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Tucumán, como la primera vez

Cosas grandes suceden en esta pequeña provincia, boom turístico (más visitas, más vuelos, más hoteles) y ambiciosos proyectos para un jardín que florece




SAN MIGUEL DE TUCUMAN.- Son apenas 100 kilómetros y un cambio geográfico tan marcado, tan apabullante, que no hay tiempo de asimilarlo.
Selva que se sucede con bosque que se intercala con yungas y de golpe, nada, el valle áspero salpicado de cardones y pastizales de altura.
Hablamos del camino que asciende -en pronunciado zigzag- por la RP 307, siempre con el río Los Sosa rugiendo de fondo. Y no hablamos de un país, sino de una provincia extra small como Tucumán, la más chiquita de la Argentina (es, por otro lado, la más densamente poblada).
Una provincia que siempre mantuvo un perfil destacado dentro del circuito turístico del Noroeste, es cierto, pero que en los últimos años ha comenzado a crecer aún más, sin prisa, pero sin pausa.
Y aquí estamos: 15 hoteles inaugurados desde 2008 y otros 11 en construcción, 50 vuelos semanales en lugar de 16, proyectos como la Ruta de la Empanada (para conocer los restaurantes que las preparan a la vieja usanza, con carne cortada a cuchillo y riguroso número de repulgos) o la Ruta del Queso (recorrido exclusivo de Tafí del Valle), son algunos exponentes de este crecimiento.
Y en la capital -ojo que aquí nadie le dice San Miguel, sino Tucumán o la ciudad- avanza la construcción de peatonales, una buena noticia para 1) apreciar los monumentos históricos sin interferencias del caótico tránsito urbano, y 2) resguardar los iconos, justamente, del humo y los bocinazos y la polución vehicular en general.
Como la casita de Tucumán, varias veces remodelada y de blanco inmaculado (¡luce igualita a los recuerdos de primaria!), que se alza sobre la calle Congreso, ahora peatonal.
"Acá la llamamos Casa Histórica -corrige Juan, el conductor de la combi que llevará al grupo hasta los confines de la provincia-. Es como si nos refiriéramos a su Cabildo como Cabildito", retruca, con justa razón.
Hay que decirlo: la capital está reluciente. Sobre todo cuando baja el sol y los monumentos -la fantástica Casa de Gobierno, la catedral, el Jockey Club, la sede de la Federación Económica...- se recortan en la noche tucumana, realzados por la luz incandescente de centenares de lamparitas.
Es una pena que la conciencia no haya llegado a tiempo para salvar reliquias como la casa donde nació Alberdi, por ejemplo (hoy sólo queda una placa para recordarla), o un sector de la espléndida Casa Padilla (en cuyo lugar se levantó un esperpento de edificio; por suerte sobrevivió la mayor parte de la casona, reconvertida en museo).
Por lo demás, los planes para embellecer la ciudad continúan viento en popa.
"Queremos ensanchar las veredas en los alrededores de la plaza, que se distingue por las construcciones de estilo francés. Veredas más anchas, más francesas, con mesitas apostadas afuera, todo muy a lo Champs Elysées", se entusiasma Bernardo Racedo Aragón, director del Ente Tucumán Turismo.

Suburbio de moda

No sólo se ensanchan las veredas, parece. La ciudad toda fue dilatándose hacia los costados, los cerros, las periferias olvidadas. Y lo que antes eran terrenos de quintas, plantaciones de limones o zonas de chacras, hoy son barrios residenciales bien consolidados, algunos incluso de moda.
El caso más paradigmático es el de Yerba Buena, a sólo 12 km de la capital, aunque mucho más fresco en verano (menos agobiante, más bien). Y mucho más accesible, además, que tradicionales refugios veraniegos como Villa Nougués, con sus casonas señoriales y jardines desbordados de hortensias.
Yerba Buena explotó con fuerza en los años 90, hasta tal punto que saltó de 12.000 habitantes, en 1978, a casi 80.000, en la actualidad. Basta recorrer la avenida Aconquija, que atraviesa el suburbio de Este a Oeste, para atestiguar el desarrollo. Tres shoppings (en Tucumán city, ninguno), barrios cerrados, supermercados mayoristas, colegios y un interesante abanico de restaurantes y bares (porque aquí las noches arden de gente hasta la madrugada) son apenas un muestrario.
El boom inmobiliario todavía convive, menos mal, con añosas arboledas, casas bajas y el ritmo de siesta que el calor impone por naturaleza.
Pero sería un pecado llegar hasta Tucumán y no cruzar los límites de la capital y alrededores. Sobre todo porque, por su tamaño, la provincia es una de las pocas de nuestro extenso país donde todo queda cerca, todo es atractivo. O al decir de un chango que vendía dulce de arrope de tuna: "¿Has visto? Está ye linda Tucumán".

Y llegaron los vinos finos...

¿Por qué hasta ahora no existían vinos de alta gama en Tucumán?
"Porque a nadie se le había ocurrido", contesta Mario Patriarca, que con semejante apellido no podía sino estar al frente de algún emprendimiento. Es gerente de la primera bodega de vinos premium de la provincia, Bodegas Posse, emprendimiento del tucumano Jorge Posse que comenzó hace siete años, aunque hace cuatro tuvo su primera cosecha.
La bodega está a 15 km de Amaicha del Valle, a 2000 metros de altura y en el corazón de los Valles Calchaquíes, donde Posse agregó 20 hectáreas de viñedos a las 40 ya existentes de nogales.
El clima desértico, la alta luminosidad y la aún más alta amplitud térmica (que llega hasta 20 grados) favorecen un desarrollo excepcional de la uva, que logra mejor color y aroma, explica Patriarca.
Claro que todo esto viene acompañado de un equipamiento de punta para la elaboración de vinos, con maquinarias traídas de Francia e Italia (los tanques son de Mendoza, eso sí). Y es más: en el edificio de la bodega, modernísimo, con piedra y vidrio por donde se mire, se planea agregar dos lofts con hidromasaje y una sala de degustación en la planta baja. Nada mal para los potenciales huéspedes.
La idea es producir 200.000 litros anuales de vino (ya hay 100.000 almacenados en los tanques) y blends de Cabernet y Malbec (hace demasiado calor para el Merlot).
Las líneas son dos: Julio Julián -en honor al hermano de Jorge-, la más alta, y Patriarca (ya se sabe en honor a quién).

Los reyes del aire

Van, vienen, se lanzan por los aires, vuelven a subir, arman y desarman equipos del tamaño de carpas industriales, tiñen el cielo de puntitos multicolores y todo, como quien sale a dar una vuelta en bicicleta y de paso se lleva el inflador.
"No hay límite de peso ni edad, Tampoco se requiere entrenamiento previo, sólo ganas de volar", dice Sergio Bujazha, parapentista de alma, electricista de profesión.
Sergio vuela hace 18 años, prácticamente desde que llegó el parapente a la provincia. Junto con otros locos lindos cumple el sueño de Icaro a todo aquel que se anime a calzarse el biplaza en Loma Bola, el curioso nombre de la explanada donde se practica este deporte.
A 27 km de la capital, 1300 metros de altura y una pendiente de 800 metros (además de un paisaje de película), Loma Bola es uno de los mejores centros de vuelo de América del Sur, y de hecho fue sede del Campeonato Mundial de Parapente en 2007. La última novedad es la instalación de una cámara Web en el quincho de la rampa, para transmitir las 24 horas (sí, Loma Bola tiene Wi-Fi).
"Run, run, run", le ordena Sergio a un estilizado turista sueco, que se larga a correr y correr y correr hasta que la tierra se termina, y el rubio queda pataleando en el vacío. En segundos será una manchita más en el cielo, y unos 20 minutos después estará aterrizando en algún campo de limones de Yerba Buena.
"Mirá si será tranquila esta experiencia que yo volé con mi hijo cuando tenía poco más de 2 años", cuenta Sergio. Y eso no es todo: parece que el chico se pegó flor de siesta en el aire, de tan placentero y mecedor que fue el vuelo.

Museo a cielo abierto

Acá están los morteros públicos, un poco más allá la plaza ceremonial, lo de ahí es la cista funeraria. Esto nos cuenta el guía mientras miramos los restos de piedras que, en total, ocupan 37 hectáreas.
Se necesita una buena dosis de imaginación para recrear lo que fue esta ciudadela prehispánica, la mayor de nuestro país, pese a lo cual se conoce poquísmo. Por ejemplo, hay quienes dicen que los indios que la habitaban, los quilmes, eran altos (se sabe que no pertenecían a la etnia calchaquí), que llegaron de Chile y que se enfrentaron a los incas.
A 1700 metros de altura, en medio de aquella belleza inhóspita de cardones gigantes, parece imposible que un pueblo haya podido autoabastecerse. Pero lo hizo, y muy bien. Cultivaban maíz, papa, zapallo, siempre en terrazas (construyeron una represa para irrigarlas); tenían llamas domesticadas y sus propios tejidos.
En 1530, cuando llegaron los españoles, se encontraron con una feroz resistencia por parte de los quilmes, a quienes doblegaron 135 años más tarde. Los indios que no murieron ni se suicidaron (cuentan las leyendas que incluso las mujeres, hijos en brazos, se arrojaban al vacío desde la cima de los cerros, para no ser tomadas prisioneras) fueron forzados a recorrer kilómetros a pie hasta Buenos Aires, donde fueron confinados en reservas, en la zona que hoy se conoce como Quilmes. Los sobrevivientes se negaron a tener hijos, y así se fueron extinguiendo. Sin embargo, un grupo que se dice descendiente de los quilmes reclama la gestión de lo que llaman su ciudad sagrada.

Cabalgata tafinista

A 90 minutos de la capital, pero con temperaturas significativamente menores en verano (23°C contra los sofocantes 40°C en la city), Tafí del Valle es el centro turístico más importante de la provincia, aunque tiene una población estable de siete mil habitantes (a no confundir: los de aquí son tafinistos; taficeños son los pobladores de Tafí Viejo).
Algunos lo llaman la Punta del Este del Norte, por ser un destino VIP de verano, mientras otros lo conocen como el Stonehenge argentino por sus piezas graníticas, los menhires (palabra de origen celta que significa piedra larga), esculpidas por los aborígenes y reunidas actualmente en la localidad vecina de El Mollar. Y son muchos más los que lo asocian con las cabalgatas en los cerros y las vistas espectaculares que regalan estos paseos.
Tafí estuvo en poder de los jesuitas durante la primera mitad del siglo XVIII; varios cascos tricentenarios así lo atestiguan. Las Carreras es uno de ellos, ampliado y reciclado para recibir turistas, pero con la esencia intacta de la historia. Es ideal para disfrutar la vida de estancia, desde participar del ordeño hasta de la cosecha de la papa, aunque también se puede tomar un té inolvidable. Y de paso, probar las cinco variedades de queso (natural, con ají, con páprika, con orégano y con pimienta negra), elaboradas en la misma estancia según la técnica manchega.
Además de los quesos, la villa también es famosa por la cantidad de deportes que allí se practican, aunque lo que más sale son las cabalgatas. Jerónimo Critto organiza paseos por los cerros de medio día, todo el día o más, para los más entrenados. Como broche final, en El Puesto (ranchos de adobe y techos de paja que justamente eran antiguos puestos de estancia), hay empanadas caseras para todos, jugosas y bien tucumanas.

DATOS UTILES

Cómo llegar

LAN tiene dos frecuencias diarias a Tucumán, con tarifas desde $ 585 (impuestos incluidos).
0810-9999-LAN (526)
www.lan.com

Dónde dormir

  • Tafí del Valle:

    -Estancia Las Carreras: tiene diez habitaciones, desde $ 420 con desayuno (tomar el té cuesta entre $ 10 y 25). www.estancialascarreras.com

    -Castillo de Piedra: (03867) 421199; castillodepiedra.com.ar

    -Mirador del Tafí: desde $ 323, en habitación doble, con desayuno; www.miradordeltafi.com.ar
  • Cerro San Javier:

    Hotel Sol San Javier: www.hotelsolsanjavier.com.ar

Cabalgatas

El Puesto Cabalgatas
(03867) 421 257
jjcritto@hotmail.com
$ 100 medio día, $190 todo el día.

Ruinas de Quilmes

  • Se hallan sobre el cerro Alto el Rey, a 20 km de Amaicha del Valle. Desde la ciudad, se toma la RN 38 hasta Acheral (45 km), luego la RP 307. Después de pasar por Amaicha del Valle, se empalma con la RN 40. La entrada es de 7 pesos por persona.

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