

PARIS (The New York Times).- El primer cartel que decía Route des Grands Crus que vi fue en la ciudad de Chenôve. Los viñedos caían en cascada por la colina de la derecha; las uvas maduras colgaban a veces tan cerca de la ruta que se las podía cortar; los nombres de las localidades famosas que dejábamos atrás: Nuits-St.-Georges, Pommard, Puligny-Montrachet; ¿en qué otro lugar podíamos estar si no en la mejor región vitivinícola de Borgoña?
Pero cuando salimos de la autopista, mi asesor en vinos y yo nos encontramos en un camino angosto y lleno de baches, que también se llamaba Route des Grands Crus. Y luego tomamos una ruta más angosta y más sinuosa aún, con la misma designación.
Parece que cuando uno viaja en la Côte d´Or (ladera de oro), todos los caminos conducen a la vid.
Mi asesor en vinos, Don (que ha tomado un curso profesional en vinos y es mi esposo), me había llevado allí con un firme propósito: tratar de impregnarse de la experiencia de la elaboración del vino francés. Pensamos en visitar Bordeaux, la otra gran región vitivinícola del país, pero a Borgoña es más fácil llegar desde París, está a un poco más de tres horas en auto, dos horas en el tren TGV. Y, a diferencia de Champagne y el Loire, que también están próximas a la capital, Borgoña tiene tintos de primera clase (mayormente Pinot Noir), igual que blancos (principalmente Chardonnay).
Nuestro fin de semana coincidió justo en medio de les vendages (la vendimia), los ocho o diez días en los que se cosecha las uvas de Borgoña, principalmente en forma manual, como se hace desde la época de los romanos.
El día estaba soleado y fresco, perfecto para conducir (Don) y beber (yo). Al avanzar, divisamos los viñedos en plena cosecha: flotas de autos y camionetas estacionadas en las inmediaciones. Al acercarnos pudimos ver cómo se organizaba el trabajo: cinco recolectores (en su mayoría, hombres) trabajaban en equipo con otro hombre más que llevaba un recipiente grande plástico sujeto en la espalda, que lo vaciaba con sólo inclinarse con un movimiento de cintura hacia delante.
Notas a trufas
Al colorido local se sumaban las murallas de piedra antiguas que rodeaban algunos viñedos, y los techos de teja multicolor que brillaban a la distancia e identificaban a los châteaux clásicos de Borgoña.
Hace veinticinco millones de años, esta tierra sufrió movimientos internos que empujaron diferentes capas de piedra caliza y suelo. Eso explica en parte por qué las uvas de esta franja de 60 km de Borgoña puede producir vinos tan diferentes. La Revolución Francesa desmembró las vastas fincas de los monasterios, que habían desarrollado la vinicultura borgoñesa durante siglos. Luego, el derecho napoleónico exigió que la tierra se dividiera en partes iguales entre los herederos, lo que produjo parcelas aún más pequeñas.
Pero cada una tiene una combinación única de genealogía y microclima que les otorga un sabor específico: a trufas, por ejemplo, o a flores blancas, o a bayas rojas. Los expertos estiman que hay casi 60 tipos de suelo en Nuits-St.-George solamente.
Tuvimos mucha compañía mientras recorríamos la campiña: ómnibus con turistas, bicicletas, autos antiguos, máquinas agrícolas, incluso cosechadoras mecánicas (no permitidas en los viñedos más exclusivos). Los caminos, más o menos rectos al atravesar los viñedos, serpenteaban las aldeas de las laderas: todo un desafío si un camión lleno de uvas o un pelotón de ciclistas venía en la dirección opuesta.
En general, buscábamos un cartel que dijera "dégustation" o un barril de roble con botellas de vino encima. Nos deteníamos con frecuencia, y pagábamos cerca de 5 euros para catar los vinos del lugar.
Los grandes châteaux de Borgoña tienen visitas guiadas. En el glorioso Château de Meursault del siglo XI, famoso por sus blancos elegantes, corrimos por sus vastas bodegas para poder degustar lo antes posible (15 euros la visita y siete vasos de vinos excelentes).
Se puede degustar bastante, y comprar, en Beaune, una ciudad compacta rodeada de murallas que datan del siglo XV, donde no hay por qué preocuparse de viajar de un sitio de degustación a otro. La oficina de turismo organiza visitas de degustación. Se puede catar vinos en las bodegas polvorientas rodeadas de botellas que hay por toda la ciudad: desde un convento medieval del siglo XIII, La Cave des Cordeliers, hasta otro, Les Caves Patriarche Père et Fils.
El lunes a la mañana, Don y yo estábamos tan ebrios de Borgoña que no nos importó que el fin de semana haya resultado corto para nuestros planes. Antes de regresar a París fuimos a almorzar a Le Bon Accueil, en La Montagne, donde una comida de tres platos cuesta 11,80 euros y la lista de vinos se extiende a más de 60 borgoñas.
Traducción de Andrea Arko
Datos útiles
Cómo llegar
El ferrocarril nacional francés ofrece servicios directos en el tren TGV desde el Gare de Lyon hasta Beaune, todos los días e incluso con salidas más frecuentes a Dijon, donde la conexión con Beaune es más fácil (70 euros, de ida vuelta). Se puede alquilar un vehículo en la estación de Beaune, pero está un poco distante, por eso se aconseja hacer la reserva con anticipación.
Cuándo ir
Además de la vendimia, que es en septiembre, hay dos eventos importantes que son buenos momentos para visitar Borgoña: los Tres Días Gloriosos, en los que se celebra la nueva cosecha a mediados de noviembre, y St. Vincent Tourante, un festival el 28 y 29 de enero.
Circuito
Las oficinas de turismo venden mapas para caminantes. Bourgogne Randonnées, www.bourgogne-randonees.com , cerca de la estación de Beaune, alquila bicis por 15 euros el día.
Más información
Maison de la France. Avda. R. Sáenz Peña 648; 4345-0664.
Ann M. Morrison
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