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Una dosis de humor para aliviar los males

En la Antártida, sus cuentos divirtieron a toda una base




Cuando la gente de Aeronáutica me invitó a la Antártida, el primer paso fue ir a medirme la ropa que te habilita para andar por el Continente Blanco. Es una ropa especial, abrigos especiales, guantes especiales, medias especiales... Te arman tu bolso para que te pongas esa ropa, y cuando llegues a la base ya estés cambiado. Ibamos en un Hércules.
El Hércules llevaba una cámara frigorífica, alimentos y bultos de todo tipo, y uno se acomoda como puede, porque es como un gran galpón y no un viaje de placer. La otra cosa que hay que ver es si están dadas las condiciones del tiempo como para aterrizar. A veces se sale y hay que regresar a hacer escala en Río Gallegos y después volver. Nosotros tuvimos suerte. Había buen clima. La particularidad de mi viaje era que en ese vuelo iba el nuevo comandante de la Base Marambio, porque al anterior lo habían tenido que retirar de urgencia por un ataque de peritonitis.
Al aterrizar, estaba la dotación armada con abanderado, escolta y todo, porque llegaba el nuevo jefe de la dotación. No era una llegada común, sino con toda la pompa para recibir como corresponde al nuevo comandante. Fue muy emotivo, porque contra ese mar blanco de hielo, ver la bandera y sentir los compases del Himno en ese lugar te predispone distinto.

¡Fuego, fuego!

Como cosa curiosa y graciosa, cuando vas al baño, si no te avisan, te podés pegar un susto, porque el botón que apretás, pone en marcha un chorro de fuego que quema inmediatamente toda deposición. O sea, no es un chorro de agua. Entonces yo digo: "¿Por qué? Y me responden: "Porque no hay manera de que se descomponga por el bajo cero".
En la Antártida no se puede tirar basura, hay que quemar todo para no contaminar. Esa fue una de las experiencias. Y la otra cosa grata fue una invitación a sobrevolar parte de la Antártida en un avión chico, con esquíes.
Y vi, hace como veinte años, esto que muestran ahora en la película La marcha de los pingüinos : unas caravanas grandísimas de pingüinos, uno atrás de otro, desde la altura. Ver las colonias de pingüinos y de otros animales fue un privilegio.
En las otras bases se enteraron de que estaba ahí, y pidieron que cuente algo por radio. La radio era con micrófono con pulsador, que para hablar tenés que pulsar, decís cambio para que hable el otro, y cambio y fuera para cortar. Un par de barcos que estaban en la zona pidieron permiso para entrar en frecuencia, y yo empecé a contar unos cuentos.
Hasta que en un momento, de una de las bases dicen: "Mire, nosotros somos de la Base Belgrano. Somos de la dotación que el año pasado no pudo ir a sus casas porque no pudo entrar el rompehielos. Por eso, en vez de un año, hace dos que estamos acá sin ver a nuestras familias y sin ver el continente. Las provisiones nos las tiran desde el aire. Y no le puedo contar lo que son los rostros de la dotación. Los saludos son ladrillos, porque hay muy mal humor... hasta que usted empezó a hablar, y por primera vez en muchos meses vi que se empezaron a reír con franqueza. Y el que le está hablando es el médico de la dotación. Entonces yo le digo que si llego alguna vez al continente, y me invitan a un congreso médico, después de ver lo que vi hoy, voy a proponer el humor como terapia contra cualquier forma de males que tenga el ser humano".

Gracias a la maestra

Me emocionaron mucho sus palabras, porque era el humor el que había logrado eso. Yo era sólo un intermediario. Como admito siempre que soy un intermediario de un don que me ha dado Dios. Esto no se aprende. No hay escuela para gracioso. ¿Y quién descubre en uno los dones? La maestra. Otra de las cosas que nos olvidamos de reconocer cuando llegamos a ser conocidos. Porque la gente computa siempre del éxito para adelante, pero nunca del hambre para atrás. Yo creo que a las maestras hay que rendirles un homenaje. Y si la maestra es pícara va descubriendo los dones y se los va pasando a la maestra del año siguiente. Si lo estimulan, se encuentran con que el que apuntaba para dibujante puede ser un buen dibujante, el que era habilidoso para los deportes puede ser un buen deportista, y como en el caso mío, el que tenía desparpajo para enfrentar al peor público que hay, que son los compañeros, puede ser un candidato a subirse a un escenario y de pronto hacer sonreír a la gente.
El autor es narrador de usos y costumbres. Trabaja en Landriscina mano a mano con el campo , por Canal Rural, todos los viernes, a las 22.
Por Luis Landriscina
Para LA NACION

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