

LONDRES.- Acaso su notoriedad no haya alcanzado la de otras célebres direcciones, Downing Street 10, Balcarce 50, Moreno 1550 o Forest 444 (aceite bueno y barato), por ejemplo, pero 221b Baker Street les concede un handicap dictado por la escatología: fue la morada de un hombre que nunca existió.
Con los años, la leyenda fue absorbida por la fuerza de la fama y hoy el Museo de Sherlock Holmes y su mítica ubicación -vecina al Regent´s Park, uno de los cinco espléndidos parques de esta capital pertenecientes a la corona- constituyen un centro de obligada peregrinación para los lectores de sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) que visiten esta ciudad y se hayan solazado con las aventuras que, entre 1881 y 1904, protagonizó el detective, razonador fino e investigador cerebral, cuyas andanzas permitieron a muchas generaciones conocer casi domésticamente cómo se vivía en la Londres de la reina Victoria.
"¿Argentino? ¡Oh! Buenos Aires, tango, Gardel, Puente Alsina. ¿Qué quiere decir cafishio ?", dispara conteniendo la respiración por el hallazgo, el uniformado y simpático portero polaco que recibe a los devotos de Holmes. El hombre está apostado ante la estrecha puerta detrás de la cual se elevan los 17 peldaños que conducen a la primera de las tres plantas superiores del edificio, construido en 1815.
Entre 1860 y 1934, el inmueble prestó servicios como pensión y, tras permanecer cerrado muchos años, fue adquirido por la Sociedad Internacional Sherlock Holmes. El museo fue inaugurado en 1990 y catalogado Monumento Arquitectónico e Histórico por el gobierno de Su Majestad.
La cera y la leyenda
Al salir de la estación Baker Street, de la línea Jubilee del subterráneo, a metros del museo, un hombre muy parecido al que nunca existió, enfundado en su clásico e inconfundible atuendo, distribuye tarjetas de invitación. Antes, en las galerías del subte el visitante había visto el grave perfil del singular detective en centenares de pequeñas ilustraciones adosadas a las paredes. Ante ese despliegue, creyó que se trataría de la gran atracción turística de la zona.
Se equivocó, porque a 200 metros del 221b Baker Street, en la rumorosa avenida Marylebone, funciona el Museo de Madame Tussaud´s, que exhibe esculturas de cera de más de 350 celebridades, la mayoría de singular realismo.
Personajes de la historia, las religiones, la política, el espectáculo y los deportes parecen confraternizar en amplios espacios, que también albergan una espeluznante cámara de los horrores y un contrastante viaje al Londres antiguo.
La muestra es muy popular y así lo atestiguan las largas colas -abundan los jóvenes- que se forman desde temprano; la ligera verificación realizada en una lluviosa mañana permitió establecer que las figuras más requeridas para posar junto a ellas en el recuerdo fotográfico son los Beatles, DavidCopperfield, Brad Pitt y Gérard Depardieu.
Otro clima, otras motivaciones
La atmósfera imperante en el Museo Holmes difiere significativamente.Ausencia de multitudes bulliciosas, diálogos en voz baja, mayoría de iniciados. Un clima, en fin, que parece denunciar la diferencia de objetivos que anima a los visitantes de uno y otro lugar que, en este caso, deben desplazarse por espacios reducidos.
Es que no son pocos los que acuden a Baker Street para comprobar si los ambientes, tantas veces descriptos en las obras de Doyle, responden a los dictados de su imaginación; para indagar si existen elementos o indicios como para corporizar, aunque sea en mínima medida, la leyenda alimentada por su fantasía.
Es hora de describir el legendario edificio.Doyle lo había concebido como una casa de huéspedes, cuya patrona era la señora Hudson. En la planta baja funciona un restaurante con el nombre de la antigua propietaria, en el que se ofrecen platos de los tiempos victorianos, algunos bautizados con referencias a Holmes y sus circunstancias.
En el primer piso se encuentra el despacho del detective y de su fiel amigo y ayudante, el doctor Watson, en el que se destacan dos amplios ventanales y una gran estufa situada perpendicularmente a aquéllos. Nada cuesta imaginar en este trance la facilidad con que sus ocupantes identificaban a quienes agitaban la campanilla desde la calle para requerir sus servicios. Contiguo al reducido lugar, el dormitorio de Holmes da a la parte trasera de la planta; sobre la cama reposan un maletín de viaje y prendas para un traslado de poca duración.
Las habitaciones de Watson y de la señora Hudson, situadas en el segundo piso, actualmente se destinan a salas de exposiciones, y en la planta superior, donde vivían las criadas, se puede ver un cuarto de baño con sus elementos de época.
En ese piso funciona, además, una tienda que comercializa infinidad de objetos recordativos del patrono del museo.
Tan recreada está la atmósfera -se distingue profusión de objetos de Holmes, como lupas, pipas, vajilla, elementos de química, relojes, adornos- que al salir parece natural aguardar un carruaje tirado por caballos para seguir paseando por esta magnífica capital.
Los ómnibus de dos pisos sepultan la fantasía. Antes, el portero polaco había formulado su última pregunta:"¿Qué significa percanta ?" Holmes no está solo en la zona. A pocas cuadras, hacia la elegante Oxford Street, una farmacia y un hotel de 125 habitaciones perpetuan su nombre.
El hombre que nunca existió sigue respirando. No es la única paradoja:221b Baker Street está en el 229 de la misma calle, porque en aquella dirección hay un importante edificio de oficinas.
Rafael J. Saralegui
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