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Ucrania, ayer y hoy

Por Juan Carlos Ripoll




En agosto hicimos un inolvidable viaje a Ucrania, en compañía de un grupo de ucranianos y descendientes de ucranianos, residentes en la Argentina.
Conocimos un hermoso país ignorado hasta entonces por nosotros. Nos esperaban hoteles confortables, hermosas carreteras, riquísimos campos sembrados, espléndidos bosques de coníferas, una población hospitalaria y laboriosa, encantadoras aldeas, cada casa con su quinta y sus frutales, importantísimos museos, fortalezas medievales, magníficos monasterios e iglesias, tanto católicas como ortodoxas. Y los bellísimos Cárpatos, con sus centros para la práctica de deportes invernales.
Ucrania es una antigua nación con su propia lengua, que estuvo durante siglos en el medio de las luchas entre Oriente y Occidente. Así fue arrasada por los tártaros y mongoles del Este, asediada por los turcos otomanos, dominada unos años por Polonia, otros por Austria y finalmente por Rusia. Pero en 1990, al colapsar la Unión Soviética, logró su independencia y comenzó su vida de próspero estado soberano.
Visitamos Kiev, cuna de Rusia. Es una importantísima y pujante ciudad, levantada a orillas del río Dnipró (Dnieper). Posee flamantes y lujosos rascacielos, un hermoso teatro lírico, un moderno parque automotor y una importante red de subterráneos.
Visitamos también varias ciudades del occidente ucraniano, como Lviv (la vieja Lemberg de los tiempos austríacos y la Lvov de la época de dominación polaca), Ivano Frankivsk y Chernivtsi. Más centroeuropeas que rusas, estas ciudades poseen una arquitectura muy diferente de la de Kiev. Hay allí hermosas iglesias y monumentos, sobre todo en Lviv. En Chernivtsi, muy cerca de la frontera con Rumania, visitamos el magnífico edificio de la Universidad, construido a fines del siglo XIX, en los años de la dominación austro-húngara.
Nuestros desplazamientos en ómnibus y tren nos permitieron conocer buena parte de Ucrania, sus campos, sus aldeas, sus montañas, sus estudiantes, sus esforzados campesinos, encorvados sobre sus cultivos.
Si tuviéramos que decir qué lugares nos impresionaron más en este viaje elegiríamos la antigua iglesia de Santa Sofía (siglo XVI) y el Museo Nacional de Historia, ambos en Kiev, y el Museo Nacional y el Teatro de Opera de Lviv. En el museo de Kiev nos interesaron los antiguos mapas de esas regiones y las colecciones de monedas y billetes, testimonios irrefutables de las épocas de la historia de Ucrania. El museo del Lviv alberga una invalorable colección de iconos y varios libros religiosos manuscritos en cirílico antiguo. En el Teatro de Opera de Lviv presenciamos una representación de El barbero de Sevilla, de Rossini.
Y no podemos dejar de mencionar la increíble hospitalidad con que nos acogió el grupo de ucranianos con el que viajamos. Eso nos permitió participar de los homenajes y agasajos con que los residentes de ese sufrido país recibían a nuestro contingente, cuyos integrantes eran los herederos de la diáspora ucraniana, que tuvo lugar en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

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por Redacción OHLALÁ!


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