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Tucumán: por las sendas de Tafí

Desde El Siambón hasta Tafí del Valle, un recorrido de tres días por los cerros para descubrir un paisaje casi desconocido, con pequeños poblados, animales sueltos e historias a última hora




EL SIAMBON.- Al clarear, yo me iré, a los pagos del Chasquivil. Y hasta las espuelas te irán diciendo: vidita, no te olvides de mí.
En lugar de clarear anochece en San José de Chasquivil. Frente a la chimenea encendida, Rufo Navarro canta la zamba ( Viene clareando ) que Atahualpa le dedicó a esta región tucumana a casi 2000 metros de altura. La escuchamos cansados, con los pies junto al fuego. El ascenso nos demandó más de ocho horas, desde El Saimbón, a 58 km de San Miguel. Lo hicimos con las zapatillas empapadas, porque debimos cruzar varias veces un río hasta alcanzar este lugar absurdo: La Posada de las Queñuas, construida en una reserva privada a cinco horas como mínimo del último acceso vehicular.
Rufo, el encargado, habla con guiños de jugador de truco.
-¿Cuántos años tiene, Rufo?
-¿Cuántos le hace?
-Dele, cuéntenos.
-Dos para los 50.
También es el cocinero, cantor y cuentista. Toca la guitarra como zurdo, aunque sin cambiar el orden de las cuerdas. Y dice que la zamba de Yupanqui está inspirada en su tía, una "mujer bonita que cautivó al poeta en uno de sus viajes por el monte. Fue un amor de paso -asegura-. La vio y escribió la canción, cuando iba viajando de pueblo en pueblo: Anfama, San José, Chasquivil... Llegó a Lara, bajó por Gualinchay y no se lo volvió a ver por estos pagos".
El que viene de lejanas tierras para decir algo significa el seudónimo Atahualpa Yupanqui, en quechua. Nosotros llegamos desde lejos, pero nos quedamos en silencio, frente al fuego, para disfrutar de la música y los bollos calientes en el casco de la vieja estancia devenida posada. La construcción de la sala fue sobre cimientos antiguos, aunque las tres habitaciones se hicieron desde cero. Tardaron cuatro años. El mayor esfuerzo fue subir los materiales, en más de 3000 viajes de mula.
Hay movimiento constante en el cerro tucumano. La mayoría no lo conoce, pero hay viajeros que disfrutan cada vez más de sus caminos y la hospitalidad de sus habitantes. Unos pocos aventureros lo hacen desde siempre. "Era nuestro gran viaje de verano cuando éramos adolescentes -cuenta Marcos, el guía de Cabra Horco Expediciones-. Salíamos de Raco, de Las Criollas o de Tranca, hasta Tafí. Era la forma de viajar que teníamos. Como solíamos perdernos, los baquianos como Rufo nos salvaban la vida. Tal vez caías en su casa de madrugada y él te preparaba una cama y te daba un plato de guiso."
La zona suele recorrerse a pie o a caballo, a través de agencias que empezaron a organizar recorridos, en contacto con los pobladores, que en muchos casos han preparado sus casas para recibir a los viajeros. Las Queñuas es la única posada de alta gama; el resto son casas adaptadas como paradores, con camas para huéspedes y tal vez un par de opciones de comida, pero sin grandes comodidades.
Caminata en la neblina
La lista de ropa parecía escueta (¿dos remeras para tres días?) antes de partir, pero cada gramo extra es motivo de arrepentimiento en una caminata de tres días por los cerros. Así que con mochilas livianas -con barra de cereales, botella de agua, rompeviento, buzo, linterna y silbato- partimos de El Siambón, a 900 msnm. El equipaje -algo más de ropa y una bolsa de dormir, por si acaso- lo cargó un baquiano experto, Leandro, en una de sus tres mulas. Suele ir adelante conectado con los guías a través de handies.
Caminamos las primeras tres horas junto al río Grande, hasta los 1450 msnm. Sin grandes pendientes, la mayor dificultad es cruzar el río hacia un lado y otro, a medida que se avanza por la picada. Con el agua dulce hasta las rodillas se deben pisar con cuidado las piedras y evitar que la corriente te haga perder el equilibrio.
En La Hoyada, un caserío, detuvimos la marcha para almorzar: dos sándwiches de jamón y queso, una banana y sopa caliente, en ese orden. Los pies mojados empezaban a sufrir los primeros vientos de altura.
La parada sirvió para recobrar energías antes del tramo más difícil de toda la travesía. El plan original era comenzar el trekking ahí, en La Hoyada, pero la lluvia nos impidió llegar en camioneta, de manera que el recorrido se extendió tres horas. Así que, algo cansados, nos dispusimos a encarar los caminos en caracol, hacia arriba.
Entramos por la quebrada del río Duraznillo, subimos hasta los 2200 msnm por una cuesta durante casi dos horas, atravesamos un filo en plena tiniebla, dejamos atrás los laureles, cebiles y nogales, y cuando parecía que lo más difícil había pasado, caminamos 90 minutos sin pendientes, pero con mucho barro. Los pies eran macetas después de tantas horas y tanta lluvia.
Alcanzar San José de Chasquivil fue una gran recompensa. Nos esperaba Rufo con una merienda completa y el fuego encendido. Luego hubo tiempo para una ducha reparadora, agnolotti de acelga y vinos de Cafayate.
Puesto de montaña
Los 22 km del primer día quedaron en el recuerdo con un buen trabajo de elongación frente al vuelo de dos cóndores. Comenzamos a caminar a las 10 y alcanzamos los 2700 msnm, en El Portezuelo, cerca del mediodía. Llegamos antes de lo previsto. Nos ayudó un lugareño, Alberto, al guiarnos por un atajo con una agilidad bien escondida en su gran porte y sus zapatos. Los cerros están repletos de picadas de mulas que pueden confundir a los visitantes, pero no a los guías, y mucho menos a los baquianos.
El recorrido del segundo día atraviesa quebradas rodeadas de alisos y saucos para terminar en un valle de altura. Lo más difícil es superar la cuesta de La Ramadita, un desnivel de 800 m que bordea los faldeos del cerro Negrito (4800 msnm). Ese tramo es de unas dos horas, hasta el valle de La Ciénaga.
Allí vive Rogelio, en su casa de adobe, con camas para los viajeros. Dos habitaciones suelen estar vacías ya que sus hijos han migrado, como la mayoría de los jóvenes. Sólo quedan ocho familias de las treinta que eran un par de décadas atrás. Incluso, la escuela tiene sólo cinco alumnos.
Lejos de tratarse de turismo masivo, el movimiento actual de los viajeros genera un nuevo ingreso para esta familia que vive de sus animales. Además de las 50 ovejas que enmarcan de blanco su casa tiene unas 50 vacas "que andan dando vueltas por el monte. Deben estar a unos cinco kilómetros -cuenta-, pero volverán en unos días, después de la invernada".
-¿Alguien las cuida?
-No hace falta. Vuelven solas, conocen el camino.
La cocina de leña se mantiene encendida para calentar el agua del mate y dar un poco de luz a la casa, que no tiene electricidad. En el techo cuelgan quesos estacionados en bolsas por tradición familiar, que Rogelio suele vender en Tafí del Valle. Debajo de ellos compartimos un asado antes de salir del rancho a ver las estrellas.
El momento más luminoso fue la mañana del tercer día. El cielo despejado permitió disfrutar del manto en el valle, una interminable alfombra de pasto de altura. Ese mismo paisaje nos acompañó durante casi tres horas por un camino en relieve, pero mucho más relajado, de sólo 9 km.
El último trayecto atraviesa corrales de poblaciones de antaño y apachetas en lo alto que parecen también antiguas, aunque un lugareño se encargó de desmentirlo. Son pilas de piedras "que hacen las criaturas para divertirse ", aclaró el hombre, con un rifle en la mano. Andaba buscando un perro salvaje que había desayunado a una de sus ovejas. "Es un perro feo de manto negro. Si lo cruzan, le dan mi mensaje", pidió con una sonrisa y algo de resignación.
Antes de llegar a Tafí del Valle pudimos ver el pueblo desde la altura, junto al dique La Angostura y la villa El Mollar. El final es un descenso de piedras, siguiendo a los habitantes que, emponchados, van y vienen con sus mulas. La vista es inspiradora de un valle, Tafí, que justamente significa pueblo de entrada espléndida .

Caseríos unidos a caballo y una reserva natural

Los cerros tucumanos no son muy conocidos para el turismo. Los visitantes que llegan, suelen hacerlo a caballo. En general, se unen caseríos de la zona, entre ellos Ancajuli, Las Arquitas, San José, Anfama y Chasquivil. En el primero hay pesca de truchas y una curiosa pista de avionetas, de césped y con pendiente, donde suelen aterrizar avionetas sanitarias. Allí, el casco de una casa centenaria recibe a los viajeros y centraliza el tranquilo movimiento de esta comuna de 800 personas, aunque la gran mayoría vive lejos de la estancia, el centro de salud, la escuela y la capilla.
En Las Arquitas viven Alberto Gutiérrez y su numerosa familia, que suelen recibir viajeros, mientras que en Anfama, don Enrique y doña Ester adaptaron su casa para dar alojamiento y ricas comidas.
En San José de Chasquivil, Las Queñuas no sólo procura recibir a los viajeros, sino también preservar los bosques autóctonos y la fauna de la zona. Su objetivo es proteger el ecosistema de los valles de altura, "cuidando sus recursos hídricos, respetando su cultura e historia, y generar modelos de aprovechamiento sustentable y uso criterioso de los espacios naturales locales".

DATOS UTILES

Cómo llegar
Lan tiene tarifas de Buenos Aires a Tucumán por $ 842. Aerolíneas Argentinas, desde 891.
Qué hacer
Cabra Horco Expediciones tiene travesías hasta diciembre (retomará en marzo, después de las lluvias). Entre sus opciones, ofrece:
  • Trekking de 4 días, $ 2460 por persona. Incluye traslado de Tucumán a Raco/El Siambón y de Tafí del Valle a Tucumán, 3 noches de alojamiento (2 en puestos de montaña y uno en Posada de Las Queñuas), pensión completa, mulas para traslado de equipaje y guías. Se puede acortar un día.
Más información www.tucumanturismo.gov.ar

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