

Bangkok (World´s Fare).- El agua fluía fuera de la cueva, llenando la laguna y salpicando las terrazas de piedra caliza que se hunden en el bosque. Me sumergí con bastante reticencia y, al ingresar en la cueva -en la oscuridad-, vi que el agua brillaba con una luz; las estalactitas relucían por encima de mí. Nadé contra la corriente suave, curioso por conocer su fuente, y no demasiado seguro de desear encontrarla.
Este era el último itinerario de un día lleno de exploraciones interesantes. Como éramos un grupo reducido, viajábamos en una camioneta pickup y en bote, acompañados por un guía local. Habíamos visitado todo tipo de cuevas, con dibujos en la piedra, sorprendentes formaciones de piedra caliza, algunas convertidas en templos budistas. Estábamos en una excursión ecológica, una de las tantas que ofrece Dawn of Happiness, un complejo muy bien diseñado, con escasa tecnología, ubicado en el sudoeste de Tailandia.
Un amigo nos lo había recomendado: "Pueden visitar una plantación de caucho, aprender sobre la cocina tailandesa o hacer playa. Está administrado por un ecologista norteamericano. Es lo que se conoce en la jerga como eco-resort . Se llega con facilidad, está exactamente en las afueras de Krabi". Estuve allí una semana y me encantó.
La búsqueda del tesoro
Con ese argumento convincente dándonos aún vueltas en la cabeza, llegamos a Krabi, una ciudad costera y la capital de la provincia, a alrededor de dos horas de Phuket, sin reservas previas, puesto que todas nuestras llamadas telefónicas habían sido en vano: fue imposible comunicarnos. Enero era temporada alta, y Krabi se llena de turistas que embarcan y desembarcan de botes expresos en dirección a la cercana isla Phi Phi.
Caminamos por la calle de la costanera Uttarakit y entramos en una agencia de viajes para conseguir indicaciones de cómo llegar al complejo. En la pared, junto con otros 50 avisos más, descubrí uno cubierto de polvo que decía: "Dawn of Happiness, Ao Nam Mao Bay; 12 cabañas lejos del gentío; batik, flores y ventiladores en cada vivienda; un romántico restaurante junto al mar". El número telefónico era diferente del que teníamos; llamamos, pero no obtuvimos respuesta.
El agente de viajes quería ayudarnos y nos dijo: "Ao Nam Mao no es una buena playa para nadar, mejor es ir a Ao Nang o Railay Beach". Le contestamos que queríamos ir a un eco-resort , pero sacudiendo la cabeza nos dijo que el Dawn of Happiness estaba sobre la playa.
¿Qué? ¿Acaso estos tipos del complejo no pueden estar en la playa?
"No, por lo general están en la jungla, caminatas de aventura y ese tipo de cosas."
Esa actitud, aunque es común, está un tanto pasada de moda. Hubiese estado bien a comienzos de la década del setenta, cuando el ecoturismo se reducía a los observadores de pájaros. Pero el significado de esta especie de actividad ha evolucionado desde entonces. Hoy, el turismo ecológico se ha expandido hasta abarcar más turistas dentro de la corriente principal.
La Ecotourism Society, con sede en los Estados Unidos, una organización de preservación del medio, compuesta por profesionales, lo define como "un viaje responsable a zonas naturales que preservan el medio y promueven el bienestar de la gente de la región".
Se lo considera ampliamente como el segmento de más rápido crecimiento dentro de la industria.
Impertérritos, y con las direcciones en la mano, alquilamos una motocicleta (8 dólares por día, sin necesidad de esgrimir el carnet de conductor), y seguimos con claridad los carteles que indicaban cómo llegar hasta Ao Nam Mao Bay. Por el camino, cruzamos enormes plantaciones de palmeras.
La combinación de eco y resort podría resultar una mezcla de caro y aburrido. Por otra parte, María, mi compañera de viaje, dijo que nada de la playa la atraía demasiado. Lo único que esperaba era que tuvieran cerveza.
Al dar con un pequeño cartel que decía Dawn of Happiness, nos desviamos por un camino de arena y estacionamos a la sombra de una palmera. Un pasillo de madera techado nos condujo hasta la administración. A la derecha, un sendero corto serpenteaba en medio de una espesa vegetación hasta las cabañas.
La ruta del sendero
Media docena de cabañas tradicionales, con techos de paja y sólidas paredes de bambú entretejido, y con nombres como Laguna del Loto, Hibisco, Casa de la Orquídea y Canto de los Pájaros, rodeaba una espaciosa pagoda. Encontramos un segundo enclave, similar al primero, pero más próximo a la playa. Ambas pagodas estaban techadas con paja y tenían hamacas y almohadas tailandesas. Las cabañas estaban bajo la sombra de cocoteros y cubiertas por un velo de buganvillas, que se entrelazaban hasta el techo. Todo era reconfortante, no parecía un complejo y era tradicionalmente tailandés.
"Construimos estas cabañas -nos dijo más tarde el fundador del complejo, Thom Henley- con madera de coco de dos por cuatro, paredes de bambú y la paja del techo es para causar el menor impacto en el resto de los bosques tropicales. Tampoco quisimos exagerar la brecha entre la salud relativa de los huéspedes y la pobreza de la gente del lugar, por eso decidimos hacer las cabañas sin mayores lujos que las chozas de los pescadores de la zona."
Las únicas señales que delataban la presencia de algún huésped eran una toalla secándose sobre una silla, un sarong de batik extendido sobre un enrejado de madera y un par de sandalias junto a una puerta. La playa también estaba desierta. En una dirección u otra no se veía ningún hotel o vivienda, sólo unas pocas embarcaciones pesqueras tradicionales, inmovilizadas por la marea baja. Y qué marea. El agua parecía haberse retrotraído a mitad de camino entre las islas y el horizonte. El agente de viajes en Krabi tenía razón en una cosa: Ao Nam Mao no era obviamente una playa para nadar.
El restaurante al aire libre (donde funciona la administración), de paja y bambú como el resto de las construcciones, quedaba frente a la playa junto a una fuente con lotos. Tanya, la gerente, estaba sentada en una de las mesas, haciendo papeles. No pude evitarlo, pero vi el teléfono sobre el mostrador.
"Estamos aquí o, a veces, andamos por afuera -nos explicó Tanya-. Y el teléfono no es confiable. Vamos a instrumentar un nuevo sistema." (Sin embargo, el número del celular que aparecía en la guía sí funcionaba.) Aparentemente, el hecho de no contestar el teléfono no había perjudicado el negocio. Cuando pedimos para registrarnos, nos dijo que las cabañas estaban todas ocupadas. Pero, ¿dónde estaba todo el mundo?
"La mitad de los huéspedes está en las termas, en la jungla -nos aclaró- y la otra mitad, buceando en las islas. La mayoría de la gente viene aquí por nuestros eco-tours". Sin embargo, agregó, comprendiendo nuestra situación, "no necesitan estar alojados aquí para hacer las excursiones. Sólo avísennos para que no partamos sin ustedes. En la pared tienen una lista de los tours".
Miramos la lista de actividades diarias con sus tentadoras fotografías: sábados, vida en un pueblo tailandés (10 dólares); lunes, termas de Klong Thorn y lagunas en los bosques bajos (24 dólares); martes, sorprendentes cuevas de Ao Luk (14 dólares); miércoles, islas perdidas y el crucero por el río a través de la jungla (14 dólares); y jueves, un safari por la jungla hasta el Parque Nacional Khao Phanom Bencha (10 dólares).
Al parecer, el tour de buceo y paseo por la playa hasta Poda y las islas Dam Kwan Kai (10 dólares, incluye máscara y tanque) se ofrece la mayoría de los días, como una especie de alternativa respecto de las otras actividades. Todas las salidas incluyen almuerzo y refrescos.
Un descanso ecológico
Compramos un par de botellas frías de cerveza Singha y nos sentamos en la playa pensando qué hacer. No habíamos terminado la cerveza, ni tampoco habíamos arribado a ninguna conclusión, cuando se nos acercó Tanya y nos dijo que una persona acababa de retirarse y que podíamos ocupar su cabaña si así lo deseábamos. El precio fue sorprendentemente económico: 20 dólares por noche, un porcentaje de eso se destina a proyectos locales de preservación del medio. (El complejo también ofrece tres ambientes como para una familia por el mismo precio.) Limpio y cómodo, lo suficientemente espacioso para dos, los pisos eran de madera y tenían una enorme cama de caña cubierta con un mosquitero, un vestidor también de caña (con una orquídea natural) y un ventilador de techo sujeto a un eje que pendía debajo de la paja. El baño tenía piso de cerámica y un toilette estilo occidental, con un sistema de desagüe muy ecológico.
"Si logran que los turistas tomen un baño de éstos -dijo María-, eso es suficiente para mí; estoy anonadada."
Tanya nos recordó que el restaurante tenía agua mineral sin cargo y que podíamos recargar nuestras botellas. Era un esfuerzo generoso para contribuir con la reducción de restos de botellas plásticas que los turistas dejan por detrás.
Esa tarde el restaurante estaba repleto, alrededor de 20 huéspedes habían regresado de sus actividades del día. Pollo y pescado de la zona y camarones se asaban lentamente en la parrilla. El resto del menú era gourmet tailandés-occidental, con platos como la ensalada Lotus Pond (cuatro tomates cortados en forma de flor y rellenos con huevo, atún, camarones y pollo); bife y pollo al curry, pastas, postres como fondue, crêpes y Kluag Thod (banana frita en semillas de sésamo, harina de arroz y coco rallado).
Música tailandesa muy suave y un diminuto gato negro que se nos restregaba contra los pies. Las ranas saltaban en una laguna cercana. El sol se ponía detrás de las islas. Pero, ¿qué es esto? Estaban encendiendo espirales contra los mosquitos y los colocaban debajo de las mesas. ¿Seguro de que ese repelente contra insectos venenosos no era éticamente ecológico?
Pero aun en complejos ecológicos como el Dawn se deben hacer algunas concesiones. Cuando se inauguró, hace cinco años, el complejo preparaba la tierra y sembraba sus propias verduras. Ahora les resulta más sensato comprar verdura fresca en la feria matinal de Krabi todos los días (y así colaboran con la economía local). En cuanto al abono de la tierra, descubrieron que éste atraía las ratas y, aparentemente, ¡las ratas constituyen el alimento predilecto de las cobras!
La atención en el restaurante, con su reducido personal de cocina, era a veces lenta, pero la deliciosa comida tailandesa bien merecía la espera. Monika, una alemana que estaba sola en su primer viaje a Tailandia, se tomaba todo con filosofía. "Ya terminé mi lectura", nos dijo. Hacía una semana que estaba en el complejo, participando en una actividad ecológica diferente todos los días.
Ian, un abogado canadiense, estaba allí desde hacía cinco días, pese a haber planeado sólo tres. Aquella tarde se había anotado para la clase de cocina tailandesa.
"Preparamos un curry y una sopa tailandesa -nos contó-. El problema era que el cocinero tenía todos los ingredientes cortados de antemano y no hablaba inglés. Sin embargo, esa clase de cosas cuesta 500 dólares por cuatro días en Bangkok. Aquí, sólo 10. Y además, comí lo que yo mismo preparé."
Para activos
La mayoría de los huéspedes era profesionales, entre 30 y 40 años, activos, pero no precisamente atléticos o acostumbrados a estar al aire libre. Lo único que todos teníamos en común era nuestro rechazo mutuo por lo superficial de las escenas de viajeros en discos y videos, especialmente la variedad de Tailandia (a lo Phuket y Phi Phi).
Las noches en las cabañas eran serenatas tropicales de ranas, cigarras, y el crujir del follaje de las palmeras. En las mañanas nos despertábamos con el alba y caminábamos por la playa pasando pequeñas aldeas de pescadores, granjas e incluso depósitos de conchillas del mesozoico, antes de regresar al desayuno abundante que nos ofrecían en el restaurante.
En cuanto a los eco-tours, eran pura diversión, libres de culpas y ecológicamente responsables, en especial, en las salidas de buceo.
Alrededor de las 10.30, la mayoría de las mañanas, el bote del complejo (el tipo de embarcación utilizada por los pescadores del lugar) se llenaba con la indumentaria para bucear y un par de refrescos para el almuerzo.
Esa mañana éramos nueve los que nos trepamos al barco y nos sentamos, algunos debajo de la lona de la cubierta, otros bajo los rayos del sol. Navegamos lentamente bordeando la costa hacia la isla Poda, la isla grande que se encuentra a un par de kilómetros de la costa. Al mirar atrás, hacia el continente, vimos formaciones de piedra caliza porosa y cavernas de hasta 60 metros de altura coronadas por la jungla.
Al acercarnos a la isla Poda, nos desilusionó ver varios barcos iguales al nuestro en la playa e incluso un restaurante con una hilera de cabañas. Pero, al dar unos pasos en la arena, teníamos el lugar para nosotros solos.
Nadamos en una laguna profunda que se desplegaba en una creciente de arena y caminamos debajo de acantilados de piedra caliza ahuecados por el mar. Regresamos para comer nuestra vianda sobre una lona a la sombra: pan, huevo, tomates, cebolla, bananas, naranjas y sandía. Gaseosas en botellas de vidrio retornables. Platos y cubiertos metálicos. Nada de papel o plástico.
Al terminar ese almuerzo frugal, el barco nos llevó alrededor de la isla para probar los lugares de buceo. La línea de la costa cambiaba entre profusos precipicios rocosos y caletas de arena blanca. Excepto esta primera playa, la isla estaba desierta. En una caleta, flotamos a 3 metros por encima del fecundo arrecife de coral, donde los peces, curiosamente dóciles -de color amarillo, púrpura, a rayas o con pintas- nadaban en dirección a nuestras máscaras y espiaban en su interior, incluso colocándose lateralmente para obtener una mejor vista. Se veían inquietantemente inteligentes. Una pareja del grupo buceaba por primera vez y, evidentemente, disfrutaban cada minuto.
Aventuras en el paraíso
Al sur de la isla Poda, la isla Dam Kwan es la visión que todos tenemos de una perfecta isla tropical de bolsillo. La marea baja había dejado al descubierto una franja de arena sin huellas, por la que seguimos hasta la siguiente isla flanqueada por palmeras. A ambos bordes de arena había aguas turquesas tan claras que se veía el fondo del mar. Es el tipo de lugar en el que uno no desea hacer nada durante días. Los que anhelan una verdadera experiencia al estilo Robinson Crusoe vengan aquí y arreglen con los marinos locales. Elija entre cientos de islas.
Cuando finalmente emprendimos el camino de regreso a casa, lo hicimos como verdaderos viajeros ecológicos, sin llevarnos nada y sin dejar nada detrás, sólo nuestras pisadas. Eran las 18 cuando dimos la vuelta, la marea estaba baja. El barco dio con un banco de arena. La única señal del Dawn of Happiness era una profusión de palmeras en la playa desierta. Bajamos del barco y caminamos casi un kilómetro de playa.
En la cabaña, en cuclillas, al estilo del lugar, me senté en el banquito de madera y me tiré agua dulce sobre la piel salada y quemada por el sol con un cucharón sumergido en una vasija de arcilla. Disfrutaba, lleno de dicha, cada cucharón. Un baño genuinamente ecológico.
Carl Duncan
Traducción de Andrea Arko
Traducción de Andrea Arko
Recomendaciones
Cómo llegar
- El Dawn of Happiness está en la playa Ao Nam Mao, en la costa occidental de Tailandia, alrededor de 500 kilómetros al sur de Bangkok y a 20 minutos al oeste de Krabi, en taxi, minibús o, si la marea lo permite, en el bote.
- El aeropuerto internacional de Phuket es el más cercano, aproximadamente a 65 kilómetros, o a dos horas de Krabi, en omnibús. También hay trenes diarios de Bangkok a Surat Thani, más tres horas en omnibús a Krabi.
Reservas
- Dawn of Happiness Beach Resort, P.O. Box 35, Krabi, 81000 Tailandia. El número telefónico es 14644362 (indíquele al operador que es un teléfono celular y que sólo puede discar otro operador desde Tailandia). No hay servicio de contestador; perseverar es lo esencial. El precio por noche es de 20 dólares por cabaña.
Cuándo ir
- En la costa occidental de Tailandia, la temporada alta (mayormente soleada) comienza a fines de noviembre y termina en mayo; se recomienda hacer reservas. La temporada baja (con lluvias periódicas) es de junio a octubre. Los monzones más fuertes se dan desde septiembre hasta mediados de noviembre. La temperatura promedio mensual varía entre 26ºC y 30 ºC; las máximas durante el día rara vez superan los 34 ºC.
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