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Tomá tus propias decisiones, ¡y sostenelas!

No nos queda otra, siempre estamos decidiendo algo, provocándole mucho estrés y cansancio a nuestra mente. Te contamos cómo aliviar la tensión a la hora de tomar decisiones.




En un mundo lleno de opciones, constantemente debemos enfrentarnos a ellas y decidir. Fotos: Alejandra López. Realización de Eugenia Foguel. Producción de Lulu Biaus.

En un mundo lleno de opciones, constantemente debemos enfrentarnos a ellas y decidir. Fotos: Alejandra López. Realización de Eugenia Foguel. Producción de Lulu Biaus.


Por María Eugenia Castagnino
Están las chiquitas, esas de todos los días , tipo "¿y hoy qué me pongo?", cuando abrís el placard cada mañana; o "ma..., ¿qué vamos a comer?", el dilema gastronómico frente a tus hijos; o esos pensamientos que te sorprenden en cualquier momento del día: "¿vuelvo del laburo caminando o me tomo el bondi?" o "¿me gasto ese extra de guita en ropa o mejor lo ahorro?". Y también están las otras, las trascendentales, esas que son capaces de cambiar el rumbo de tu vida: elegir una pareja, una profesión, tener hijos, mudarte, cambiar de trabajo, separarte. Pero dejando de lado la magnitud, hay algo que no cambia (y de lo que no podemos zafar): TODO el tiempo estamos decidiendo cosas. Por un lado, es genial: de hecho, es el motivo por el que somos humanas. Pero viviendo en esta era –rápida, deseante e insaciable– de tentaciones que se multiplican segundo a segundo, a menudo sentimos dos cosas: que decidir no es una tarea fácil (¡y para las vuelteras ni hablar!) y que tomar una decisión tampoco garantiza no equivocarse. O sea, nadie te devuelve la plata si no estás satisfecha, y tampoco podemos elaborar una receta para decidir bien. Por una sencilla razón: tampoco existe. Pero lo que sí podemos hacer es entender qué se juega en cada elección, qué pasa en nuestra mente y cómo disfrutar más –y sentirnos poderosas– frente a aquellas decisiones que vamos tomando. No te olvides de que el "menú de la vida" está ahí, a tu entera disposición, y que depende de vos aprender a saborear tu plato… o quedarte mirando el del comensal de al lado, deprimida por eso que dejaste de lado.

¿Por qué es tan difícil decidir?

Hoy existen demasiadas opciones. Nuestra cultura nos programa para que estemos permanentemente buscando: estar mejor, progresar, tener más, ser más felices... Y a veces, en la ecuación, nos olvidamos de la máxima "menos es más". Antes, para el hombre primitivo, por ejemplo, el límite estaba dado solo por el ambiente: salía el sol, buscábamos comida y a la noche nos juntábamos con otros para refugiarnos. Por eso, no era tan estresante tomar una decisión. Pero fuimos evolucionando, hasta el punto en que hoy sucede exactamente lo contrario: los estímulos son infinitos y la tentación jamás se apaga. Vas a comprarte un jean y no tenés disponibles tres o cuatro modelos..., ¡tenés miles! ¿Cómo va a ser fácil? Seguramente, vas a pasarte unas dos horitas en el probador y, al terminar, no vas a saber cuál de todos esos pantalones te estiliza más. Ahora, imaginate si lo trasladás a algo más trascendente como una vocación: antes eras médica, abogada, arquitecta... y no mucho más. Ahora, con tanta especialización, la excesiva oferta te marea y, si no estás muy convencida, elegir puede traerte un dolor de cabeza.
Nuestro temperamento es clave. Todas somos diferentes a la hora de evaluar una situación y decidir sobre ella. Seguramente tenés a esa amiga que, a los dos meses de salir con un chico, se fue a vivir con él y ahora ya está pensando en casarse. ¡Y a vos todo eso te hubiera costado –por lo menos– dos años de terapia y miles de vueltas al asunto! Lo mismo pasa cuando viene tu hermano y te cuenta que le ofrecieron un trabajo nuevo en otra empresa, y ese mismo día lo pensó durante el almuerzo y a la tarde ya le comunicó a su jefe que renunciaba. ¿Cómo hacen? Vos no lo podés entender. Por lo general, la gente que registra demasiado, maneja mucha información y que evalúa TODO se enrosca mucho más, porque le cuesta encontrar una acción que satisfaga todas sus demandas –sí, no es una novedad, la mayoría de las mujeres estamos en este grupo–, y, por eso, a menudo le cuesta más tomar decisiones y simplificar. Es útil observarte y saber de qué lado estás: de las "sencillitas" o de las "complejas" (barra, vuelteras). Si sos de las primeras, por lo general sabés lo que querés y tenés un cierto impulso que te guía sabiamente a la hora de elegir tu propia aventura. Ahora, si sos de las otras: sabé que, en tu caso, el proceso lleva algo más de tiempo y esfuerzo. No te dejes vencer por la ansiedad ni la frustración de no tener claro de una lo que querés.
Nuestro costado crítico no se calla nunca. En nuestra conciencia, todas tenemos a esa especie de "evaluadora" que nos ayuda a decidir: te dice cuáles son las ventajas o las desventajas de mudarte a ese barrio nuevo, o incluso es quien te ronronea despacito al oído: "Pero mirá que si querés quedar embarazada, olvidate de terminar la carrera, ¿eh?...". La evaluadora está siempre ahí y es tu mejor amiga a la hora de calcular tu conveniencia. Ella te da argumentos para evaluar, pero a veces también es un poco metiche. Hay que saber callarla a tiempo, una vez que hiciste clic y vislumbraste el camino que querés tomar. Si ya lo tenés claro, ponela en OFF urgente. Si no, ella se las va a ingeniar para arruinarte de un plumazo la alegría de haber tomado la decisión con sus clásicos "peros" o los famosos "¿y qué hubiera pasado si...?".
Las decisiones cansan nuestro cerebro. La crisis mental que provoca no saber hacia dónde queremos direccionar nuestra acción nos agota. Literalmente. ¿No te pasa que, luego de haber tomado una decisión importante, pareciera que se te escapa toda la energía y necesitás descansar? La sensación es conocida: es como si, por fin, pudieras sacarte de encima una pesada mochila. Esto se explica a nivel cerebral: nuestra mente está muy esforzada a la hora de elegir. Cuando ya lo hicimos, cambia nuestra química cerebral y nos faltan esos neurotransmisores a los que nos habíamos acostumbrado; simplemente un bajón de energía que nos deja exhaustas. Pero ojo..., ¡con la decisión ya tomada!
No tenemos encendida nuestra saboreadora interna. "Soy buenísima ayudando a los demás a tomar decisiones; ahora, cuando tengo que decidir para mí, pareciera que mi cerebro se empasta... No soy capaz". ¿Te suena? Básicamente, todo se complica cuando se trata de elegir algo para nuestra vida . A nuestra "evaluadora" –siempre prendida y alerta– le resulta más fácil opinar sobre las vidas ajenas, porque puede incorporar también a la "saboreadora" interna, más preocupada por cuestiones estéticas y prácticas –cosas tales como "¿es lindo?", "¿me queda bien?", "¿me veo cómoda ahí?", "¿me gusta la idea?"–. Las exigencias con nuestras propias decisiones son miles, tantas que a veces nos olvidamos de invitar a nuestra saboreadora interna a que ella también pueda decir algo. ¿Qué tal sería empezar a subir el volumen de la saboreadora y bajar los decibeles de la evaluadora a la hora de decidir? Quizás el balance resulte interesante y podamos discernir sobre nosotras mismas con la facilidad con que lo hacemos sobre los demás.

¡Socorro! No sé qué hacer...

Uf, miles de veces estuviste ahí: cuando tenías esas dos ofertas de trabajo increíbles, o la vez que no estabas muy segura de si querías separarte, o cuando en plena carrera te diste cuenta de que esa no era tu verdadera vocación. Por más que le das miles de vueltas al tema, te sentís en una emboscada de la vida, y tu mente pareciera estar en un laberinto sin salida. Querés resolver, pero cuanto más ansiosa te ponés, es peor. Perdés claridad. En esos momentos, hay que tener algunos conceptos a mano.
Si estás demasiado cerca de algo, es muy difícil verlo realmente. Hacé la prueba: ponete a un centímetro de una obra de arte en el museo que vos quieras. ¿Ves algo lindo? ¿Algo sobre lo que valga la pena decir algo? Probablemente no, y solo puedas distinguir algún manchón amorfo de un color que te cuesta precisar. Ahora, probá de nuevo, pero alejándote. ¿Qué cambió? La perspectiva. A veces, es mejor "alejarse" de las decisiones importantes. Dejarlas reposar por un rato, darles espacio y tiempo mental para que se revelen y puedan ser apreciadas en toda su magnitud. Sacá el foco del tema y volvé a retomarlo al día siguiente, por ejemplo. Tu cabeza va a estar fresca y despejada, lista para darle una mirada nueva al asunto. Por el contrario, si estás todo el día con el tema en la cabeza, lo que vas a conseguir será una mente agotada y la misma sensación de incertidumbre, que crece exponencialmente.
Evaluar cuál es el tamaño de tu decisión. Aunque los hombres nos quieran hacer creer lo contrario: ¡el tamaño sí importa! ¿Cuántas veces malgastamos nuestro cerebro en decisiones demasiado chiquitas? En cosas que, en definitiva, no importan demasiado o no nos cambian radicalmente la vida, pero que en ese momento se transforman en un enorme signo de pregunta que –como un cuco– amenaza con llevarse nuestra seguridad, nuestro buen humor y nos hace perder un tiempo precioso. Pasar media hora frente al menú de un restaurante, la tarde entera en el minúsculo probador de un shopping o quince minutos frente a la góndola del supermercado eligiendo cuál es el mejor polvo para lavar la ropa debería convertirse en un llamado de atención. ¿Con qué elecciones te enroscás? ¿Son lo suficientemente importantes? Hay que saber administrar en qué gastamos nuestro tiempo mental y no dilapidarlo en cuestiones "bobas". Ciertamente no vale la pena.

Claves para decidir

Confiá en tu instinto; enamorate de tu decisión. Fotos: Alejandra López. Realización de Eugenia Foguel. Producción de Lulu Biaus.

Confiá en tu instinto; enamorate de tu decisión. Fotos: Alejandra López. Realización de Eugenia Foguel. Producción de Lulu Biaus.


Saber qué querés
El primer paso para decidir bien es saber exactamente qué queremos. ¡Ah, como si fuera taaan fácil! Nadie dice que lo sea; es un proceso largo, que en muchos casos lleva tiempo..., ¡a veces años enteros! Pero empezá a hacer pruebas: la idea es sacar la cabeza y reemplazarla con la panza y el corazón, con lo que te dicta el cuerpo. Si vas a comer, preguntale a tu panza qué quiere. Pasá las opciones por el cuerpo y fijate qué te pasa con cada una; imaginate en cada circunstancia haciendo uso de esa elección. ¿Te ves cómoda haciendo ese trabajo? ¿Empezando una relación con ese hombre? ¿Dejando de ver a esa amiga? Llamalo intuición, corazonada o como quieras..., pero prestale atención a lo que te susurra suavemente tu cuerpo. Por lo general, raras veces se equivoca. ¿Va a existir el riesgo? ¿Vas a tener momentos de duda? ¡Por supuesto! Siempre que elegimos algo, perdemos otras cosas. Y por eso es que también nos cuesta tanto. Presupuestá lo que vas a perder: anotalo en un papel como para tenerlo bien visible y concreto. "OK, quiero tener un hijo. Durante un tiempo, no voy a salir a trabajar, ni voy a manejar mis tiempos, ni voy a poder hacer ese viajecito que tanto quería con las chicas"... Si después de releer el papelito de las pérdidas tu corazón te sigue diciendo que vayas por ahí –o el papelito de las ganancias de tu decisión te gusta más–, quiere decir que estás en el camino correcto. ¡Avanti!
Trabajar para hacerlo realidad
Con tenacidad y esfuerzo. El trabajo que implica concretar una decisión muchas veces puede desanimar hasta a la más entusiasta. Si tenés una personalidad un poco dispersa, aun más, porque mientras tardás en concretarla, se te van diluyendo las ganas... y corrés el riesgo de abandonar el plan. También con el "hacer" concreto llegan los límites de la realidad –los tuyos, los de las demás personas y situaciones que se presentan–. Si te sentís sobrepasada en algún momento, tranqui: andá tomando decisiones más pequeñas y controladas como parte de la decisión más grande.
Con tolerancia a la incertidumbre. Cuando decidimos, lo hacemos en el terreno de lo incierto y lo irreal. No sabemos qué va a pasar con nuestra decisión, si vamos a salir airosas o no..., ¡y eso nos aterra! Para empezar, sabé que no tenés posibilidad de adivinar el futuro. Siempre contá con una cuota del vértigo propio de la duda. Si las cosas no salen de acuerdo a lo planeado, tendrás que improvisar y cambiar la realidad sobre la marcha. No es tan grave.
Con confianza. ¡Muuucho de esto, por favor! Ponete en el rol de cuidadora de tus decisiones, repetite las veces que sean necesarias que "va a estar todo bien" y convencete de que lo que elegiste es lo mejor para vos en ese momento de tu vida. También vale darse un poquito de manija con el autombombo –"yo puedo hacerlo, tengo el talento y el poder suficientes para que esto me salga bien"–. Es solo una cuestión de actitud.
Con suerte. A veces, no se trata del mérito de la sabiduría de las decisiones, sino que es algo que escapa a nuestro control y esfuerzo.
Enamorate de lo que decidiste
No es la misma persona aquella que deseó y eligió que aquella que termina concretando. Por ejemplo, en el camino desde que tomaste el impulso para renunciar a tu trabajo en relación de dependencia y abriste tu emprendimiento, pasaron muchas cosas. Te pasaron muchas cosas y no sos la misma. Tus propias transformaciones acompañaron tu elección y te fuiste haciendo más fuerte en la medida en que ibas concretando cada cosa. ¿Y qué te pasa el día de la inauguración de tu nuevo local? Pensás que quizá vas a perder la seguridad del ingreso fijo, que lo tendrías que haber puesto en otro barrio o que la coyuntura económica no es la más adecuada. Pero la clave pasa por callar a la "evaluadora mental" –sabelo, no va a dejar de criticarte nunca– y decorar esa decisión que tomaste. ¿Qué significa "decorarla"? Tiene que ver con tomar una actitud de agradecimiento, que te permita no solo sentir que tenés mucho, sino también que te da poder.
¿Te cuesta tomar decisiones? ¿Qué sentís? ¿Cómo hacés cuando te toca elegir entre muchas opciones?
Make up y pelo: Jose para M y H. Agradecemos a Broco’s deli por los sándwiches y a Il ballo del mattone por los muebles y la vajilla, y a Andrea Escudero, Basement y Sofi Martiré.

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