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Tres días en Lisboa: un tranvía llamado saudade


Visita exprés a la capital de la nostalgia portuguesa entre palacios barrocos y barrios populares, siempre a bordo de su clásico transporte

Visita exprés a la capital de la nostalgia portuguesa entre palacios barrocos y barrios populares, siempre a bordo de su clásico transporte - Créditos: Shutterstock



Se puede decir que Portugal es algo así como el Uruguay de Europa? Un país chico y entrañable, donde el tiempo tiene un ritmo propio, más lento que en otras partes. En Lisboa, el ritmo es de fado? Y cuando sus viejas calles son salpicadas de garúa, aquella música hace brotar la saudade de entre los bloques de caliza blanca que pavimentan las calçadas.
Saudade es una palabra portuguesa sin equivalente en otro idioma. Es algo más que la añoranza española, la nostalgie francesa o la Sehnsucht de los alemanes. Para Pessoa es la poesía misma del fado. Se puede explicar de muchas maneras, pero no se siente sin haberse internado en las callejuelas del Barrio Alto o de Alfama. Allí no necesita traducción.
Es una especie de sentido más, un sexto o un séptimo, gracias al cual los viajeros pueden disfrutar aún más su estadía en la ciudad. ¿Será por eso que se convirtió en uno de los destinos europeos más populares?

Bacalhau y pastéis

En poco tiempo se llega del aeropuerto al centro de Lisboa, en taxi o en subte, cuya boca está a pasos de la salida de los vuelos internacionales. Hace muchos años, llegar a Lisboa en tren era un lindo programa, a bordo de una cucheta durante una noche entera desde Madrid. Con los vuelos low-cost y la proliferación de las conexiones europeas, es más sencillo y barato volar.
Un viernes por la tarde, el tránsito del aeropuerto al centro no es complicado para arribar al pie de la gran estatua del Marquês de Pombal, sobre la plaza circular que lleva su nombre. Allí nace una de las principales arterias del centro, la Avenida da Libertade. Es un barrio de oficinas, tiendas internacionales y embajadas pero también de hoteles: entre ellos el más reciente de la ciudad. Es un Iberostar de cinco estrellas, con pileta y jardines que forman un pequeño oasis urbano.
Pasteles de Belém, una dulce tradición

Pasteles de Belém, una dulce tradición - Créditos: Pierre Dumas

El marqués, con un rígido porte muy ibérico, es un personaje omnipresente en la historia local. Su nombre completo es tan largo como las pelucas que se usaban en el siglo XVIII: Sebastião José de Carvalho e Melo, Marquês de Pombal e Conde de Oeiras. Listo?
Entre muchos cargos fue ministro y el encargado de reconstruir Lisboa cuando fue arrasada por un terremoto, en 1755. Le dio una unidad arquitectónica que se puede apreciar a partir de la Avenida de Libertade y hasta la Plaza del Comercio. Es el estilo pombalino, una mezcla de barroco tardío y neoclasicismo.
En Portugal, como en todo el mundo, no hay mejor bienvenida que con ricos platos locales. Es entonces ¡tiempo de bacalao! El pescado favorito de los portugueses, sea cozido, assado, assado na brasa o com nata. Y de postre, no hay duda tampoco: son los pastéis de nata, también conocidos como pastéis de Belém. La moza, Márcia, explica que "al principio los cocinaban las monjas del monasterio de los Jerónimos, en Belém. Allá hay todavía una pastelería que los prepara según la receta original y los puede vender como Pastéis de Belém: en el resto de Portugal son llamados pasteles de crema. Pero en realidad es lo mismo".
Es el dulce más emblemático de Portugal y es muy difundido en Brasil y en? China, donde entró por la antigua colonia portuguesa de Macao.

Subibaja callejero

La Avenida da Libertade es una calle triple: una en el centro y dos laterales separadas por espacios verdes. Es un poco como si la 9 de Julio, Cerrito y Carlos Pellegrini tuvieran un solo nombre. Libertade es un paseo elegante y popular a la vez, a lo largo del cual se alternan algunas embajadas, teatros, marcas internacionales y puestos de artesanos y anticuarios que arman cambalaches de fines de semana y venden desde viejos vinilos de fado hasta recuerditos a base de azulejos.
Uno de ellos trata de venderlos a todo el que pasa con pinta de turista: "Es lo más típico de la ciudad. Como llevarse a casa un pedacito de Lisboa". Es cierto que estas lozas de dibujos azules están por doquier y hasta cubren ciertas casas. Su uso fue promovido por el Marquês de Pombal durante la reconstrucción de la ciudad porque limitaban los incendios. Hay hasta un Museu Nacional do Azulejo, en un antiguo convento. Si hay tiempo para visitarlo, una de sus piezas más llamativas es un mural que representa la ciudad antes del terremoto de 1755.
Con Pessoa, un café en A Brasileira

Con Pessoa, un café en A Brasileira - Créditos: Pierre Dumas

Al final de la avenida, hay dos maneras genuinamente lisboetas para subir al Bairro Alto, la Estrela y el Chiado, un mismo sector urbano situado sobre una colina. Una es con el funicular de la pequeña calle de Glória, que sube hasta la plaza-mirador de São Pedro de Alcântara. Los viejos vagones amarillos trepan una pendiente pronunciada entre paredones de antiguos edificios cubiertos por tags y arte urbano. Si no fuera por los colores vivos y los motivos posmodernos, el ascensor (así se llama al funicular) sería una típica imagen de la saudade lisboeta. Desde el mirador, se ven Lisboa y su aglomeración hasta donde se pierde la vista y se destacan las paredes ruinosas del Castillo San Jorge, sobre la colina de enfrente.
La otra opción para subir a la parte alta de la ciudad es con el Elevador de Santa Justa, una estructura de metal a lo Eiffel. La cabina asciende 32 metros hasta una pasarela, que desemboca en las ruinas del convento del Carmo. La parte superior de la torre es una platea en primera fila para admirar la ciudad baja, sus avenidas y plazas, y detrás de ellas el barrio de Alfama y -nuevamente- el castillo San Jorge.

Citas con Camões y Pessoa

La ciudad alta es un entramado de pequeñas calles. No está de más Google Maps para orientarse en ese laberinto, aunque lo bueno es dejarse sorprender por lo que aparecerá a la vuelta de cada esquina. Puede ser la tienda de diseño A Embaxiada, frente al jardín del Príncipe Real. Ocupa un palacete de dos pisos del siglo XIX transformado en boutique de diseñadores portugueses actuales que venden sus creaciones, sea ropa, cosméticos, zapatos, juguetes o decoración.
El patio interno fue reconvertido en bar. Por la misma Rua da Misericórdia, la tienda Claus Porto es la contraparte histórica de aquellos nuevos creadores: produce y vende jabones y perfumes desde hace 130 años.
Más que las avenidas, son las pequeñas calles las que destilan saudade. Especialmente ahora durante el invierno cuando hay niebla o cuando la lluvia fina hace brillar los adoquines blancos y negros. De vez en cuando, una pastelería ameniza la caminata con pastéis, como la Manteigaria, sobre la Calçada do Combro. Detrás del mostrador, una joven vendedora indica en español fluido que "derecho por la misma vereda, se va a cruzar con los dos mayores poetas portugueses: Camões y Pessoa".
En efecto, allí están. El autor de las Lusíadas y el del Cancioneiro. El bronce del primero domina una plaza desde un pedestal. Si pudiera ver comprobaría con amargura que los transeúntes lucen más interesados por las boutiques cercanas que por su efigie. La estatua de Pessoa tiene más suerte con los turistas porque es interactiva. Lo representa sentado a una mesa de café con una silla libre a su costado para que la gente pueda sentarse y sacar una foto. Es algo que se repite durante todo el día, delante de la fachada del tradicional café A Brasileira (Garrett 120). No es raro escuchar luego de las selfies ¿Y este quién era?, Who is he?, C'est qui celui-là y en varios otros idiomas más?
El café A Brasileira -uno de los históricos de la ciudad- no tiene tantas mesas y a veces hay que esperar para sentarse. O bien optar por algún lugar menos turístico, como en el Decadente, un bar que ocupa la parte superior de un edificio al costado de un tribunal, frente al mirador de Alcântara.

A orillas del Tajo

Monasterio de Jerónimos, un imperdible en Belém

Monasterio de Jerónimos, un imperdible en Belém - Créditos: Pierre Dumas

Durante la época de los Descobrimentos, los barcos zarpaban desde el puerto de Belem, como los de Vasco da Gama, Cão, Dias o Cabral. Actualmente es la excursión turística más popular de Lisboa. Dura media jornada y permite ver el Monasterio de los Jerónimos, el Monumento a los Descubridores y la Torre de Belém.
El guía de turno se llama Tomá?. Oriundo de la República Checa, habla un español matizado de portugués. Es especialista en la época manuelina: "Dom Manuel reinó sobre Portugal en plena época de los Grandes Descubrimientos, a principios del siglo XVI. Dejó su nombre a un estilo gótico con influencias orientales y tanto el monasterio como la torre son obras maestras de aquella arquitectura".
No hay que pronunciar la palabra Imperio Colonial delante de Tomá?. Rectifica en seguida, políticamente correcto: "Los portugueses fueron descubridores, eran navegantes y comerciantes". En el Monasterio se recorren el claustro, algunas salas y capillas y la iglesia. Se ven las cenizas de Pessoa y el cenotafio de Vasco de Gama.
El Padrão dos Descobrimentos es un monumento de hormigón de más de 50 metros de alto, cuyas figuras representan a reyes y navegantes que miran hacia el estuario del Tajo. A su pie hay un mapa donde el Río de la Plata también figura como un descubrimiento portugués. En Lisboa seguramente defienden la teoría de la llegada de Vespucci al mando de una expedición lusitana, años antes que la de Solís.
El paseo termina junto a la Torre de Belém, un faro fortificado que defendía el puerto, uno de los edificios más emblemáticos del estilo manuelino. Fue construida durante la segunda década del siglo XVI, cuando el tráfico con el resto del mundo ya empezaba a ser importante. A este lugar llegaban productos y personas de todo el mundo: Brasil, África, la India y hasta Japón.

Alfama y San Jorge

Se puede dedicar una última tarde para recorrer otro barrio lleno de saudade (hasta tiene una calle que se llama así): la Alfama. Se cruza la Plaza del Comercio en la parte baja del centro histórico -magnifico conjunto arquitectónico proyectado por el Marquês de Pombal, por supuesto-. Alfama es otro barrio en forma de laberinto, pegado al Castillo San Jorge. Al caminar, se pasa delante de fachadas emblemáticas como la de la Casa dos Bicos o por la puerta de algunos museos como el de Artes Decorativas y el de las Marionetas.
Finalmente se sube hasta el Casillo, para recorrer sus murallas y plataformas, desde donde hay lindas vistas sobre la ciudad. Al margen de algunos cañones antiguos, no queda nada del tiempo en que el castillo era la morada de los Reyes de Portugal luego de la Reconquista de Lisboa. El terremoto de 1755 dañó considerablemente sus murallas, que fueron reconstruidas en un estilo medieval.
Para regresar al centro se cruza el pequeño barrio intramuros de Santa Cruz. Las fachadas de las viejas casas alternan macetas y ropa secándose al sol por igual. Es un paréntesis mediterráneo en medio de esa ciudad que siempre miró hacia el Atlántico. Yendo de la Alfama hacia la parte baja se cruza el Tram 28, cuyos vagones históricos pintados de un amarillo lavado por los años suben y bajan por el centro de Lisboa. Es una especie de embajador móvil de la saudade lisboeta (aunque los fines de semana transporte más turistas que vecinos).
En el cruce de las calles da Prata y da Conceição llama la atención la fachada de un negocio armado como una boutique design pero que vende latas de conservas. Es la Fábrica das Enguias (ánguilas). negocio que pone en valor los productos de la pesca portuguesa. En el Bajo, entre la Plaza del Comercio y la avenida Libertade, hay otro negocio similar, O Mundo Fantastico da Sardinha Portuguesa. Ben final para terminar esta breve visita: con una estética circense se venden únicamente latas de sardinas, producto portugués por excelencia. A pasos de ahí, la Confeitaria Nacional puede ser la última parada para probar una vez más pastéis de nata. Antes de volver hacia la Avenida da Libertade y el hotel. Antes de hacer la valija y empezar a sentir verdaderamente lo que es la saudade? Mucho más que nostalgia.

Datos útiles

Cómo llegar: no hay vuelos directos entre la Argentina y Portugal. Se llega vía Madrid o vía los aeropuertos de Brasil en conexión con Lisboa.
Dónde dormir: Iberostar Lisboa, uno de los hoteles más nuevos de la ciudad, un cinco estrellas de precio abordable, para pasar un fin de semana de lujo a media hora caminando de la Plaza de Comercio. A partir 120 euros por noche y por persona en base doble. Rua Castilho 64. www.iberostar.com en/hotels/lisboa/iberostar-lisboa.
Tram 28: la línea es la 28E y va de la Plaza Martim Moniz hasta Campo Ourique, subiendo y bajando por el Chiado, el Bajo y la Alfama. Se puede utilizarlo con la tarjeta Viva Viagem (la SUBE local) o comprando tickets por unidad (1,40 euros).
Castillo San Jorge: sus puertas abren de 9 a 18 entre noviembre y febrero y hasta las 21 el resto del año. Se puede visitar solo o con tours guiados. Hay una muestra permanente de arqueología y en los jardines se puede ver el cortejo de parejas de pavos reales. La entrada cuesta 8,50 euros.
Fábrica das Enguias: rua da Prata 66.
O Mundo Fantástico da Sardinha Portuguesa: Praça Pedro IV 39
Visitas en Belém: se recomienda comprar una entrada combinada para ingresar al Monasterio de los Jerónimos y la Torre, a 12 euros por persona. En el monasterio, sirve para visitar el claustro (de 10 a 17.30 entre octubre y abril y hasta 18.30 el resto del año). La iglesia se visita libremente, con restricciones en horarios de misas.

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