

LHASA.- Se llega a Gonggar, el aeropuerto de Lhasa, desde, por ejemplo, Pequín, Xiang o Shanghai, en China; o Katmandú, en Nepal, después de más de cinco horas de vuelo. Puntos de partida a más de veinte horas de Buenos Aires, claro. Y se aterriza, al fin, estando todavía a 3700 metros sobre el nivel del mar. Una altura casi de planicie para lo que significa pisar suelo firme en territorio de los Himalayas, donde los valles se extienden por encima de los 4000 m y para llamarse escalador hay que visitar los 7000. Sin hablar del pico de los 8848,13 metros -y sigue creciendo- del soberano Qomolangma, mejor conocido en Occidente como Everest, el majestuoso Techo del Mundo.
Se llega, en fin, al mítico Tíbet, tierra que solía ser de los nómadas a caballo -pastores de yaks con lejano origen mongol- y de los enormes monasterios budistas, y que hoy ha sido anexado a China como Territorio Autónomo del Tíbet, después de la invasión en 1951.
El gigante de Lhasa
Aunque se dice que muchos de los monasterios de la antigua nación gobernada por los lamas han desaparecido, la entrada a la capital, Lhasa, sigue estando precedida por el imponente palacio que albergara a los Dalai Lamas, el Potala, y la plaza principal -con el mercado de Barkor- tiene su origen, prestigio y preeminencia por el milenario monasterio Jokhang, que la remata hacia el Este. Uno y otro, más el alegre y florido palacio de verano, Norbulinka, han sido declarados, por su belleza y densa significación histórica de una cultura bien diferenciada, Patrimonio Mundial por la Unesco, en 1994.
El Potala, construido a mediados del siglo VII en la ladera, y hasta la cima, de la Colina Roja (Hongsham), tiene desde la base donde comienzan las escaleras 119 metros de altura; y el total de las construcciones, incluido el Estanque del Dragón, detrás de la colina, ocupa 360.000 metros cuadrados.
Bajo el intenso azul del cielo, iluminadas por una de las más fuertes radiaciones solares de la Tierra, sus paredes blancas y techos dorados resplandecen como un enorme símbolo de poder y veneración.
El templo decano del Tíbet, el monasterio Jokhang, por su parte, es el centro del barrio más viejo de la capital y el más genuinamente tibetano, mientras que en los bordes de la ciudad, los barrios chinos crecen sin cesar.
En el año 647, dicen los antiguos textos, las calamidades azotaban la nueva ciudad a la que se había mudado la sede del gobierno de Songtsan Gambo. La princesa Wengcheng, que consultaba los astros, propuso entonces erigir un monasterio para domar a los demonios. Donde cayera la piedra arrojada, allí se construiría. La piedra cayó en un lago y Songtsan Gambo no se echó atrás: mandó rellenarlo. Toneladas de tierra fueron traídas a lomo de cabra y el lugar llegó a conocerse, por eso, como tierra de las cabras. En buen tibetano de la época, rasa o lhoxie. Algunos dicen que, de allí, Lhasa; otros, en cambio, destacan que en el templo de Jokhang se alojó la primera estatua de Buda en Tíbet, dando lugar al nombre lha-sa, el sitio de la deidad.
Como fuera, los demonios atrapados quedaron pintados en los muros del monasterio y, después de resistir la lucha enconada entre el budismo y la religión bön, las ocho habitaciones iniciales crecieron hasta los salones y patios del edificio actual, al que miles de fieles rodean cada día en la plegaria circular del murmurado mantra por el bien y por la paz: Om, mane, padme hum.
Al Norte, la cordillera de Kunlun; en el Sur, las incomparables alturas del Himalaya; en el Oeste, la cordillera Karakorum; en el Este, la de Hengduan, y atravesando de Oeste a Este, las cordilleras de Nyainqentanglha y Gangdise.
Imposible recordar semejantes nombres, pero también es imposible soslayar que del pico Gelandaindong, de la cordillera de Tanggula, rama de la cadena Kunlun, nace el río Yangtzé, el famoso Río Amarillo de China. Y que la cordillera de Gandsie alberga la cima más sagrada de este lado del mundo, la montaña divina de Kangrinboqe, punto de adoración del budismo tibetano, de la religión bön, del hinduismo y del jainismo, de cuyas nieves eternas escurren El León (Shiquan), origen del río Indo; El Caballo (Maquan), donde nace el Yarlung Zangbo, que termina derramándose en el océano Indico con el nombre de Brahmaputra; El Elefante (Xiangquan), y El Pavo Real (Kongque), cuyo curso inferior es nada menos que el Ganges, el río de los dioses para el hinduismo.
Los nombres, así como se leen, se deslizan de la memoria. Pero nadie puede olvidar, al cruzar ese territorio, que de sus alturas surge el caudal mayor que irriga y da vida a Asia.
Siguiendo el cauce de los ríos, se van enhebrando, a la vez, valles imponentes, lagos del color del jade y monasterios que demarcan la antigüedad e importancia de las ciudades. Por el cauce del Yarlung Zangbo, cuna de la civilización tibetana, se atraviesa Shigatze, Gyangtse y Tsedang, con el venerado Yumbhulakang, el primer templo budista en el país.
Y en el camino, aprovechando las bondades de temperatura del verano (junio, julio y agosto) las grandes sábanas amarillas de los sembrados de mostaza -del que se obtiene el aceite- marcan algún poblado de casas con patio interior, con las ventanas y puertas espesamente decoradas, y las cuatro esquinas del edificio empenachadas con banderines de oración multicolores: los defensores del hogar. El paisaje de un país fundamentalmente agrícola y ganadero, aunque China ha comenzado a explotar sus bosques y sus enormes reservas minerales.
Katas y buenos augurios
La gente, con la altura y la elegancia de la herencia mongol -bellos hombres y mujeres de cabellos muy largos, ordenados con tocados con piedras y cintas ellas, con una cola de hilos rojos ellos- viste todavía, en general, sus trajes tradicionales, bien adaptados a un clima de montaña en el que un día abarca las cuatro estaciones y "el tiempo cambia dentro de 5 kilómetros", según responde, con aprendida paciencia budista, cualquier guía de occidentales ansiosos.
Sobre las camisas livianas de seda o algodón, las túnicas de lana (pulus) se adaptan con mayor ductilidad que cualquier diseño computarizado de indumentaria deportiva: cuando hace calor, la gente descubre los dos brazos, o uno solo, según la temperatura, atando las mangas a la faja de la cintura; y vuelve a ponérselas según la necesidad. Lo mismo hacen con los faldones.
El intercambio de katas, esas chalinas de seda blanca (o símil seda, por los tiempos que corren) en señal de buen augurio y el vaso caliente de té con manteca de yak, más difícil de aceptar con igual entusiasmo, forman parte de las ceremonias de bienvenida y despedida de un sitio en este mundo donde la tierra escarpada se pega tan bruscamente al cielo que provoca en los hombres, junto a la necesidad de resolver una ruda subsistencia, la convicción trascendente de esta vida.
Todo junto, geografía, cultura e historia, tiene una fuerza tal que se prende en la memoria e inquieta, por mucho tiempo después de haber partido.
Por Laura Linares
De la Redacción de LA NACION
De la Redacción de LA NACION
Fiestas
Los días festivos aproximados, porque pueden variar cada año según el cálculo del calendario tibetano, son los siguientes:
1° de enero
Fiesta de los Faroles de Manteca (Menlam Qenbo)
18 de abril
Fiesta del Darma, en Shigatza (canto, danza y concurso hípico)
Del 1° al 15 de mayo
Fiesta de Lynka (excursiones campestres)
Ultima decena de julio
Fiesta de Wongkor (concurso hípico, de arquería, etcétera)
22 de septiembre
Fiesta de Sakyamuni (en la que se le rinde culto)
Datos útiles
Como llegar
En avión, hasta Pekín, vía Madrid, cuesta alrededor de2500 dólares. Desde Pekín a Lhasa, US$ 370.
Clima
Frío riguroso y seco en el Nordeste y más tibio en el Sudeste. Por la altura, el territorio tiene tres veces más radiación solar que en la misma latitud, en la llanura (Lhasa es conocida como la ciudad de los rayos solares); así es como los virus que atacan en zonas más húmedas allí son desconocidos.
Temperaturas medias anuales:
Lhasa, 7°C; Shigatze, 6°C; Gyangtze, 4°C. Las lluvias se concentran de mayo a septiembre pero, por lo general, son nocturnas.
El mal de altura
Superar los 3500 metros sobre el nivel del mar es un desafío para el organismo. La presión atmosférica es baja y la proporción de oxígeno en el aire es menor. Por eso es necesario aclimatarse o atenerse a síntomas que, según los individuos, pueden manifestarse como latidos acelerados, dolores de cabeza, presión en el pecho, jadeo, zumbido en los oídos, sequedad de las mucosas, vómitos o insomnio. Es fundamental, entonces, consultar antes con un médico que recetará la prevención adecuada. Además, hay que atender las siguientes recomendaciones:
- No agitarse los primeros días y descansar bien.
- Comer con moderación alimentos calóricos, pero de fácil digestión.
- Tomar mucha agua.
- No llevar cargas pesadas.
- No exponerse a enfriamientos.
- Protegerse con sombreros y anteojos oscuros de la radiación solar.
En internet
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
