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Tini de Bucourt. "En la India aprendí que todo puede verse desde otro lugar"




"Jamás se me había pasado por la mente ir a la India. Fue la India la que vino a mí. Me fui acompañando a mi esposo, embajador uruguayo ante la India, Sri Lanka, Nepal y Vietnam", asegura Tini de Bucourt, empresaria, conductora de TV, especialista en técnicas corporales y promotora de este destino, donde vivió siete años. Además, el mes próximo presentará su último libro, Mujeres felices.
-¿Cómo describirías esa experiencia?
-Mis años en la India fueron como una larga maestría en reeducación de la mirada. Aprendí a ver belleza en otros moldes, con otros colores, en siluetas delgadas, elásticas, silenciosas. Porque la vida en la India se manifiesta en toda su variedad. La gente se muestra tal como es, con lo que tiene y con lo que le falta. El dolor de la pobreza extrema se percibe a simple vista, pero también la alegría sincera.
-¿Te adaptaste fácilmente?
-Los primeros meses fueron difíciles. Fue a través de lo cotidiano que, de a poco, entré en su lenguaje de almas. Una de las primeras cosas que me enteré en la residencia de la embajada es que el personal doméstico es exclusivamente masculino y se aloja en una casa aparte sin camas ni agua caliente. Según su rango, los empleados duermen sobre el piso o en camastros trenzados sin sábanas. Como Nueva Delhi es muy calurosa, los pisos de las casas pudientes son generalmente de mármol, que los hace más frescos. Logré instalarles camas y agua caliente. Pronto descubrí el silencio, que se repetía en muchas actividades; me llamaba la atención porque era contrastante con el ruido de la calle. Otro ejemplo es la suciedad del mercado, que desentonaba con la pulcritud de las costumbres indias. Y fue surgiendo en mí otra forma de percibir las cosas, menos directa, más total. Igual con la comida. A diferencia de la cocina occidental, donde los comensales vemos lo que comemos, en la India los platos son más guisados. Con base de arroz o de lentejas, siempre vienen con salsas pastosas, en las que no se llegan a distinguir los ingredientes. Y se comen con la mano, para pasar la energía de la comida directo a la boca con las yemas de los dedos.
-¿Qué hacías en Nueva Delhi?
-Estaba muy ocupada en la vida de la residencia. Además hacía cursos, tomaba clases de pintura, estudiaba idiomas. También viajé mucho por el país acompañando a mi marido. Pero el que recuerdo con más amor fue uno al centro de Sivananda en Kerala, al sur de la India, para perfeccionarme como profesora de yoga. En un ashram enorme y con programa superintenso.
-¿Algún prejuicio que hayas derribado al vivir allá?
-El tema de la suciedad en los mercados. Para ellos la higiene pasa por otro lado.
-¿Alguna enseñanza?
-En la India aprendí que todo puede verse desde otro lugar. Que la mirada del alma llega más lejos que la de los ojos. Que mi cuerpo es anónimo. Que no importa ser linda o fea, alta o baja, porque son otros los valores que me determinan. Que me había pasado muchos años llamando la atención y que en el fondo me sentía insegura. Que ser femenina no tiene demasiado que ver con la idea que traía de Occidente. Que la voz y la serenidad también hacen a la belleza. Que mis herramientas están adentro mío y que podía lograr muchas cosas por mí misma. Que me gusta hacerme amiga de las mujeres. Que soy orgullosa y algo prepotente. Que escuchar es tan importante como hablar. Que la intuición es un arma poderosa. Que lo que me molestaba de la suciedad de los mercados de la India dejó de molestarme cuando entendí el concepto de limpieza interior. Que la presencia tiene que ver con la dignidad de estar vivo. Que el silencio interior es el mejor destino. Que detrás de la puerta más vieja y sucia puede haber un paraíso. Que sólo encuentra quien busca. Que hay otra mirada posible.
-¿Qué le dirías a aquellos que tienen curiosidad por viajar por primera vez a la India?
-Que es la mejor oportunidad de ver lo bueno y no tan bueno en uno. Que es la gran oportunidad de replantearse la vida y verla de otra manera.

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por Redacción OHLALÁ!


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