

VIENA.- Los vieneses conservan intacta la tradición del arte de cabalgar, desde hace más de 400 años.
Aún hoy este espectáculo que recuerda las antiguas prácticas imperiales -en el que los caballos responden con agilidad a los insólitos requerimientos del jinete- es admirado por cientos de miles de visitantes que disponen de un par de horas para asistir a una función en el Stallburg.
Este edificio, el más famoso sobreviviente renacentista de Viena, es ocupado por el Museo Lipizzano, en Reitschlgasse 2, que traza la historia de la famosa raza equina desde los comienzos en Lipizza, en el siglo XVI, hasta el presente.
Lipizza,cerca de Trieste, fue donde el archiduque Carlos II de Austria descubrió esos caballos únicos, que rápidamente asimilaban las elegantes indicaciones de los jinetes. Originariamente eran de varios colores, pero en la actualidad son blancos.
Curiosamente todos los lipizzanos nacen de color negro o marrón oscuro, y sólo uno en 200 conserva, al llegar a adulto, su coloración original. La tradición impone que en cada función, junto con los blancos, participe un solo caballo negro o marrón.
La Escuela de Equitación Española cultiva la tradición practicada en las cortes de París y Viena. Los complicados movimientos que realizan los caballos llevando sus pasos al compás de la música son idénticos a aquellos que admiraron los monarcas hace 300 años.
Pero en épocas del emperador Francisco José, cerca de 200 lipizzanos poblaban los establos imperiales, y eran usados para empujar el pesado carruaje que lo transportaba junto con la emperatriz Isabel.
El museo exhibe fotografías y grabados de época que muestran la participación de los caballos lipizzanos en las grandes celebraciones imperiales, pero también en el transporte diario de la corte.
Y ya llegando a nuestro siglo surge el recuerdo de la evacuación de los establos cuando estaba por estallar la Segunda Guerra Mundial. Desfilan imágenes de famosos ejemplares del pasado y el presente, evocados en pinturas que los muestran saltando y luciendo su prestancia.
Todo eso complementado por didácticas ilustraciones acerca de la alimentación, entrenamiento y cuidado de los animales.
Un último vistazo al museo depara una sorpresa antes vedada al público. Desde lo alto pueden observarse los 74 lipizzanos que apaciblemente aguardan en sus establos la nueva representación.
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