
Llegar a Lhasa siempre fue complejo, nunca imposible. Cuando estuve en Katmandú podía haber ido con un visado de China y pidiendo un permiso para entrar en el Tíbet. Desde allí, por tierra, hay que ser un sherpa para trepar por caminos malos y escarpados. Por avión es un saltito entre las nubes del Techo de la Tierra.
Osvaldo Svanascini, poeta y orientalista, visitó el Tíbet varias veces desde Nepal y me explicó que la altura no es un problema, siempre que uno se tome su tiempo, se aclimate y tenga estado físico para subir las escaleras de los templos.
Desde el sábado 1° de julio China llegó de Pekín a Lhasa en tren. Una obra mayor de ingeniería ferroviaria para cubrir 4064 kilómetros, en gran parte a cuatro mil metros de altura, con una inversión de cuatro mil millones de dólares. Una sinfonía de cuatros para un tren diario con 16 vagones canadienses con oxígeno y cierre hermético para no contaminar tierras casi vírgenes. Nada de tirar nada por el inodoro.
La polémica de políticos y ambientalistas es grande. El mismo Dalai Lama dijo que la tecnología no es mala ni buena, sino que depende de lo que se haga con ella.
Lo que más atrae al pasajero eventual es el costo de los pasajes. Un viaje de tres días cuesta desde 50 dólares el asiento hasta 160 en camarote con cama. Y los paquetes, en alojamientos de dos o tres estrellas, cuestan 150 dólares, la mitad del viaje en avión. Ya se están reservando por Internet.
El tren, que pasa por zonas sísmicas y con un hielo resbaladizo, trepa hasta los 5072 metros, 229 más que el ferrocarril central de Perú, récord con sus 4843 en Ticlio, entre Lima y Huancayo, una experiencia formidable que nunca olvido. Y el asombro es retroactivo porque fue construido por el ingeniero emigrado polaco Ernesto Malinowski en 1908: tiene 62 puentes y 66 túneles. Una hazaña emparentada con nuestro Tren a las Nubes, de 1946.
Es notable el paralelismo entre la altiplanicie tibetana y las faldas cordilleranas de Bolivia. A 4067 metros está Potosí, la capital minera y una de las más ricas del mundo durante la colonia española, cuando tenía 160 mil habitantes, más que Madrid en esa época. Supera los 3070 metros de Lhasa con un clima parecido. En la zona hay barros volcánicos, géiseres, vertientes de aguas calientes y todos los atractivos de un desierto helado y viviente.
El agua mineral es una riqueza inexplotada: un dato, los chinos piensan encontrar 100 nuevos yacimientos gracias al tren.
En la misma meseta andina está La Paz, la capital más alta del mundo, con 3649 metros que llegan a los 4072 en el aeropuerto del Alto, donde la rica cerveza cruceña no necesita sacudirse para dar espumita.
Solemos estar cerca de lo que está lejos y al revés, lejos de lo cercano. Perdiéndonos un catálogo turístico de maravilla. Es posible que las noticias ferroviarias del Tíbet nos lleven a interesarnos por el Altiplano.
Por lo menos para hacerle compañía a la chomba a rayas del presidente Evo Morales, que ahora sabemos no era originalmente de alpaca, sino de las más baratas fibras sintéticas.
Por Horacio de Dios
horaciodedios@fibertel.com.ar
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