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Un lugar donde empujar no es descortés

Todo turista que desee transitar por la capital más organizada de Oriente deberá hacerlo sobre rieles, entre el tumulto de los trenes y subtes, con la ayuda de los guardas y un infaltable mapa




TOKYO.- Una buena recomendación para cualquier occidental que visite la ciudad es que evite caer en la tentación de alquilar un automóvil para moverse por sus propios medios.
Si bien los precios para rentar un auto no son más elevados que el estándar internacional, el complicado tránsito tokiota puede desalentar al mejor volante. Su complejo sistema de autopistas elevadas que, literalmente, sobrevuela la ciudad no cuenta en muchos casos con una buena señalización en inglés, y el otro inconveniente resulta de los gigantescos y frecuentes embotellamientos.
Con uno de los mayores parques automotores en el mundo, el tránsito de la ciudad puede resultar caótico y debe tomarse en cuenta que se conduce sobre la izquierda y que el volante de los automóviles está a la derecha. Además, las direcciones son difíciles de entender.
Los taxis son caros y tampoco son aconsejables, sobre todo si de trayectos largos se trata. Un viaje en taxi desde el aeropuerto internacional de Narita hasta el centro -unos 50 kilómetros- puede costar alrededor de 250 dólares.
Las tarifas parten desde los 6 dólares para los primeros 2 kilómetros y se suma casi un dólar por cada 350 metros de recorrido. A la noche, además, tienen un recargo del 30 por ciento y, cabe aclarar, es difícil encontrar choferes que hablen inglés.
Con este panorama, explorar la ciudad no resulta difícil si se utilizan los medios de transporte habituales para cualquier tokiota:las diferentes líneas de trenes y metro.
La red del metro cuenta con doce líneas y numerosas combinaciones entre sí y con los trenes urbanos, formando un anillo alrededor de la ciudad que llega hasta cada punto al que se pretenda llegar. Tal es su importancia y las facilidades que ofrece que, con frecuencia, el nombre de sus estaciones es dado como referencia para hallar tal o cual dirección.
Por un segundo, el metro tokiota pueda dar la impresión a cualquier porteño de que se encuentra en viaje en la línea B de nuestro -a esta altura- modesto sistema de subtes. Pero si se repara en el orden y la limpieza de los convoyes y en la eficacia de su servicio, esa fantasía quedará hecha trizas en un segundo.
El costo de los pasajes, comparativamente, es elevado, pero es el mecanismo más barato y efectivo para descubrir Tokio -un pase diario que permite acceder a todas las líneas del metro y los trenes y hacer combinaciones con recorridos de autobuses cuesta unos 14 dólares-. Las máquinas de venta de boletos son de fácil operación y entregan pasajes y abonos para todas las líneas; éstas, al igual que la señalización en cada lugar, dan instrucciones para la utilización del sistema en inglés.
Otra recomendación útil para un extranjero que se encuentre por primera vez en la capital japonesa es la de no separarse de su mapa turístico y, sobre todo, del diagrama de trenes y metro.

A la hora señalada

Una multitud hormiguea, a eso de las 7 de la tarde, en las inmediaciones de la estación de trenes de Shiganawa. Hombres y mujeres con aire atareado confluyen en este punto situado al sudoeste de la ciudad en las diferentes líneas de transporte ferroviario y se disponen a tomar otra, conocida en todo el mundo como tren bala (Shinkansen).
Resulta asombroso comprobar cómo los guardas de los subtes y trenes, empujan sin miramientos a los pasajeros que pugnan por alcanzar un lugar dentro de los coches durante las horas pico.
Y es que, cómo puede explicarlo cualquier nipón fogueado en estas idas y venidas incesantes, la adaptación al sistema incluye la habilidad para encontrar un lugar a los empujones.
Para todo japonés, el hecho de empujar o ser empujado en los medios de transporte y otros lugares de concentración masiva resulta algo natural y no es necesariamente un gesto de descortesía -rasgo llamativo para un pueblo tan apegado a las buenas maneras-.
De ahí que la sugerencia de evitar estas aglomeraciones no sea ociosa, aunque verse envuelto en ellas sirve al extranjero para tomar el pulso exacto de lo que ocurre en la mayor capital de las finanzas y el comercio de Asia.
Caminar por Tokio y perderse entre sus calles y avenidas puede resultar muy placentero y provechoso. La ciudad invita a ser investigada, hurgada y descubierta mil veces, ya que la habilidad que los japoneses han desarrollado para aprovechar el espacio se hace cómplice del espíritu de aventura urbana en los múltiples vericuetos que aparecen por doquier.
Un ejemplo que vale como muestra: caminado por la avenida Sakurada dori, en la zona residencial de Takanawa, en el distrito de Shiganawa, hay una serie de callejones que confluyen en la arteria. En una de esas callecitas, al toparse con el traspatio de un conjunto de casas y edificios hay, como en una gran rotonda, un templo -probablemente sintoísta: sus identificaciones estaban en japonés- y lo que a primera vista parece un conjunto de obras artísticas hechas en madera, no son otra cosa que las lápidas de un cementerio, colocadas una al lado de la otra en un terreno de no más de 100 metros cuadrados. Desde el lugar puede verse a la perfección el interior de muchos pequeños departamentos repletos de los símbolos del Japón moderno:antenas parabólicas y una cantidad inimaginable de aparatos de uso diario dispuestos cerca de las pantallas, biombos, esterillas y mobiliario típicos de la decoración japonesa.
Uno se siente el espía de un modo de vida extraño y ajeno. Se siente cierta opresión por las limitaciones de espacio que dieron lugar a ese sitio, que cuenta con réplicas a lo largo y ancho de la ciudad y el país.

Seguridad

Tokio debe ser una de las ciudades más seguras del mundo. A ello contribuyen la milenaria cultura de su pueblo y el hecho de que en Japón la marginalidad y el delito son fuertemente penados. Además, Japón cuenta con uno de los índices de desempleo más bajos del mundo -que, dicho sea de paso, se duplicó al vaivén de los últimos descalabros financieros del país, y hoy alcanza al 4 por ciento de su población- y un altísimo promedio salarial.
Algo llamativo, por ejemplo, es observar cómo en la puerta de muchos edificios de oficinas se encuentran largos depósitos para los paraguas:a nadie se le ocurriría tomar uno que no sea el suyo y los dejan allí casi como en un acto reflejo; lo mismo ocurre con las bicicletas, para las que existen grandes estacionamientos en las esquinas de muchas arterias y cerca de las estaciones ferroviarias.
Tokio resulta, de muchos modos, una ciudad inabarcable y fascinante, un conglomerado humano que todo lo ofrece sin estridencias: cultura, arte, tradición, modernidad y tecnología; gastronomía, salidas y vida nocturna.
En estas y otras miles de manifestaciones siempre están presentes, claro, el esfuerzo, la disciplina y la síntesis de civilización alcanzados por un pueblo admirable.

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por Redacción OHLALÁ!

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