado. Añoso y pintoresco. Insólito y acotado. Un sitio donde el cruce entre dos caballos, un sulky y una moto provocan el mayor atascamiento en el tránsito. Los coches, con suerte y en las mañanas de mucho movimiento, pueden sobrepasar las tres unidades por cuadra.
Sólo la existencia de las veredas marca el delgado límite entre el pueblo y el campo
Por el ritmo de vida que llevan adelante sus habitantes, el límite entre el pueblo y el campo lo establece la existencia de veredas. Por la forma de andar de sus residentes, las calles pasan de estar vacías a estar colmadas de un minuto a otro.
Todas son calzadas doble mano y, si se agudiza la vista, las Puma van y vienen, desaparecen y resucitan, se estacionan frente a la cooperativa de luz o la biblioteca, con conductores que tienen la apariencia de venir de lejos, del corazón del campo, con camperas de cuero o nylon y la bolsita para hacer los mandados colgada del manubrio.
Si uno se pasea por Villa Tulumba, la opción es ir y venir como lo hacen sus habitantes, pasar una y otra vez por los mismos lugares porque el casco urbano es pequeño. Ver la Puma roja que estaba en la calle Monseñor Dávila, ahora andando por la principal (la única que es asfaltada) o por la Maestro José Rodríguez.
Observar, con intervalo de diez minutos, cómo el vendedor de colaciones y alfajores va disminuyendo de a poco la mercadería que lleva en el canasto.
Atender cómo el sol va, lentamente, iluminando el atractivo templo apostólico romano, por encima de los árboles que anteceden la fachada.
Asimismo, apreciar su belleza interior que incluye un tabernáculo que fue posesión de los jesuitas de Córdoba, luego trasladado a la iglesia catedral y, posteriormente, a la capilla de Villa Tulumba.
Puertas abiertas
Cuando llegan a destino, las Puma se estacionan sobre la calle. Nadie se molesta en guardarlas bajo techo ni asegurarlas con cadena porque no es necesario hacerlo.
Luego, los pilotos entran en la despensa, la panadería o en alguna vivienda que tenga la puerta abierta, o sea todas las casas de Villa Tulumba y cada una de ellas aunque, a veces, parezca que estén sin gente.
En un día van y vienen mil veces, aparecen y desaparecen como fantasmas; son las viejas Puma
Y así como uno va observando a los nativos, ellos hacen lo mismo con los forasteros. Como en el juego de las escondidas, unas veces cuentan ellos y otras los de afuera. Pero los que se esconden quieren ser vistos, contar y esconderse al mismo tiempo, descubrir y ser descubiertos, curiosear y ser objeto de la curiosidad. Toda Villa Tulumba queda en familia.
En las mañanas de los días laborables, por las arterias del pueblo circulan ondas radioeléctricas, emitidas desde altavoces colgados de postes callejeros, con avisos de publicidad y noticias de interés comunitario transmitidas por la Municipalidad.
Pasado el mediodía, la siesta respira reminiscencias, la del chispeante encendido de las Puma (o de alguna zanellita nueva ); la de los jingles del megáfono comunitario; la del golpeteo de las herraduras de los caballos; la de los promotores de la combi que intentan vender telefonía celular a los tulumbanos sin demasiado éxito, a pesar de haber firmado un convenio con el poder público; la de un movimiento que se ha salido del centro y se ha corrido hacia el campo, buen momento para acercarse al Cristo de los Granaderos y descubrir la traza de Villa Tulumba desde las alturas con la sensación de ver una postal medieval, porque las que especialmente se destacan, solitarias y magníficas entre los árboles del poblado, son las torres de la iglesia.
De historias y famosos
El pueblo es originario de 1675, tiempo en que el dueño de los campos de la zona, el cordobés de origen portugués Antonio de Ataide, construyó su solar en lo que hoy es el trazado urbano. Hacia el 1700 es erigida la capillita que hoy está en ruinas junto al templo mayor, de la que se conservan algunos vestigios.
La capilla actual data de 1882, cuya bendición inicial estuvo a cargo del fray Mamerto Esquiú.
Pero Villa Tulumba (llamada en 1803 Villa del Valle de Tulumba Carlos IV) no solamente vive de la historia de allá lejos y hace tiempo, lo que si así no fuese, nos llevaría a mencionar sólo como trascendente que la región estuvo habitada por los indios sanavirones a la llegada de los españoles y a reconocer que durante el siglo XX en la villa no pasó nada. Existen anécdotas, comentarios de pasillo, trastienda y relatos, algunos contemporáneos, interesantes de repasar de esta villa cordobesa declarada de interés histórico por el gobierno provincial en 1980.
Villa Tulumba no fue tocada directamente por el Camino Real al Alto Perú, pero se situaba a pocos kilómetros de los dos ramales que, de Jesús María al Norte, poseía el legendario derrotero cuya parada más cercana a Tulumba era Inti Huasi, al oeste del pueblo al que se unía por medio de una huella de herradura. Las marcas del pasado están vivas en el presente tulumbano. Como la efigie de doña Paula Albarracín (trabajando bajo el árbol) que se preserva entre las teleras, símbolo de tesón y obstinación.
El señalar paladines tulumbanos remite la mirada hacia los espacios verdes del pueblo. La figura del granadero, imagen de gloria y entrega para los nativos de Tulumba: la plaza José Márquez debe su nombre a un tulumbano caído en el combate de San Lorenzo. La plazoleta Mario Flores, a otro tulumbano de otro combate, Malvinas. Se escarba en la historia de Villa Tulumba y no se tarda mucho en averiguar cosas. Las anécdotas fluyen rápidamente como las ranitas después de una lluvia en el campo. Hechos que rozan la complicidad, el silencio, los secretos. Rumores, comprobados o no, que los tulumbanos conservan en su interior, que difunden de boca en boca. Sobre el padre Hernán Benítez, confesor de Eva Duarte nacido en el pueblo, o acerca de la familia Reinafé, sobre cuyos dos integrantes cayó la acusación del asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, a no muchos kilómetros al sur de Villa Tulumba; y de otras tantas dinastías de la zona. O sobre uno de los participantes de la revolución santafecina, de apellido Brul, que en tiempos de Uriburu terminó escondiéndose en una casona de Villa Tulumba.
Hitos de historia sin menosprecio por los relatos sin nombre y apellido de los que dan cuenta los antañones del pueblo como Virginia Flores, moradora de Tulumba. Sobre ranchos de mujeres , fiestas alrededor de un piano en lo que hoy es el edificio policial; la visita reciente de un alcalde español de la gallega localidad de Marín, o la desdicha de un tío abuelo de él que fue enviado a la frontera con el indio para evitar que se casara con una chica de la sociedad.
Pocas calles para mucha historia. Los faroles que se encienden por la tarde iluminan los recuerdos. Y las Puma que silencian su rugido hasta la próxima mañana, como lo hicieron durante miles de noches, para cuando la Villa del Valle de Tulumba amanezca un día más de su vida.
Andrés Pérez Moreno
Varios circuitos que sirven para cambiar la rutina
JESUS MARIA, Córdoba.- Villa Tulumba se sitúa sobre la ruta 16, que une la localidad de San José de la Dormida (ruta 9) con la ciudad de Deán Funes (ruta 60), en el norte de la provincia de Córdoba. También está próxima a Jesús María (a 95 kilómetros), el centro poblacional más importante de la región.
La localidad cuenta con una moderna hostería de características confortables y ofrece alojamiento con baño privado a 14 pesos por persona, de lo mejor y más completo (incluye piscina) que se encuentra en la comarca para dormir, exceptuando los hoteles de Jesús María.
La villa en sí misma es el atractivo de la comarca y los alrededores cercanos. Una visita al lugar podría ser combinada con otros circuitos, ya sea de Jesús María, el sur santiagueño, o la Reserva Arqueológica de Cerro Colorado. Hacia el Sur se puede combinar la visita a Villa del Valle de Tulumba, teniendo como base el sistema de las Sierras Chicas, con Ascochinga, Río Ceballos y Salsipuedes, o el camino de la Punilla.
En el verano, un arroyo sirve de balneario y la villa adquiere movimiento turístico. Existe, además, sitio para acampar, restaurantes y algunas pensiones baratas.