
En octubre fuimos a visitar a nuestra hija María José y su marido, Diego, que viven en Toronto, Canadá. Planeamos un itinerario que comprendía ida y vuelta, 2500 kilómetros por impecables carreteras, mediante GPS y la experiencia de un residente.
Toronto es la ciudad que mayor porcentaje de extranjeros tiene en el mundo y ostenta un bajísimo porcentaje de criminalidad en toda América. Financiera, cultural y arquitectónicamente, se lleva laureles difíciles de exceder.
Hicimos el tramo de Toronto a Quebec de una vez; 800 kilómetros. Mirando bellos barrios suburbanos, árboles otoñales multicolores y, colateralmente, descubriendo en los hábitos de la sociedad, los enormes gestos de respeto hacia los demás. Siempre al costado del río San Lorenzo encontramos en las rutas la invariable seguridad de un buen café, el tentempié reparador e impecables toilettes.
Quebec es cosmopolita y moderna, desarrollada a los pies de un atalaya que domina la ciudad. Sobre este cerro está el medieval castillo Frontenac, de torres punzantes, resguardando su tesoro más preciado: el Viejo Quebec, capital de Quebec y su corazón, con las tradiciones de su historia francesa.
Hay que recorrer sus callecitas floridas, con casas de piedras y bistrós encantadores para enamorarse definitivamente de la ciudad. Circundan esta joya otras joyas arquitectónicas de los siglos XVIII y XIX absolutamente imperdibles.
Fuimos más al Oeste, hasta el majestuoso fiordo de Saguenay y el estuario del río San Lorenzo. Cruzamos el río en el ferry (el gobierno de Canadá ofrece el servicio gratuitamente), hasta la encantadora bahía de Tadoussac, donde nos embarcamos un par de horas para ver las ballenas que son atraídas por el abundante krill que llevan las corrientes del Atlántico.
Cuando llegamos a Montreal sentimos la diversidad cultural de sus barrios (como en todo Canadá inundado de diferentes etnias multitudinarias) con mayor fuerza. Sus barrios, el Viejo Montreal, Chinatown, Little Italy, la convierten en una ciudad sin par.
La próxima parada fue Ottawa, capital de Canadá. Poseedora de rica historia de la cual quedan edificaciones maravillosas, como el Parlamento a orillas del río Ottawa.
Frente al Parlamento, está el monumento al adolescente Terry Fox. Erigido como emblema del pueblo canadiense, representa su solidaridad y fuerza de espíritu. Terry sufrió un cáncer que le costaría su pierna derecha. Intentó cubrir una maratón de océano a océano en bien de los que tuvieran su misma enfermedad. Luego de hacer más de 5000 kilómetros tuvo que abandonar y falleció, pero los canadienses siguen organizando carreras similares para recaudar fondos inspirados en su recuerdo.
Ottawa es calma, bella, con jardines sin límites y barrios serenos.
Por Amanda Garrido de Pellegrini
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