
BERLIN.- En tiempos de la Alemania soviética, se solía decir que los destinos de ese país eran regidos por dos Erich. Uno era Erich Honecker, presidente de la República Democrática Alemana (RDA), y el otro era Erich Mielke, líder de la Stasi, la poderosa policía secreta que todo lo veía del lado este de la Cortina de Hierro.
El ex cuartel general de este organismo, reconocido como uno de los servicios de inteligencia y espionaje más efectivos de la historia, está ubicado en el corazón de la ex Berlín Oriental, y pese a no ser muy visitado por el turismo, es un rincón misterioso que invita a descubrirlo.
Muchas de las escenas de la película La vida de los otros , ganadora del último Oscar al mejor film extranjero, transcurren en los cuartos de interrogatorio de la antigua sede de la Stasi, sobre la calle Normannenstrasse, en un barrio de edificios cuadrados, grises y estalinistas de Berlín.
Por una entrada de 3,5 euros, visitar este enorme complejo, que hoy funciona como museo y donde llegaron a acumular 180 kilómetros de archivos sobre los habitantes de la RDA, es sentir la Guerra Fría en la piel. Hay que pensar que la Stasi ejercía el terror psicológico con una filosofía basada en varias máximas, como Todo el mundo es sospechoso y La seguridad es más importante que los derechos .
Unas 90.000 personas trabajaban para la Stasi en forma estable y unos 300.000 eran informantes. Esto significa que aproximadamente uno de cada cincuenta alemanes orientales colaboraba con la policía, uno de los niveles de penetración más altos en una sociedad por parte de una organización.
Todos los alemanes tenían un conocido que espiaba para este organismo; su red de inteligencia se basaba, justamente, en comprender que toda información, por más pequeña que pareciera, era fundamental. La policía secreta le pedía a una persona cualquiera, un panadero, un albañil, un escritor, que aportara datos sobre su esposa, su vecino, un tío o su mejor amigo. Le advertían que no necesitaban pistas demasiado comprometedoras, sobre militancia política o un eventual plan de escape a Berlín Occidental, sino toda clase de detalles mundanos, como qué marca de cigarrillos fumaba este conocido o qué color de ropa interior llevaba. Toda la información recolectada, a primera vista intrascendente, serviría como elemento de persuasión para quebrar a esta persona en un eventual interrogatorio.
Cosas raras
Toda la visita a la Stasi parece un recorrido por el cuartel general de Kaos, la organización contra la que luchaba Maxwell Smart en el Súperagente 86 . Esto sucede porque se guarda en este edificio toda clase de aparatos estrafalarios para espiar a sospechosos y no tanto. Hasta se espera que aparezca el famoso zapatófono que usaba Maxwell para llamar al Jefe.
En la entrada del complejo de la calle Normannenstrasse se aprecia una de las tantas camionetas que usaba la policía secreta para vigilar a la gente. Cuentan que durante la Guerra Fría estos vehículos circulaban por todo Berlín con un cartel que decía que eran repartidores de pescado. Dicen también que los berlineses no entendían cómo podían existir tantas camionetas de entrega a domicilio dando vueltas todo el día si eran contadas las pescaderías en la ciudad.
Se encuentran muchas rarezas al subir los pisos. En uno de los cuartos, por ejemplo, se exhiben los frascos de conserva en los que almacenaban el olor de la gente.
En el film La vida de los otros hay una escena de un interrogatorio en el que se obliga al prisionero a sentarse con las manos debajo de los muslos. De esta forma, la transpiración quedaba impregnada en una gamuza puesta sobre el asiento y después se guardaba este trapito en un frasco para que los perros pudieran rastrear el olor en caso de una persecución.
En otro de los cuartos se muestran los inventos más increíbles, como un termo con una minicámara, troncos de madera con una grabadora de sonidos en el interior y chaquetas con botones-micrófono. También una máquina de vapor que servía para abrir cartas sin que el destinatario supiera que habían sido vulneradas. Se estima que la Stasi abría unas 90.000 cartas por día. Sorprende lo avanzado de la tecnología que manejaba la policía secreta, si uno piensa que se trata de inventos de hace 40 o hasta 50 años.
La visita incluye la oficina del impiadoso Mielke, en cuyo escritorio se destaca el rostro esculpido de Lenin y dos teléfonos, uno blanco y otro negro. El primero conectaba directamente con Honecker; el segundo llamaba al cuartel general de la KGB.
En noviembre de 1989, miles de ciudadanos de la RDA marcharon hasta la Stasi en señal de protesta. En esos días previos a la caída del Muro, los oficiales de la policía secreta entraron en pánico e intentaron destruir los archivos secretos, incluso a mano. Sin embargo, unas 20.000 bolsas de plástico llenas de papeles fueron encontradas por el nuevo gobierno, con una cantidad estimada de 33 millones de páginas. En 1992, esos archivos fueron puestos a disposición de todos los ciudadanos de Alemania unificada.
Ese increíble período de la historia del siglo XX es lo que narra, con detalle y emoción, el cuartel general de la Stasi.
Por José Totah
Para LA NACION
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